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Dominguerofobia o domingofobia: problemas de las sociedades basadas en la aceleración

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Recientemente se hacía viral en Twitter la frase “Domingueros de mierda. A vuestra puta casa” pegada a una señal de tráfico de la valenciana localidad de Xàbia que, también en la red social, despertó muchas reacciones del tipo «Xàbia se ha vuelto inhospitalaria».

No podemos obviar que una reacción de este tipo, que no es ni mucho menos nueva, es propia de personas de nuestro tiempo. Manifiesta una valoración acorde con el marco cultural occidental impulsado durante los últimos trescientos años que tan bien puede reconocerse en la tesis del derecho de visita propuesta por Kant en el clásico La paz perpetua: “el derecho a presentarse a la sociedad, que tienen todos los hombres en virtud del derecho de propiedad en común de la superficie de la tierra, sobre la que los hombres no pueden extenderse hasta el infinito, por ser una superficie esférica, teniendo que soportarse unos junto a otros y no teniendo nadie originariamente más derecho que otro”.

Cabe pensar que quienes residan en localidades con mucha afluencia de domingueros no piensen en la primera acepción propuesta por la RAE, la aséptica «Propio del domingo», sino en la segunda, la despectiva: «Dicho de una persona: Que solo sale a divertirse los domingos y festivos». Sin embargo, si solo queremos tildar de poco hospitalarios a quienes critican a los domingueros, debemos tener en cuenta al menos dos cuestiones. En primer lugar, existe la posibilidad de confundir la parte con el todo. En el caso de Xàbia, no sabemos si esa expresión sería compartida por todos los xabiens y todas las xabienques. Posiblemente no. En segundo lugar, corremos el peligro de reducir excesivamente el análisis al plano de la responsabilidad individual, dejando de lado la dimensión institucional y estructural.

Gran parte del aparato institucional que impulsa el turismo suele acordarse de Kant para reivindicar su derecho de visita, pero omite sistemáticamente dos reservas del filósofo que son muy útiles para reflexionar sobe el caso de Xàbia. En la primera de ellas podemos encontrar un auténtico criterio para evaluar los actos de irresponsabilidad individual de los domingueros: debemos ser hospitalarios siempre y cuando el visitante «se comporte amistosamente». En la segunda, podemos obtener las bases para ir más allá del plano individual: no hay que confundir el derecho de visita a presentarse en cualquier sitio con el derecho de huésped. Incluso para Kant, esto último ya se trataba de un «contrato especialmente generoso».

Los domingueros ejercen, en su totalidad, un derecho de huésped a ojos de quienes residen en una localidad. Quienes residen en una localidad habitualmente son incapaces de ver la singular búsqueda de felicidad que puede movilizar a cada dominguero. Lo que se les presenta en ocasiones es una marabunta que domingo tras domingo ejerce su derecho de huésped.

En base a esta idea, resulta evidente que el problema planteado por la pegatina de Xàbia requiere de una mejor acotación terminológica que puede justificarse a la luz de la distinción entre turistofobia y turismofobia. De la misma manera que cuando aparecen conatos de turistofobia en ciudades el problema no es que haya turistas, sino sólo turistas, y por ello conviene recurrir a la idea de turismofobia para no ceñir el problema a la aversión individual a las personas, sino extenderlo al impacto que genera el turismo como un fenómeno socioeconómico, quizá sea útil ir más allá de la «dominguerofobia» y pensar desde la «domingofobia».

Darle sentido al uso de este nuevo concepto no supone diluir la capacidad de crítica que requiere el análisis de los domingueros en casos como el de Xàbia. El domingo no tiene culpa de nada. Ni siquiera es un agente pasivo. Solo es un día, una suerte de a priori para el mundo sensible. Llegado el domingo, pasan cosas. Si el domingo se presta a realizar excursiones es porque a nivel institucional así se predispone. Basta con echar un vistazo al artículo 37 del Estatuto de trabajadores que regula el descanso semanal.

También es cierto que el hecho de que un día sea apto para viajar no implica necesariamente que la gente se movilice ese día. Por ello se vuelve inevitable una pregunta: ¿Por qué se movilizan los domingueros? Las clasificaciones realizadas a partir de estudios empíricos podrían ofrecer una aproximación a esta pregunta. Pero es muy difícil encontrar en ellas una respuesta cerrada debido a la vasta casuística y los cambios en las intenciones. Por ello una alternativa es alejarse de la singularización del problema en los domingueros y prestar atención a dos circunstancias entrelazadas ante las que la domingofobia cobra sentido: una socioeconómica y otra sociocultural.

Para la mayoría de nuestras sociedades, donde la asignación de recursos se produce por vía competitiva, no es fácil dejar de crecer, innovar y acelerar, es decir, de producir más en la misma unidad de tiempo, o lo mismo en menos tiempo. Y, para hacerlo, como sugiere el teórico crítico alemán Hartmut Rosa, hemos desarrollado un correlato cultural que consiste en hacerlo todo disponible. En el caso de los domingueros, resulta evidente que es necesario incluso hacer disponible un día de la semana: el domingo.

La tradicional articulación de fuerzas entre diferentes administraciones dentro de la Comunitat Valenciana para fomentar el turismo de domingueros o de «neverita» es un ejemplo de una dinámica que se ve reforzada incluso en el plano académico por quienes proponen el turismo de proximidad como alternativa al impacto negativo medioambiental de los desplazamientos de larga distancia. Al fin y al cabo, responden a la idea de que «no aprovechar» un domingo para generar recursos es «desaprovecharlo».

No cabe duda entonces de que si la necesidad de mantener viva la máquina aceleratoria pueda hacer del domingo un día cada vez más utilizado para ejercer de dominguero, las políticas —especialmente las turísticas— se enfrentan de manera continua al composibilismo. Este es el término utilizado por el filósofo alemán Peter Sloterdijk en su Tractatus Philosophico-Touristicus para señalar la necesidad que tienen las políticas de enfrentarse continuamente a la decisión menos mala de entre las posibles.

Desde este punto de vista, no es conveniente aparcar una cuestión incómoda: si la opción menos mala es contribuir no solo a que un pueblo o ciudad esté disponible 24 horas durante 6 días a la semana, sino también los domingos. El riesgo que presenta este impulso ya es conocido por muchas localidades y puede que aún sea lejano para muchas otras, pero hay que estar atentos. Podría sumar a la turistofobia y a la turismofobia dos nuevos problemas: la dominguerofobia y la domingofobia.

  • José Luis López Gonzalez es doctor en filosofía moral y docente en la Universitat Jaume I, donde investiga sobre aceleración social y turismo.
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