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Mamá, quiero ser youtuber

Chus Villar

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Ya ha pasado de moda el tiempo en que los niños querían ser futbolistas o cantantes, ahora con lo que sueñan es con ser youtubers. Es lógico, podrían pasarse horas delante de una pantalla sin que medie la intervención paterna, comentando lo que les venga en gana y encina ganando dinero, en ocasiones, mucho dinero: los tres youtubers (usuarios que tienen un canal propio en YouTube) más seguidos del mundo, PewDiePie (más de 43 millones de suscriptores y más de 11.600 millones de visualizaciones), HolaSoyGerman y Smosh, suman unos ingresos anuales mínimos de 1.248.600 euros.

En España, los reyes son ElrubiusOMG, Vegetta777 y TheWillyRex tienen más de 10, 8 y 6 millones de seguidores, respectivamente. Elribuis gana un mínimo de 22.100 euros al mes. Las diferencias de género en el ámbito laboral también llegan a este novedoso sector, pues los mejor pagados y los más numerosos son hombres, y además las mujeres suelen dedicar sus espacios a aspectos como la moda y la belleza. Es el caso de las valencianas Aishawari y Esbatt, hermanas que suman más de 35 millones de reproducciones.

Hombres y mujeres youtubers coinciden en su juventud, pues no suelen superar los 25 años. Sus seguidores, muchos de los cuales protagonizan un auténtico fenómeno de fans al estilo de lo que hasta ahora ocurría en el mundo de la música, son también jóvenes, incluso niños, que aprenden a mejorar sus habilidades en los videojuegos o se echan unas risas con los videos de sus ídolos. Y es que estas son las principales temáticas de estos nuevos líderes del entretenimiento digital: los tutoriales sobre videojuegos y el humor, aunque a muchos, especialmente padres u otros adultos salidos de la veintena no les hagan muchas veces ni puñetera gracia.

La verdad es que la mayoría de producciones de los youtubers no son ningún prodigio de la creatividad ni en la forma ni en el fondo. Sus vídeos de humor no están a la altura de los de los grandes cómicos y el lenguaje que utilizan está lleno de muletillas y tacos. Se trata de una forma de entretenimiento trivial, de baja calidad, sin aspiraciones artísticas ni objetivos educativos, morales o de mover a algún tipo de acción cívica.

El problema es que para muchos niños y jóvenes no son una opción más de pasar un rato, que combinen con otras alternativas culturales y de ocio de un cierto nivel, sino que constituyen la principal vía de entretenimiento y contacto con Internet. Ya no es raro que muchos jugadores de videojuegos pasen más horas observado cómo juegan y comentan otros que jugando.

Y ya no es sólo el tiempo que las nuevas generaciones pasan ante sus ordenadores, tabletas o móviles consumiendo vídeos que poco aportan a su crecimiento intelectual, sino que se están creando un modelo poco constructivo socialmente y poco realista de su futuro, pues muchos piensan que pueden forrarse poniéndose delante de una webcam a decir la primera chorrada que se les pase por la cabeza.

Este fenómeno no es achacable a los avances tecnológicos y a la supremacía de la comunicación digital, sino al uso que se ellas hacemos en nuestra sociedad. Los niños acceden cada vez más pronto a los dispositivos conectados a Internet y a las redes sociales, y en demasiados casos los jóvenes utilizan las nuevas tecnologías sin la necesaria supervisión paterna en cuanto al tiempo, los contenidos y la prevención de los riesgos existentes. Internet no es el único medio que exporta la superficialidad como ideal, también lo hace especialmente la televisión, en todos esos realites y programas del corazón en los que además frecuentemente se eleva a categoría de normal la falta de respeto y la vulneración de derechos fundamentales como los del honor o la intimidad, o en demasiadas ocasiones se perpetúan estereotipos sexistas y modelos físicos estandarizados.

En consecuencia, al igual que está en nuestra mano echar a perder la tremenda capacidad e influencia social y educativa de los medios de comunicación, también lo está aprovecharlos en el sentido contrario. Es una tarea que debe involucrar a toda la sociedad: las familias tienen la responsabilidad de controlar y educar en el buen uso de los medios y las tecnologías, y de ofrecer canales de ocio y cultura alternativos; la escuela y los departamentos de educación y cultura de las administraciones públicas pueden programar actividades en las que se incida en estos aspectos, y por otro lado, otras en las que se practique la producción audiovisual, de forma que niños y jóvenes encuentren las herramientas para diseñar y llevar a cabo producciones sencillas pero que aporten innovación, creatividad y valores. Finalmente, urge también que los medios de comunicación, sobre todo la televisión, sean gestionados por consejos con una verdadera participación y poder de decisión de las organizaciones de la sociedad civil, para encauzar la programación hacia criterios de calidad y refuerzo de los valores democráticos.

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