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La izquierda presiona para que Pedro Sánchez no dimita
Illa ganaría con holgura y el independentismo perdería la mayoría absoluta
Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar
Sobre este blog

No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

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No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

Cuatro días nada más (por ahora)

'Lunch Atop' escultura de Steinbrener:Dempf & Huber - Foto de Ewald Judt.

Joan Dolç

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Tres días libres a la semana. ¿Y eso a santo de qué? ¿Que ya no encuentran placer en maltratarnos? ¿Acaso ya no nos quieren? ¿Desde cuándo la libertad se regala? ¿Dónde está el truco? ¿Cómo encaja la semana laboral de cuatro días con el empeño en subir la edad de jubilación, la falta de medidas efectivas para redistribuir la riqueza o el establecimiento de un salario mínimo siempre en el límite de la indigencia? Sospechoso, cuanto menos. En principio, estar obligados a trabajar solo cuatro días de cada siete suena a música celestial. Si hubiera salido de la calle, de una exigencia social atronadora, no habría nada que decir. Punto en boca y a celebrar el éxito. Pero no es así. Puede que a los avalistas de la medida les salgan a cuenta las contraprestaciones de su implantación, que son muchas y diversas. Según dicen, van desde la mejora de la conciliación familiar —sea lo que sea que imaginan que es eso— al aumento de la productividad, de la motivación o de la cualificación de los puestos de trabajo, que serán para los más capacitados; los demás, a dar de comer a las palomas. La cosa huele de lejos a chamusquina, pero claro, a ver quién se opone. El articulista puñetero intuye que aquí hay poco donde rascar. Como mucho, para no perder la costumbre, se permite hacer algunas consideraciones a contrapelo.

A muchos, este sistema productivo hace tiempo que no nos necesita como fuerza de trabajo, ni activa ni de reserva. Una obsolescencia que crece a cada instante con las sorpresas sin fin que nos está deparando la expansión de la dichosa inteligencia artificial. Mientras se piensan cuándo y cómo nos sacrifican, nos tienen que dar otro uso. Lo que está claro es que no nos dejarán sueltos, no hay que hacerse ilusiones. Así que, tal vez, la solución esté en hacernos cambiar de oficio cada cuatro días. Se trata de que rindamos en cuatro días lo que ahora rendimos en cinco, y que gastemos en tres días lo que hemos ganado en cuatro. La expresión tiempo libre designa un espacio minado, diseñado para que añoremos el tiempo ocupado. En ningún caso es sinónimo de libertad. La mayoría de los que ahora mismo están pensando en el fin de semana, en el puente o en las vacaciones, están pensando, en realidad, en cómo hacerles frente. La molicie es un veneno letal para muchos de los supuestamente liberados del trabajo. Los deja inermes ante el vacío y no saben qué hacer. Es cuestión de tiempo que empiecen a pensar en el suicidio. Su única salida es meterse en el mecanismo que ha sido diseñado para que se liberen de sí mismos sin llegar a tan drástica solución, es decir, entregarse al ocio programado, esa llama que nos consume por el otro extremo, el que en teoría sirve para agarrar el cirio.

Hay ahí un gran negocio. No es casualidad que las industrias del entretenimiento se estén preparando para adecuar su oferta a los jubilados, que dentro de un par de décadas supondrán casi la mitad de la población. Pretenden hacer de ellos unos consumidores full time. Estamos atrapados en la dualidad productor-consumidor. O somos lo uno o somos lo otro, son dos caras de la misma moneda. Esos tres días de asueto no son para que nos rasquemos la barriga. Son para que gastemos más deprisa y mejor el dinero que nos dan, del que nos dejan disponer, más bien, porque el dinero hace tiempo que no es nuestro, y si lo guardamos, para ellos es como si se lo robáramos. Exigen que lo hagamos circular tan rápido como lo obtenemos, y a quien lo hace bien le dan más del que aparentemente se ha ganado, se lo prestan, porque somos deudores, antes que nada. Y a quien no lo sabe gastar se lo sacan de una forma u otra. Es de esa circulación dineraria de donde ellos sacan tajada en forma de plusvalía, de intereses, de comisiones o de impuestos. Trabajamos moviendo el dinero para ellos.

Al paso que vamos, acabarán por darnos una cierta cantidad por las mañanas (a cada cual según sus posibilidades, ahora sí) para que lo vayamos gastando a lo largo del día, con la obligación de devolver o declarar lo que nos ha sobrado al llegar la noche. En eso consistirá nuestro trabajo. En el caso de los jubilados, parados y otros prestatarios hace mucho que es así. El salario universal, combinado con la jornada laboral de cuatro días, o de ninguno, puede llegar a ser un gran negocio. Cuando tengan controladas todas las salidas de la conejera, verás. No nos ayudan para que sobrevivamos, para que nos emancipemos, sino para tenernos enganchados por donde más duele con un sedal que sueltan o rebobinan a conveniencia. Si quisieran eso, que nos emancipáramos, nos darían herramientas, medios de producción, nos enseñarían a pescar siguiendo los consejos del Nuevo Testamento. Pero, ¿cómo y para qué enseñar a pescar a unos besugos enganchados al anzuelo? Se limitan a darnos el pasivo justo, a prestárnoslo, más bien. Nos ayudan para que sigamos trabajando como semovientes de capital. Lo hacen a través del Estado, que a estas alturas es poco más que un organismo regulador del torrente dinerario al servicio de los dueños de la mercancía sagrada, de la pasta. El resto de lo que hace o dice hacer es, mayormente, impartir retórica y repartir árnica.

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No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

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No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

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