Sobre el uso de identidades excluyentes
“Viva la España abierta, solidaria, diversa y moderna”, escribió en Twitter el presidente del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez, antes de acudir al desfile del 12 de Octubre, en el que volvió a ser abroncado e insultado por la caterva sectaria, reaccionaria y extrema que copa la celebración en medio de un indisimulado regocijo de la derecha política y mediática. Una “fiesta nacional” así enmarcada es obvio que excluye a una mayoría de la sociedad que dice representar y que reduce lo español a una concepción de la que solo pueden formar parte a la fuerza amplios sectores sociales y de opinión.
Las identidades excluyentes apenas disimulan el miedo a la libertad y a la diversidad. Y siempre deterioran la calidad de la convivencia y de la democracia. En Catalunya, en otro tiempo admirada por la vocación transversal y el alcance cívico de su catalanismo, por ejemplo, se puede comprobar cómo ha tomando cuerpo al calor del enfrentamiento con el Estado una versión del independentismo que ya se nutre de encontrar traidores a la causa hasta en las propias filas. No se trata solo de un mal síntoma. Es también la exclusión identitaria un pésimo instrumento para construir algo nuevo, como revelan las peripecias del desafortunado procés, mientras resulta demasiado útil para quienes persiguen la involución y el retroceso. La extrema derecha, con su nacionalismo español de aliento posfranquista, ha encontrado una fuente de alimentación impagable en un tipo de conflicto identitario que los valencianos, hijos de un país lingüística, cultural y territorialmente complejo, conocemos bien.
Unos días antes del desfile militar de Madrid, en la Comunidad Valenciana se celebraba el 9 d'Octubre, “fiesta nacional” de otra historia y a otra escala, la de la antigua Corona de Aragón, en una de esas Españas tan reales como diversas. En su breve discurso introductorio al acto oficial que cada año se desarrolla en el Palau de la Generalitat Valenciana, la vicepresidenta Aitana Mas reivindicó la conmemoración como “una fiesta de encuentro, una fiesta de inclusión”. Representante del valencianismo político de izquierdas como integrante del Gobierno del Pacto del Botánico, Mas recordó que la fundación de una nueva realidad institucional por parte de Jaume I hace casi ocho siglos fue fruto de una victoria que también supuso para otros una derrota, recordó a los moriscos y los judíos (ignominiosamente expulsados) como víctimas de episodios de los que no podemos enorgullecernos y aseguró: “Hoy reivindicamos las Fallas, los Moros y Cristianos, el Misteri d'Elx, el Corpus, las Gaiates, la verbena de Sant Joan, els Peregrins de les Useres, los Carnavales y las Fogueres y, ¿cómo no?, Sant Dionís, día de los enamorados valencianos, y su 'mocadorà', pero también reivindicamos el 8 de marzo, el 'Friday for future', el Orgullo LGTBI, las Trobades de la escuela en valenciano y el 'no a la guerra”.
La vicepresidenta recordó que este año se cumplen cuatro décadas del Estatut d'Autonomia y elogió la vocación de “cohesión social” de quienes han contribuido al desarrollo del autogobierno, pero puntualizó que la voluntad con la que se construye la historia “tiende a olvidar la represión, el miedo y las discrepancias” y recordó la muerte de Miquel Grau, asesinado por un ultra en los albores de la autonomía, y los atentados con bombas contra Joan Fuster, el autor de Nosaltres, els valencians, de quien se conmemora el centenario de su nacimiento. Los espacios históricos y de celebración, los afectos de quienes pensamos y sentimos diferente, pueden encontrar un hermanamiento, vino a decir Aitana Mas, en una valencianidad inclusiva.
No era mera retórica sino una respuesta solemne, porque la víspera del 9 d'Octubre el líder del PP en la Comunidad Valenciana y presidente de la Diputación de Alicante, Carlos Mazón, que aspira a presidir la Generalitat, y la portavoz en las Corts Valencianes, María José Català, a su vez aspirante a la alcaldía de València, anunciaron en un acto público que, si llegan a gobernar de nuevo (algo que, dicho sea de paso, solo podría ocurrir con el concurso de Vox), promulgarán una ley de señas de identidad que prohibirá las subvenciones o la financiación pública de entidades que hagan “apología del separatismo” o “menoscaben la autonomía” en cuanto a la “denominación de su territorio, bandera, himno y lengua propia”. No habrá sitio para la discrepancia o la disensión.
Como la española en su conjunto, la derecha valenciana hace tiempo que solo se mueve ideológicamente hacia atrás. La ley de señas de identidad, una norma sectaria como pocas, inspirada por el anticatalanismo visceral que alienta las posiciones reaccionarias desde los tiempos convulsos de la transición, fue una de las últimas que aprobó el PP cuando se le escapaba el poder de las manos y la primera que derogó la izquierda cuando llegó a la Generalitat Valenciana en 2015. Ahora amenazan: “Lo volveremos a hacer”. Toda una declaración de intenciones.
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