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Gobierno de coalición: un cambio histórico

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firman su acuerdo de Gobierno.

Adolf Beltran

El bipartidismo no levanta cabeza, ni aunque Pedro Sánchez se empeñe en arrasar a sus eventuales socios. Estas segundas elecciones generales en seis meses han demostrado que, gracias a las reglas del juego electoral, el PSOE y el PP pueden acumular cerca de las dos terceras partes de los escaños en el Congreso sin alcanzar entre ambos la mitad de los votos emitidos. Lejos, en todo caso, de las mayorías absolutas de otros tiempos.

La representación parlamentaria surgida del 10 de noviembre refleja una sociedad plural y un territorio diverso. España es poco uniforme, por más que le pese a ese sector de la derecha extrema que quiere acabar con unas realidades que no sabe afrontar más que amenazando con ilegalizar sus expresiones políticas y con liquidar los autogobiernos.

El PSOE tiene que pactar con no menos de siete formaciones diferentes, aparte de sus socios principales de Unidas Podemos, para sacar adelante el nuevo Gobierno. Y las derechas, pese a que han concentrado en el PP y Vox sus diputados, no pueden ni aproximarse a una hipotética mayoría capaz de armar una alternativa.

Nunca debieron repetirse las elecciones del 28 de abril. La ensoñación de una victoria tan inapelable que diera paso a un Gobierno monocolor se le ha esfumado al líder del PSOE con toda la crudeza de un despertar traumático. Los socialistas no han conquistado más votos que en abril, sino al contrario; los independentistas catalanes han mejorado sus posiciones, aunque siguen sin decantar una mayoría; Unidas Podemos ha sufrido sin llegar a hundirse y la aritmética parlamentaria es, si cabe, más complicada.

Es verdad que la nueva convocatoria de elecciones ha servido para incinerar a Albert Rivera y dejar en coma a Ciudadanos. Tanto, que ya prácticamente no sirve como potencial apoyo para la investidura de Pedro Sánchez. Tanto, que la ultraderecha neofranquista se ha colado entre las ruinas de ese partido neoespañolista que una vez se reclamó de centro para conseguir el tercer grupo del Congreso en número de diputados. Tanto, que el PP se ve ahora ante el panorama de tener a Vox como único aliado posible a medio plazo, el menos recomendable de los socios.

Tras unos años de inestabilidad, llega al Gobierno de España, ante el nada disimulado enfado de los poderes fácticos del Estado y del búnker mediático, el momento de un cambio histórico: empieza la era de las coaliciones. Culmina así una transformación que se había iniciado antes en la España real de las comunidades autónomas y los ayuntamientos. Gobiernos como el valenciano, por ejemplo, tienen ya una legislatura de experiencia en el pacto entre fuerzas de izquierda.

La experiencia de procesos como el del Pacto del Botánico en la Generalitat Valenciana, que implica a los socialistas, a Compromís y a Unidas Podemos-Esquerra Unida, puede ofrecer fórmulas prácticas a la hora de articular el primer Gobierno de España en coalición desde la transición a la democracia. Una de ellas es el denominado mestizaje, por el que las formaciones implicadas intercambian cargos en los equipos que dirigen a fin de evitar que los departamentos funcionen como compartimentos estancos gestionados por un solo partido.

Se especuló hace unos años con poco fundamento sobre una “segunda transición”, y tal vez estemos ahora de verdad, cuando el bipartidismo ha quedado desbordado y se rompe el tabú de los gobiernos de coalición, ante el inicio de una nueva etapa de transición marcada por la negociación y el diálogo.

La desaceleración económica, el malestar creciente del precariado, la emergencia climática, la gravedad del conflicto en Catalunya, el alcance del desafío territorial plasmado en la pluralidad de partidos que representan la diversidad de los pueblos de España y la reforma pendiente del modelo de financiación autonómica dibujan, por su dificultad y por sus implicaciones estratégicas, un paisaje de transición política en el que no falta, como en el paso de los años setenta a los ochenta del siglo pasado, el áspero aliento de un autoritarismo que amenaza con la involución (cuyo primer paso sería la hipotética “gran coalición” por la que claman algunos). No fue fácil entonces (de hecho, hubo un intento de golpe de Estado en 1981) ni lo será ahora, pero no hay más opción que seguir avanzando. Y todo apunta a que este tampoco será un tiempo apto para pusilánimes.

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