A propósito del Día Mundial de la Libertad de Prensa
En el Día Mundial de la Libertad de Prensa, hemos asumido como normal denunciar que en nuestro país el periodismo no se puede ejercer con libertad. ¿Cómo puede ser esto normal? ¿Cómo puede ser normal en una democracia tener que estar reclamando la derogación de una ley mordaza que sanciona a periodistas por hacer su trabajo?
No es normal ser periodista en este país y tener que enfrentarse a un juicio. Es lo que le pasó a Mireia Comas, una fotoperiodista que fue detenida por los Mossos cuando cubría un desahucio y acusada de atentado contra la autoridad.
Es por eso que la asamblea de la Unió de Periodistes Valencians decidió este año aprovechar el premio Llibertat d’Expressió para denunciar la represión que para los periodistas y fotoperiodistas supone todavía la aplicación de las leyes mordaza. Mireia Comas recogerá el premio en nombre de todo el colectivo, porque su caso es tristemente un ejemplo, y no una excepción.
De hecho, la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información –a la cual por cierto también hemos dado el premio libertad de expresión- ha denunciado que organismos como Naciones Unidas, la Comisión Europea o la Unesco han alertado de límites a la libertad de expresión en España.
El deterioro de la libertad de prensa y de las condiciones para el libre ejercicio del periodismo son también hoy una realidad del día a día, más allá de las consecuencias nefastas de las leyes mordaza. Nos estamos acostumbrando a los vetos de partidos políticos a periodistas y medios de comunicación, a las ruedas de prensa sin preguntas, al ataque constante a los medios públicos, al señalamiento de periodistas… Asistimos a una estrategia intolerable y peligrosa de excluir la voz de quien tiene que fiscalizar el poder. Sin negar nuestra propia culpa y responsabilidad en el desprestigio de la profesión, es un intento de minar la credibilidad de la ciudadanía en el periodismo.
Pero sin periodismo, lo que queda es mera propaganda, que nada tiene que ver con los derechos constitucionales de periodistas y ciudadanía relacionados con la libertad de prensa y de información. Como siempre decimos, sin periodismo no hay democracia. Y quien desprecia la función democrática de nuestra profesión, ya sabemos que desprecia también la democracia.
La paradoja es todo lo vivido en el año de la pandemia, donde el periodismo fue considerado una actividad esencial. ¿Por qué? Porque había que seguir informando a la población durante los meses más duros del confinamiento. El periodismo no podía cerrar. El periodismo no es prescindible porque tiene una función de servicio público.
Sin embargo, a pesar de ser considerado como una actividad esencial, el periodismo y sus profesionales han sufrido –y continúan sufriendo- los límites a la libertad de información, ahora con la nueva excusa de la pandemia. La pandemia y las medidas sanitarias como excusa para restringir el libre ejercicio de una profesión esencial. ¿Tiene algún sentido?
¿Tiene algún sentido impedir el acceso de periodistas y fotoperiodistas a los actos con la excusa de un aforo restringido que no se practica con el resto de invitados? ¿Tiene algún sentido querer informar a la ciudadanía mediante las señales pool que únicamente transmiten un punto de vista? ¿Tiene algún sentido alejar a los periodistas de los acontecimientos dándoles la única opción de seguirlos vía pantalla de televisión? ¿Tiene algún sentido una rueda de prensa con preguntas de periodistas filtradas o censuradas previamente por los gabinetes de comunicación? ¿Tiene algún sentido aplicar una desescalada en todos los ámbitos excepto en el del periodismo?
Sí, el único sentido es el intento de limitar la libertad de información. Una vez más.
Por cierto, quien está pidiendo ejercer la profesión con libertad somos los periodistas que, cuando no había mascarillas y la población estaba confinada para proteger la salud, salíamos a la calle sin protección, sin saber muy bien qué era todavía el coronavirus. Somos los periodistas que, a pesar de no cerrar los medios, hemos sido enviados a un ERTE o hemos visto recortar nuestros ingresos por la cancelación de las colaboraciones freelance. Somos los periodistas que, a pesar de ser esenciales, hemos sido tratados como personal totalmente prescindible.
No solo esto, sino que continuamos con la soga de la precariedad y los despidos. Esto también está muy relacionado con el impacto negativo de la pandemia sobre la libertad de información. Por eso salimos a la calle en diciembre, en una protesta unánime de toda la profesión donde reclamamos al Consell un plan de ayudas públicas para el sector vinculadas al mantenimiento de los puestos de trabajo. Un plan que continuamos exigiendo y que tiene que servir para fortalecer unos medios de comunicación sin los cuales la democracia será más débil. Eso sí, queremos medios con periodistas.
A los poderes públicos les decimos que sin periodismo no hay democracia, pero a las empresas periodísticas les recordamos que sin periodistas no hay periodismo.
Por eso hoy queremos recordar a periodistas como David Beriain y Roberto Fraile, asesinados en Burkina Faso cuando trataban, simplemente, de hacer periodismo. El periodismo honesto de narrar esa realidad olvidada y silenciada. Periodismo, al fin y al cabo.
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