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“En la prensa hubo un momento en que, en vez de ganar espacio, empezamos a reducirlo de nuevo”

Joana Biarnés superó todos los obstáculos hasta convertirse en fotógrafa

Yeray S. Iborra

Quería ser telefonista. Conectar todo aquel montón de cables; estar en medio de las telecomunicaciones entre Badajoz y Girona, Madrid y Cádiz. Todo en un momento. Poner en contacto a la gente. Pero aquello no tenía futuro, le decía su familia (qué buen ojo para ser los años sesenta).

También lo intentó con la pintura, pero el primer bodegón se resistió: aquello-no-parecía-un-cántaro.

En casa estaba rodeada de químicos; Joan Biarnés había montado un pequeño estudio fotográfico, allí retrataba todo el deporte del Vallès. Aquellos olores fueron impregnando el olfato de Juanita. Hasta el punto que, un día de mucho tráfico en el estudio de su padre en Terrassa, ella decidió dar un paso al frente.

—Es una lástima, pero no os podré ayudar... —dice Joan Biarnés a un grupo de excursionistas que, movidos por el descubrimiento de un perro de nombre Llest, aseguran haber encontrado una nueva gruta en Terrassa. Joan Biarnés era un gran amante del excursionismo, pero ese día el trabajo lo desbordaba.

—Lo haré yo, padre —comenta una joven Juanita Biarnés (ahora Joana Biarnés) a su progenitor, consciente de la ilusión que él sentiría en ver retratados aquellos pedruscos.

—¿Qué? Si no has practicado nada...

—Lo haré yo, padre.

Dicho y hecho. Joana Biarnés (Terrassa, 1935) se cuelga al cuello por primera vez una Leika y baja los casi setenta metros de la novísima gruta del Vallès. Biarnés, de 20 años, baja con posado de reportera: “Disfrazada, proyectándome —confiesa Biarnés— y mostrando seguridad”. Tira un montón de fotos, hasta que llega a la foto: una doctrina de su padre, por muchas que se echaran... Siempre debía haber una buena.

Cuando Joana Biarnés revela el material con su padre, a este se le caen las lágrimas. “Que pena que no seas un chico, serías mi ayudante”, llevaba tiempo diciéndole Joan Biarnés a su hija. Al día siguiente El Mundo Deportivo publica el material. Juan Biarnés tenía ayudante ayudanta.

Y el fotoperiodismo español había visto nacer una de las primeras mujeres fotoperiodistas, la que sería punta de lanza de la profesión hasta su retirada por el cambio de tendencia en las revistas de crónica social. Ahora, 30 años después, un documental (Joana Biarnés: una entre todos) recupera su memoria.

Joana Biarnés se retiró de la fotografía documental a mediados de los ochenta. Se fue a vivir con Jean Michel a Ibiza, donde montó Cana Joana, restaurante por el que pasaron todas las primeras espadas que había retratado con la cámara. Cana Joana se convirtió en un referente en las Islas Baleares; la madre de Juanita bordaba las servilletas de las personas que iban al restaurante. Ahora vive retirada en Viladecavalls, y hace poco que ha hecho una exposición en el Centro de Terapia Ocupacional de Prodis, en Terrassa. Quiere volver a la calle y hacer retrato de plazas y mercados.

¡Qué decisión colgarte la cámara al hombro!

'Biarnés, tu hija no es tonta, pero no puedo hacer nada con ella… Se distrae con todo', le decía a mi padre mi maestro de las noches, Óscar, el vallisoletano. 'En su interior tiene potencial, pero lo tiene almacenado'. [Ríe] Para mi padre todo aquello suponía un disgusto. Y yo, aunque era joven, en el fondo era conciente que él sufría. Acumulé aquella frustración con él, hasta que tomé aquella decisión: el día de mi primera fotografía.

Menudos santos tus padres...

Pues no eran religiosos. [Ríe] Me bautizaron con once años para que supiera en qué me metía. Eso sí, eran personas con grandes valores. Eran gente humilde. Mi padre venía de Ascó, de trabajar de calderero.

I la fotografia, ¿de dónde le venía?

En Terrassa encontró trabajo en la Mina Pública de Aguas de Terrassa, y hacía fotos de la empresa. Con mi hermana acabamos de dar un archivo a Terrassa con 17.000 negativos, aquellas fotos.

¿Comenzó en la fotografía de rebote?

¡Sí! Los fines de semana empezamos a hacer bodas y deporte, porque faltaba dinero... Y eso que años antes, mi padre fue a la guerra y sufrió una desgracia: una de las camionetas donde él retransmitía el morse volcó en un campo de trigo y una espiga segó el ojo. ¡Mi padre fue un fotógrafo de un solo ojo!

Sabemos mucho de Joan Biarnés, pero poco de tu madre...

Cierto, hablamos poco de ella y es injusto. Ella fue muy importante. En la época, íbamos con mi padre de partido en partido, haciendo fotos. Y luego: llegar, revelar, seleccionar... Y mi madre, el correo: cogía Els Catalans [ferrocarriles] e iba a repartir las fotos a todos los periódicos. Muchas veces la entretenían, y si perdía el último tren... Se quedaba en la sala de la telefónica del Portal de l'Àngel, con un libro, y hasta la una de la noche no volvía a casa.

¿Tu madre trabajaba en casa?

Mi madre dejó el trabajo de remalladora cuando nació mi hermana (nos llevamos doce años), pero ella era clave en la ayuda a mi padre. Mi madre era una cocinera genial, y pobre. Los días de la posguerra nunca pasamos hambre, ella hacía cada día lo mismo pero nunca tenía el mismo gusto. Ella se iba a los pueblos de alrededor de Barcelona para adquirir patatas de estraperlo. Y llevaba fotos. Si sabía que el agricultor tenía debilidad por Miquel Poblet...

¡Cambio!

Tenía una gran imaginación. Cuando trabajaba como remalladora, como era un trabajo muy monótono, inventaba novelas. En la época las novelas románticas eran cruciales. [En España en los años 50 había pillaje de literatura de folletín, novela romántica]

¿Y cómo alguien de Terrassa, consigue aparcar la España del folletín y comenzar una carrera como la tuya?del folletín

Primero tuve la suerte de salir de Terrassa, ir a Madrid a trabajar a el diario Pueblo. Y después, tuve la suerte de conocer a Jean Michel [su marido Jean Michel Bamberger, locutor de radio de Versalles, vino a España a producir el programa Ustedes son formidables de la Cadena Ser] y, gracias a él, también a los fotógrafos de Paris Match, que tenían una mirada y una mentalidad totalmente diferente a la de aquí.

Instinto de libertad, una proclama de la época. Pero, ¿tenías conciencia de género o es una lectura que se ha hecho a posteriori?

La fui adquiriendo. Pero España avanzó deprisa. En el año 1966 los grises todavía me perseguían en las Cortes: 'Eres una mujer, fuera'. Y mira que tenía todos los carnés de prensa. Pero luego, todo avanzó rápido...

...

Hasta 1967 fui la única mujer en el diario. En los setenta vi que empezaba a ganar batallas que servirían para las que vinieran detrás. Yo nunca me puse limitaciones. Pueblo y su Cuadernillo tenían un gran interés por las fotos, y sin embargo, yo nunca quise quedarme en las barreras que el propio diario marcaba. Y gracias a esta inquietud pude ir aquí y allá.

España avanzaba rápido, pero el machismo era intrínseco...

Dímelo a mí, que además dicen que estaba bastante buena... [Ríe] En serio, me he sentido muy repudiada: el modo de mirar ya te agredía.

¿Cómo reaccionabas a las agresiones?

Yo les decía: '¿Qué pensáis, que tengo sarna o qué?'. Soy rápida y espontánea. Esta era mi defensa. Ante la mínima posibilidad de agresión verbal o física, tenía la capacidad de cortar el tema: 'No me mire como una mujer, míreme como un fotógrafo'.

Y después de esta batalla... Va y te escupe la propia profesión.

Después de todo lo que había salvado... Sí, el cambio en la prensa me echó. Yo no podía seguir, no quería dinero sucio: me despreciaron un reportaje sobre el cáncer porque 'no vendía', una famosa quiso hacer un montaje de un embarazo... Huí de ese circo. Hubo un momento que en vez de ganar espacio, empezamos a reducirlo de nuevo.

El destape derivó en amarillismo.

Yo desnudé a La Contrahecha, bailarina, y andaluza hasta decir basta (virgen, incluso). Y me decía: 'Juanita, pero no se me va a ver el chichi, no?'. [Ríe] ¿Por qué hice desnudos? Quería saber cómo se desnudaba a alguien, y sobre todo buscar otras formas de enseñar carne. A mí me parecen una carnicería las fotos de Interviú.

La Contrahecha, Lola Flores, Audrey Hepburn, Tom Jones, Carmen Sevilla... Y los Beatles, claro. Todos pasaron por tu lente.

Los Beatles me hicieron descubrir mucho. Venían con una fuerza brutal. Me colé en su hotel, por el montacargas: al final pasé tanto tiempo con ellos, que parecía una Beatle más. Y allí comprendí a cuatro chicos tan sencillos, que sino fuera por las melenas, podrían estar por la calle... Eran como tú y como yo. Esto me sirvió de estudio psicológico. Me hubiera gustado estudiar psicología, pero el periodismo es una gran escuela, igualmente... Si vas con el propósito de comunicarte claro; esta actitud me ha dado una gran riqueza interior.

Esta paz, ¿se ha visto perturbada por este rebrote de interés hacia ti a los 80 años? Ahora todo son reconocimientos gracias al documental. Incluso la Creu de Sant Jordi de 2014...

Parece que todo el mundo quiera saber más que yo de mi vida. [Ríe] Pero en el fondo he sido tan feliz... Cada vez que hacía un reportaje y saltaba un obstáculo, era feliz. Y ahora vuelvo a revivir aquellos momentos.

¿Y si nadie hubiera redescubierto todo este pasado?

No hubiera pasado nada. Pero no quiere decir que este agradecimiento no esté siendo increíble. Estos años han hecho de mi vida, un vino: en la bodega ha mejorado. Estos treinta años han revalorizado mi trabajo. En mi época la foto documento no tenía este valor, y ahora —por suerte— sí que se le da.

¿Crees que se le da? Muchas veces me parece que el fotoperiodista se sigue entendiendo como un mero acompañante del periodista.

Bueno, sí... Y siempre lo he vivido con amargura, eso. No lo asimilo ni lo acepto. Pero no sólo eso, me niego a aceptar ciertos aspectos de la fotografía, tengo una gran deformación: las estudiantes me piden qué puedo aconsejarles... Todo ha cambiado tanto, que ya no es justo que las aconseje.

¿Qué ha cambiado tanto?

El otro día en una librería me decían: 'Ustedes encuadraban'. [Mueve las manos, trazando un cuadrado] En mi periodismo, cuando llevabas una foto a máquinas, entraba directa. No había la manufactura posterior de ahora. Esta es mi escuela, la del analógico. Hace poco que he vuelto a la fotografía con una exposición en el centro Prodis de Terrassa, y lo único que le agradezco al digital es que el puntito rojo me enfoca automático. [A Joana Biarnés le detectaron hace 15 años una maculopatía degenerativa, actualmente tiene un 30% de visión] Un médico, gran amigo nuestro, me dijo: pasa por el centro Prodis, que los chavales lo agradecerán.

La fotografía es interesarse por el otro.

La mirada, el respeto. En una de las fotos de la exposición, aparece un hombre que dispara la cámara con la cabeza: ¡Los avances sirven para esto! Es fantástico. Pero la fotografía es algo más... No es verdad que disparamos con el disparador, disparamos con el corazón. Y yo siento que aún conservo la capacidad de emocionarme, de quedarme hasta el final de las cosas.

¿Hasta el final?

Retratos, charlas, conciertos... Eso de ir a los lugares y pensar que no pasará nada... Mala premisa para un fotógrafo.

¿Hemos mecanizado demasiado nuestro trabajo, los periodistas y los fotoperiodistas?

Si hay un objetivo, un tema, se escarba la tierra, si es necesario. Y sino, ¡monta un bar! ¡Que tampoco pasa nada! A mí el restaurante nunca me hizo olvidar quién soy... Mi padre siempre me hablaba de la honestidad y la seriedad, y esto lo puedes aplicar a la fotografía o a la cocina. ¿En qué se parecen? Busca una buena patata, utiliza unos buenos aceites... El cliente debe tener una ilusión con aquella comida; la fotografía es una ilusión también. Una persona, ya sea con un buen plato o con una buena foto, debe viajar. La fotografía es el camino directo a la memoria.

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