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CV Opinión cintillo

La marginación científica de las mujeres

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¿Quién destruyó la fe, la piedad, la paz de la casa de Abraham? Una mujer: Agar. ¿Quién trató de perder a José? Una mujer: la mujer de Putifar. ¿Quién hizo a Sansón un desgraciado? Una mujer: Dalila. ¿Quién hizo culpable a Salomón? Mujeres extranjeras. ¿Quién hizo a Acab un impío y un homicida? Una mujer: Jezabel. ¿Quién decidió a Herodes a decapitar a San Juan Bautista? Una mujer: Herodías. ¿Por qué Enrique VIII se hizo un hereje y separó a Inglaterra de Roma? Por una mujer: Ana Bolena. ¿Por qué Lutero se rebeló contra Dios? Por una mujer: Catalina Bora. Es historia siempre antigua y siempre nueva: Lucifer se sirvió de Eva para hacer caer a Adán. Hoy se sirve de las nuevas Evas para hacer caer con la mujer al hombre y la sociedad. Catecismo de la Doctrina Cristiana. Texto Nacional, 1962.

Tras la lectura de este texto (podría entresacar otros) se puede comprender cómo se inculcó a nuestras abuelas por parte de la Iglesia católica durante el franquismo un complejo patológico de culpabilidad, una bajísima autoestima, que les llevaba a ser sumisas y obedientes a todas las demandas del hombre, y a aceptar que solo en las tareas domésticas del hogar y en la maternidad se realizaban como mujeres, que el marido tenía derecho a pegarles o violarlas, y que su inferioridad mental les impedía sacar dinero de un banco o firmar documentos. Si bien el catolicismo muestra a lo largo de la historia el summum del desprecio a la mujer, también muchos filósofos dejaron plasmado su desdén a la mujer: Aristóteles en Generación de los animales consideró que “el animal hembra es como un macho deforme” y que no puede transmitir alma a sus retoños. Rousseau ejemplifica en su tratado sobre la educación de la mujer: “Habiendo sido demostrado que los hombres y las mujeres no son, ni deben ser formados de manera semejante en temperamento y carácter, se sigue por supuesto que no deberían ser educados de la misma manera”. Fue el filósofo Schopenhauer, misógino enfermizo, quien en el siglo XIX mayor desprecio y odio manifestó: “Las mujeres son estúpidas, enemigas y malévolas por naturaleza” (valga decir que hoy su libro El arte de tratar a las mujeres produce sonrojo cuando no risa). Redondeó la misoginia Sigmund Freud negando –con su verborragia anticientífica- la igualdad y la sexualidad de la mujer y afirmando su envidia del pene.

Como vemos, la consideración de la naturaleza de la mujer hasta el siglo XX fue minusvalorada al punto de considerarla diferente, imperfecta y maligna respecto a la del hombre. Hubo excepciones, como la del filósofo cartesiano de 1673 François Poullain de la Barre quien en su libro De l’egalité des deux sexes escribió que las mujeres eran tan perfectas, capaces y nobles como los hombres, sentenciando que “la mente no tiene sexo”; y fue la feminista Mary Wollstonecraraft en Una reivindicación de los derechos de la mujer (1792) quien argumentó con vehemencia a favor de la naturaleza racional de las mujeres y en contra de la educación que recibían basada en las aficiones triviales, en las apariencias y en la lectura de novelas rosas: “Fortalezcamos la mente femenina expandiéndola, y será el fin de la obediencia ciega”. Pero, salvo pocas excepciones, la primera ola del movimiento feminista se da en el siglo XIX en EEUU durante la Convención Seneca Falls de 1848, donde las participantes negaron una naturaleza distinta entre hombres y mujeres y se manifestaron también por conseguir el derecho al voto y como abolicionistas trabajaban por poner fin a la esclavitud. La segunda ola del feminismo suele ubicarse a mediados del siglo XX, cuando a la liberación los derechos de la mujer unen otros derechos civiles y protestas por la guerra del Vietnam. Esta segunda corriente tuvo como precursora a Simone de Beauvoir y su teoría del “construccionismo social” sobre el género: “La mujer no nace, se hace”. Wollstonecraft y Beauvoir comparten la presuposición de que hay una naturaleza humana general y que es necesario un cambio político y social para que el núcleo racional y libre del ser humano se manifieste en las mujeres.

La tercera ola data de los años 90, cuando las mujeres negras explicaron cómo su naturaleza humana con respecto a las blancas sufría también discriminación, desarrollando el concepto de “interseccionalidad” para expresar la idea de que nuestras identidades sociales son complejas mezclas de posiciones sociales como raza, clase y género, y que las teorías feministas deberían reflejar este hecho. El feminismo contemporáneo apela a la “mismidad”, a la noción de una naturaleza humana común para darle una base irrefutable a las peticiones de tratamiento y derechos igualitarios para las mujeres. Hay ya una llamada a la igualdad de género como componente necesario para la justicia social. En una actual cuarta ola se han centrado en reflexionar que hay una continuidad entre la normatividad biológica y la normatividad característica del mundo social: no hay una brecha considerable entre dos tipos de normatividad ante la concepción biológica de la naturaleza humana y una concepción meramente ética, sino un continuum de normatividad que va desde el mundo biológico de órganos y organismos hasta el mundo social y los roles y agentes sociales. Esta perspectiva nos permite entender la acción humana como algo siempre engarzado en una red de relaciones y normas sociales, y de este modo se adapta a la idea feminista de que los humanos somos seres interdependientes y no los individuos autónomos que versiones machistas presuponen.

El pasado 11 de febrero se celebró el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Mientras que muchas adolescentes de institutos se pusieron batas blancas y colocaron en la puerta de cada clase cartulinas con el nombre, la foto y una frase importante de científicas desconocidas –todas salvo Marie Curie- escuché a algunos hombres que se ‘quejaban’ considerando que las mujeres “se están pasando pues ya tienen su Día Internacional para la Eliminación de la Violencia de Género, y su Día Internacional de la Mujer”. El reproche es injusto, pues estamos celebrando tres días necesarios. Uno remarca la igualdad, dignidad y empoderamiento de la mujer; otro es importantísimo dados los constantes maltratos y asesinatos que sufren las mujeres; y otro reivindica la exclusión histórica de la mujer de la esfera científica e investigadora debido a los roles de género inculcados.

He incidido en la concepción de la naturaleza humana de las mujeres para –contraponiéndolo con la cita que inicia el artículo y los autores misóginos- repasar conceptos que todavía no son comprendidos y asumidos por parte de la población. Creo que es importante recordar estos conceptos, y destacar cómo por culpa de ello y por la negación de su sentido y pertinencia subyace una demagogia dañina que los tacha como pura y artificiosa ingeniería social y genera roles y estereotipos defendidos por la extrema derecha. 1.- SEXO: Es el conjunto de características físicas, biológicas, anatómicas, y fisiológicas de los seres humanos. 2.- GÉNERO: Es, en cambio, algo dinámico que se expresa mediante las acciones, la conducta. Esto significa que no puede ser conocido de un modo fiel realizando mediciones objetivas. El género es un fenómeno psicológico y simbólico. Género y sexo pueden estar disociados y solo parecen estar unidos a causa de un tipo de presión social heredado a través de generaciones en una secular historia patriarcal. El rol de género es la manifestación pública de la identidad de género, que es la percepción que tiene cada persona acerca de sí misma con respecto a sentirse hombre o mujer (y su inclinación homosexual, heterosexual, bisexual, intersexual...) Dentro de las sociedades actuales existen cuatro principales roles de género: 1.- Los rasgos de personalidad. 2.- El comportamiento doméstico. 3.- Las diferentes ocupaciones. 4.- El aspecto físico. Todo ello conlleva unos estereotipos de género que son ideas arraigadas en la sociedad relacionadas con cuáles deberían ser los roles diferenciales de los hombres y las mujeres. No tienen ninguna base ni justificación científica o demográfica y se dictan tanto de manera consciente como inconsciente. El fondo filosófico-teológico para negar el constructo “género” y mantener roles diferentes a hombres y mujeres es fundamentalmente una creación y afianzamiento de las religiones monoteístas. Hoy el feminismo humanista de Nussbaum o de Mikkola responde a las demandas de igualdad y justicia como equidad y desarrolla una completa visión positiva de la naturaleza humana entendida como un lote de diez capacidades que caracterizan la vida humana, hacen que la vida merezca vivirla y sacan a la luz todo trato inhumano.

Por otro lado, cabe recordar que el derecho de las mujeres más marginado y difícil para conquistar es el del mundo de la ciencia, y por ello la necesidad del reciente Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia. De hecho, el primer país que permitió a las mujeres estudiar Medicina fue Francia en 1869; y la primera mujer en conseguir un doctorado en Medicina fue Madeleine Brès, en 1875. Desde 1901 que se creó, el Premio Nobel de materias científicas se ha concedido a 591 hombres galardonados, pero solo hay 12 mujeres en Medicina, 3 en Química y una en Física: es decir solo 16 mujeres. Esta disparidad tan patente hombre/mujer exhorta legítimamente a celebrar un Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, y a revisar e incluso cambiar los currículos en los que en todas las asignaturas las mujeres brillan casi por su ausencia. Aunque en una lista de características estereotipadas tradicionalmente se ha asignado a la mujer que era romántica, miedosa, intuitiva, dependiente, coqueta, débil, fiel, sensible, familiar, cuidadora, sensual, charlatana, inestable emocionalmente…, todos los estudios científicos actuales demuestran que estos calificativos vienen impostados por la educación desde niñas. Muy al contrario, esos mismos estudios muestran que casi todas las mujeres tienen una gran curiosidad y pasión por la investigación y la lectura, por la constancia y la creatividad. De aquí podemos colegir también la acertada frase de Karl Marx: “No es la consciencia de los hombres lo que determina su ser, sino por el contrario, es su ser social lo que determina su consciencia” –y es que para la actual filósofa feminista Silvia Federici, Karl Marx ha contribuido enormemente al desarrollo del pensamiento feminista-.

Quisiera finalizar el artículo, ya que estamos en el País Valenciano, citando a una gran investigadora valenciana ya reconocida internacionalmente y que puede ganar un Premio Nobel: María Blasco, bióloga molecular, especializada en la telomerasa, y los telómeros, y en la tecnología que permite conocer su longitud y la previsión de división celular y, por tanto, la expectativa de vida –esperanza de vida individual- según esas variables y la posibilidad de su tratamiento. Es cierto que la luz de los descubrimientos científicos es muy fecunda: “Más luz! Más luz!” exclamaba Goethe. Las feministas sostienen que lo que es incorrecto es el trato deshumanizador y marginal que sufren las mujeres y que con ellas la ciencia conseguiría más luz.

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