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La mal llamada gripe española, a cien años vista desde el Baix Vinalopó

Dibujo que recrea la acumulación de féretros en el cementerio de Crevillent en el mes álgido de la gripe; realizado por Emilio Martínez.

Emilio J. Salazar

Este domingo, 11 de noviembre, se cumplen cien años del final de la Primera Guerra Mundial, un conflicto que mató a 16 millones de personas entre combatientes y civiles. En la primavera de ese año, la muerte se topó con una aliada inesperada que acabaría siendo mucho más letal, la pandemia de gripe. En solo 12 meses, se estima que entre 50 y 100 millones de personas perdieron la vida en todo el mundo, entre un 3 y un 6% de la población mundial. Ahora, un libro rescata cómo afrontó la comarca alicantina del Baíx Vinalopó la crisis sanitaria más devastadora a la que ha tenido que hacer frente el ser humano, con especial atención al olvidado papel protagonizado por las mujeres cuidadoras.

Con el título de ‘La epidemia de la ‘gripe española’ (1918-1919) en el Baix Vinalopó’, la cátedra Pedro Ibarra de la Universidad Miguel Hernández (UMH) presentó este viernes en el salón de plenos del Ayuntamiento de Elche, y con la presencia del alcalde Carlos González y de la alcaldesa de Santa Pola Yolanda Seva, un pionero trabajo de investigación que arroja un primer dato, en la localidad ilicitana, en Santa Pola y Crevillent murieron en total 525 personas.

Para unas poblaciones que sumaban 48.000 habitantes entre las tres, este acontecimiento supuso la pérdida del 1,25% del censo entre la primavera de 1918 y marzo de 1919, revela el doctor en Medicina, Jesús Rueda, coordinador del libro. Si esta epidemia se produjera en este 2018, la comarca alicantina vería enterrar a 3.000 personas –de las trescientas mil que conviven-, “lo que demuestra la magnitud de la tragedia”, añade el también doctor en Medicina Emilio Martínez.

La obra también cuenta con la participación del doctor en Historia y director de la cátedra Miguel Ors, quien repasa el contexto histórico de aquellos años en los que se recuerda, que si bien España no participó en la Gran Guerra, sí que le pasó factura mostrarse neutral. El motivo de que se siga conociendo mundialmente como la gripe española se debe a que el país de Alfonso XIII sí que informó de la aparición de la gripe mientras que la prensa de los países involucrados en el conflicto impusieron la censura.

La gripe tuvo tres oleadas en el Baix Vinalopó. La primera, muy leve, en la primavera de 1918, con una alta tasa de morbilidad, esto es, hubo muchos contagios, pero en proporción pocas muertes, lo que favoreció su propagación, recuerda Rueda. “La gente se la tomó a broma en un primer momento, la prueba está en que por aquella época se estaba presentando en Madrid una zarzuela, ‘La canción del olvido’, con el coro de ‘El soldado de Nápoles’, y la gripe era tan pegadiza que le pusieron de mote como El soldado de Nápoles, porque era música también pegadiza”, rememora el médico.

Sin embargo, en la segunda ola, en otoño de 1918, el virus ya había mutado y supo actuar sobre las defensas del individuo, atacando el aparato respiratorio y provocando hemorragias pulmonares. Esta fase coincidió en Crevillent con las fiestas patronales de moros y cristianos donde la concentración masiva de gente tuvo consecuencias catastróficas para una localidad donde, si la comparamos con Elche o Santa Pola, proporcionalmente registro una mayor mortalidad. De ahí la ilustración realizada por Martínez en las primeras páginas del libro donde se muestra las colas de los ataúdes para ser enterrados en el sacrosanto. “El enterrador, acostumbrado a dar sepultura a 14 personas al mes, en octubre del 18 fallecieron 140 personas de gripe”, matiza. La pandemia se extinguió tras una tercera oleada, en los primeros meses del invierno de 1919, cuando se registró una mortalidad menos acentuada.

¿Cómo se combatió? “Con lágrimas”, responde Jesús Rueda, médico intensivista jubilado. “Si todavía no tenemos ningún remedio eficaz contra la gripe, imagínese cien años atrás cuando apenas contábamos con medicamentos”. Hubo ensayos, como la técnica que consistía en extraer sangre al paciente, desecarla, sacarle el suero, y volver a ponérsela, lo que generaba una respuesta inmunitaria positiva.

Para evitar los contagios, se hicieron bandos en los tres ayuntamientos prohibiendo los entierros en las iglesias. “El duelo se despedía en la iglesia y la orden era llevar el cadáver por el camino más corto y enterrarlo cubierto con una capa de cal”, prosigue Rueda, “sin esperar el tiempo legal”. Estas medidas no se siguieron, por ejemplo, en Zamora, la ciudad española con mayor tasa de mortalidad “porque su obispo se empeñó en achacar la gripe a un castigo divino que había que combatir con rogativas, por lo que se dedicó a hacer procesiones y misas en los que la alta concentración de población favoreció la expansión del virus”, se lamenta el coordinador de la investigación.

Las vacunas

Los remedios que se probaron entonces de una forma empírica y con ciertas reservas “es lo que hoy ha devenido en la única solución real, la vacunación”, explica Rueda. La pregunta a los dos médicos parece obligatoria, ¿qué les parece la moda antivacunas? “Me cuesta no perder la moderación”, confiesa el investigador. “Si hemos conseguido erradicar la viruela y prácticamente la polio a base de vacunas, por qué tenemos la tontería ahora de no vacunar de sarampión al niño”, se pregunta. “Solo un dato, en febrero y marzo de 1916 mueren 26 niños de sarampión en Crevillent de una población de 10.000 personas. Esos 26 niños no mueren hoy. La vacuna, sin duda alguna, es la medida sanitaria que más vidas ha salvado en el mundo”, añade.

Concluyen ambos autores que el libro pretende homenajear a las víctimas de la gripe –hay un epígrafe final con los nombres y apellidos de los 525 fallecidos- y recordar un periodo negro de la historia que parece que ha pasado desapercibido. “Se calcula que sobre la Primera Guerra Mundial puede haber 80.000 libros escritos y traducidos a 35 idiomas; sobre la gripe solo hay 500 a cinco idiomas”, esgrime Jesús Rueda.

La mujer

Desapercibido también ha sido el papel desempeñado por la mujer a lo largo de la historia en general y durante la incidencia de la gripe en particular. Por ello, la doctora en Salud Pública Modes Salazar ha querido investigar sobre las mujeres cuidadoras en el Baix Vinalopó, cuya labor “fue fundamental”, afirma.

Cuenta en el libro que hace cien años la atención sanitaria se hacía desde las casas. Solo los enfermos pobres iban al hospital de Elche, un centro regentado por monjas que cubría a toda la comarca. Sobre ellas y sobre las mujeres que cuidaban de sus familiares enfermos “recaía un importante peso pese a no estar pagado”, en un momento en el que aparecían en la sociedad las primeras enfermeras.

El ejemplo más evidente del olvido al que fueron sometidas ellas lo pone esta matrona con el caso de Estados Unidos y otros países donde las enfermeras “se quedaron liderando los hospitales de campaña durante la guerra y se jugaron la vida atendieron a los enfermos de gripe”. Cuando acabó el conflicto, “muchas de estas mujeres tuvieron un reconocimiento que no se dio en España”. En Elche, solo los cuatro médicos privados contratados por el ayuntamiento fueron reconocidos por el salón de plenos, “y eso que disponían de sus sueldos por hacer su trabajo”. Mientras, nadie se acordaba de las monjas, madres o abuelas… hasta hoy. 

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