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Traer la cárcel a los alumnos de derecho

Fotograma de Módulo 8. Foto / steph.es

Francisca Bravo Miranda

En Módulo 8 se relata la historia de los llamados módulos de respeto, en el que podían entrar cualquier tipo de recluso, independiente de la pena o del delito pero si tiene que ver con tu comportamiento dentro de la cárcel. Se entraba voluntariamente, aunque, tal como recuerda Stephane M. Grueso, el documental se grabó durante la legislatura anterior. En estos módulos se firma un contrato con una serie de reglas y, a cambio de eso, hay una cierta autogestión en el módulo, que tiene otras condiciones, más seguros y más limpios. Pero estás obligado a ciertas cosas.

¿Cómo es que llegas a la idea del documental?

Este es el único documental en el que la idea surge de la posibilidad. Llega la posibilidad de entrar en un centro penitenciario, a través de un contacto. No es fácil entrar en una cárcel, pero cuando encontramos esta ventana, solicitamos los permisos y empzamos a peter el pie… El codo, la pierna, el cuerpo, y nos colamos durante unas semanas en un año para grabar.

¿Cuál fue la dinámica para grabar esto?

Conseguimos el permiso de entrar en el centro penitenciario de Mansilla de las Mulas con el permiso de algunos internos y también de algunos de los compañeros, y teníamos el compromiso de no intervenir ni molestar en la rutina, a cambio de ningún tipo de censura. No podíamos entrar en todos los sitios, pero durante estas semanas con las cámaras hablamos con quien quisimos, grabamos lo que quisimos. Los funcionarios generalmente no querían hablar, y teníamos los movimientos restringidos en algunos sitios del recinto penitenciario. Pero pasamos bastante tiempo con los internos, compartiendo su historia.

Antes de comenzar el documental, ¿Cómo era tu percepción de la vida en la cárcel?

Era, yo creo, ninguna, porque hay tanto desconocimiento detrás de lo que pasa en una cárcel. De hecho es parte de aquellas cosas que los ciudadanos no queremos ver, se ve como una cosa lejana que no te va a pasar y afortunadamente pasa a poca gente. Es un asunto en el que la sociedad no quiere mirar. La persona que entra en una cárcel entra como en una nube, difusa, nosotros no queremos ver ahí. No nos preocupa ni nos importa lo que pasa ahí.

Cuando empezamos la película, yo empecé a leer, informarme y horrorizarme con datos como la sobrepoblación que había e todos los centros. Un hacinamiento degenerado que había entonces, en 2008 cuando hicimos la película. O las condenas, que son de las más largas.

¿Cómo fue al salir?

Salí también horrorizado. Haber hecho “Módulo 8” ha cambiado mi percepción de lo que es la privación de libertad, de lo que es la cárcel y lo terrible que es estar en un sitio del que no puedes salir, desde donde no puedes ver a tus seres queridos o comunicarte. Intento ser cuidadoso con mis juicios tan ligeros, porque se basan en el desconocimiento. Lo que debería hacer cualquier institución de educación ya media es entrar en un centro penitenciario para aprender.

¿Qué conclusiones has sacado al respecto?

Cuando salí al finalizar la película, salí con la convicción de que si en algún momento me toca ir a la cárcel, voy directo a un módulo de respeto. Pero, por otro lado, no estoy seguro de que sea un buen método para rehabilitar a un interno. También, otra cosa interesante, es que en el módulo de respeto no es un módulo de tratamiento, sino un marco para poder tratarlos. El tratamiento debía llevarse a cabo, pero nunca hubo suficiente dinero para contratar más terapeutas y profesionales, o en general para mejorar las condiciones de los internos.

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