La falta de financiación pone en riesgo en su fase decisiva una investigación de más de una década contra el cáncer
“Triste” y “desolado”. Así se encuentra Juan Saus, médico e investigador valenciano impulsor de Fibrostatin, una empresa constituida en 2004 que ha conseguido, después de más de una década de trabajo, quedarse a las puertas de encontrar un compuesto que, asegura, podría permitir que el cáncer se convirtiera en una enfermedad crónica, y que también podría tener aplicación en patologías como la fibrosis o la diabetes de tipo 2.
Sin embargo, una concatenación de acontecimientos que se produjeron a partir 2017, lo que Saus consideró en denominar una “tormenta perfecta”, le llevó a perder las ayudas europeas de las que se beneficiaba el proyecto, así como la financiación privada. De este modo, lastrada por unas deudas de alrededor de cuatro millones de euros -400.000 euros con entidades financieras y 3,6 millones de euros a la Administración-, Fibrostatin ha entrado en concurso de acreedores (la inversión en este tiempo ha rondado los doce millones de euros entre financiación pública y aportaciones privadas).
En esta situación, la empresa, que se vio obligada a prescindir de sus catorce trabajadores -“gente con una preparación científico-técnica enorme”-, ha visto cómo no puede afrontar la última fase de su investigación: los ensayos pre-clínicos y clínicos, para comprobar primero que se no se trata de un producto tóxico y después su utilidad en el tratamiento contra estas enfermedades. El desarrollo de esta última etapa requiere de un presupuesto de cerca de cuatro millones de euros y el plazo para realizar los test se alargaría hasta los cuatro años: “De haberse desarrollado todo con normalidad, en 2021/2022 podríamos haber sabido si el tratamiento es realmente eficaz o no”, lamenta Juan, quien recuerda que se trata de un proyecto cien por cien valenciano. “El principio activo es eficaz, lo que no hemos podido demostrar todavía es el resultado final”, sostiene Saus, para quien si finalmente se demuestra su efectividad estaríamos ante una “revolución médica”.
Una investigación de más de veinte años
Juan Saus es un médico que lleva más de dos décadas de su vida dedicado a este proyecto, de ahí la frustración que siente al verse en esta situación: “Yo soy médico pero pensé que sería mucho más útil y ayudaría a mucha más gente si conseguía un medicamento que fuera capaz de curar enfermedades que en un consultorio atendiendo directamente a pacientes”.
Así, después de pasar por Italia (donde realizó su tesis doctoral) y Kansas y Nueva Jersey (Estados Unidos), donde se familiarizó con la proteína GPBP (Goodpasture Antigen Binding Protein), a finales de los años ochenta regresó a España, donde continuó con un proyecto que pretendía encontrar una medicina que permitiera tratar la fibrosis o el cáncer. “La idea era muy innovadora, porque en lugar de atacar las células enfermas lo que hicimos fue modificar el entorno de modo que las células se vuelven menos agresivas, más amables y estas enfermedades, como sucede en la actualidad con el sida, podrían dejar de ser mortales para volverse crónicas”, reseña Saus, quien destaca que el tratamiento ha demostrado su validez en roedores en el laboratorio: “Hemos logrado retener el tumor en ratones varios meses, lo que equivaldría a años en seres humanos”.
El proyecto, por medio de una colaboración público-privada, pasa a la Universitat de València en 2011 con el objetivo de desarrollar un compuesto eficaz y sin toxicidad (T-12) con aplicación contra el cáncer terminal, que se demuestra capaz de reducir la metástasis y el crecimiento tumoral. Es entonces cuando Fibrostatin accede a unas ayudas del Ministerio de Innovación con fondos de la Unión Europea (el programa Innpacto) que les permite continuar con la investigación. Además del T-12, la investigación les lleva a un segundo producto (Emtest), que les permite medir la presencia de la proteína GPBP en sangre y prever cuándo un paciente puede entrar en fase terminal.
En 2016 consiguen el Sello de Excelencia de la Comisión Europea, lo que permitía llevar a la fase clínica la detección precoz de la metástasis. “Sin embargo, por un error que no pudimos subsanar, nos quedamos fuera de las ayudas europeas; intentamos aguantar hasta la siguiente convocatoria con los recursos económicos de los que disponemos, pero ésta se retrasa de enero a diciembre de 2017 y en 2018 nos dejan fuera de la convocatoria al ser considerada como empresa en crisis por quiebra técnica [debido a la deuda que arrastraba]; poco antes, el laboratorio con el que colaborábamos da por finalizada su participación, de modo que nos quedamos sin recursos para proseguir con el proyecto cuando ya habíamos llegado al destino”. Y todo ello cuando ya habían iniciado negociaciones con farmacéuticas y habían llegado a tener las herramientas para empezar los ensayos clínicos, con el visto bueno de la Agencia Española del Medicamento.
No obstante, a pesar de todo el investigador valenciano no hace reproches y sostiene: “No tengo más que agradecimiento a todo el mundo, al Ministerio, a la Generalitat, a la Universitat de València, a quienes han colaborado con nosotros y a aquéllos que han participado en la financiación de un proyecto que estoy convencido que funciona”. Así, no elude su responsabilidad y siente rabia e impotencia por haber llegado a este estado de parálisis en el proyecto, que confía que se pueda desbloquear. Los bienes de la empresa saldrán a concurso, aunque existe el compromiso de la Universitat de Valencia para hacerse con la propiedad intelectual y hacer todo lo posible para que se pueda concluir la investigación y demostrar la eficacia o no del tratamiento: “Esto no se puede perder y parece que todas las partes están sensibilizadas al respecto”.