La herencia de Freud contra Madre África
Hace unos días leí un indescriptiblemente sobrecogedor artículo del New York Times que recogía los testimonios de víctimas y perpetradores del genocidio de Rwanda, de las peticiones de perdón de unos y de la concesión del mismo por parte de los otros. Y entre medias, las escalofriantes narraciones que han llevado a estos dos polos, antes extremadamente helados y diametralmente opuestos, a estar ahora en fase de deshielo por el calor que desprende su acercamiento. Todas cuantas páginas yo dedicara a la descripción de lo que allí vi serán ridículas a lado de la fuerza que expresan las declaraciones de los protagonistas de que el medio neoyorquino se hace eco. Asombro, estupefacción, sorpresa y otras tantas sensaciones hasta llegar a la más radical incredulidad son algunos de los estados por el que cualquier persona medianamente humana (recordemos que existen personas no humanas) puede pasar al darse de bruces contra esta incómoda realidad.
El leitmotiv del artículo es el mismo que su título hace pensar: Retratos de reconciliación. Cada una de las historias allí expuestas contiene la palabra y el hecho Perdón, dicho así con mayúscula porque se lo merece y porque en mi vida he visto mejor ocasión en que pudiera utilizarlo. Hasta aquí mi particular oda al New York Times. Si me estuviera leyendo alguno de sus editores, podría ponerme en nómina.
El hecho es que después de leer el artículo empecé a pensar sobre el perdón y sobre lo que a él puede asociarse tanto en un sentido como en otro: maldad, odio, tristeza, miedo, venganza... Al mismo tiempo, más concretamente, pensé sobre si el perdón podría recorrer media África, cruzar el estrecho y llegar a tierras ibéricas.
Lo primero que pensé, casi de forma automática, fue preguntarme si aquí podría tener cabida el perdón entre vencedores y vencidos guerracivilistas. Mientras que en Rwanda la cicatrización de las heridas se está produciendo veinte años después de su sangría, aquí han pasado setenta y cinco años desde que el ejército rojo quedara cautivo y desarmado y mi memoria tal vez se equivoque, pero a excepción de las hipócritas disculpas de la iglesia por su parcialidad en la guerra y en la dictadura, no ha habido ningún intento por parte de los golpistas franquistas ni de sus abanderados en cuanto a intento de reparación del dolor infligido se refiere. La ley de amnistía de 1977 parece que ellos se lo tomaron como una legitimación moral de que lo que había pasado quedaba en el pasado, un “que no, que era broma”.
Pero no, no fue broma. Entre nuestras fronteras ha habido un genocidio que hoy ni tan siquiera está reconocido por nuestras instituciones. Partiendo de esa base, difícil es que un franquista pronuncie la palabra perdón. La naturaleza se está encargando de borrarlos del mapa sin que hayan cumplido con su deber humanitario.
Por otra parte, y aquí viene otro tema más polémico si cabe, pensé también en el perdón en lo que tiene que ver con ETA. Mucho se está hablando ahora sobre ello. Honestamente, aquí no podría opinar más que cualquier ciudadano con la conciencia medianamente intacta (recuerdo: hay bastantes que no la tienen) y diría lo obvio, que también las víctimas de la banda terrorista indudablemente merecen que se les pida perdón. Aquello que me detiene a reflexionar más detenidamente es porqué no lo piden los que lo tienen que pedir. Supongo que mucho tendrá que ver con la indiferencia que sintieron en el momento que asesinaron a cada una de las personas que ahora podrían estar vivas si ETA no hubiera existido.
Y por último, aquí ya no me andaré con pies de plomo, diré que creo firmemente que el conjunto de la clase política española nos debe pedir perdón todos los días de aquí hasta que cada uno de nosotros recupere los que nos han arrebatado, que no es sólo el trabajo, sino las ilusiones, esperanzas y sueños que pensábamos invertir en nuestro futuro, todas esas cosas que se han traducido ahora en indignación, cabreo y exilio forzoso. Tenemos una vida pero nos han arrebatado buena parte de sus motores aunque, por suerte, no todos. Eso exige que nos pidan perdón.
También es cierto que el perdón necesita tiempo para madurar en la mente del que debe pedirlo. Por eso, sin ser excusa lo que acabo de escribir, el presentismo de los temas que tienen que ver con ETA y con la inutilidad de los políticos españoles juega en contra de la exigencia de perdón por parte de sus víctimas. Respecto a los franquistas, yo ya diría que su eterno “Y Paracuellos, qué?” no nos brinda un buen escenario a los demócratas, su disociación con la realidad no les hace ser conscientes de que deben pedir perdón.
En fin, volviendo a Rwanda, las intensas lecciones de humanidad que aprendí de los ruandeses me hicieron observar la supuesta modernidad occidental heredera de Freud, siempre aquejada de mil males mentales, como una niña malcriada que tiene mucho que aprender de la injustamente presentada como simple forma de vida de la Madre África. Hay lecciones más allá del diván. El verdadero Freud puede que sea negro.
0