Retención de gases a la valenciana
Nuestro antiguo reino, ectoplásmico país o estatutaria comunidad de propietarios, estas tierras valencianas, en fin, andan ultimamente aquejadas por un insoportable mal de gases. Los vecinos de Vinaròs son quienes más han padecido unas molestias, motivadas en su caso por el proyecto de la firma Castor de convertir en almacén de gas natural un yacimiento petrolífero agotado, situado frente a su costa. Para ello la empresa inició hace unas semanas la inyección del gaseoso elemento, actividad que se ha visto obligada a paralizar ante los retorcijones sísmicos que han encendido todas las alarmas en la localidad castellonense, sacudida por decenas de terremotos desde que comenzaron las operaciones.
Pero el problema generado por esta retención de gases que no hallan su salida natural en un consumo energético noqueado por la crisis, no afecta solo a esta población famosa por sus sabrosas gambas y su peculiar carnaval. Pocos kilómetros más al sur, en las históricas tierras saguntinas, la regasificadora de Saggas también trata de aliviar la presión del exceso de gas sobre sus tanques de almacenamiento mediante el expeditivo recurso de pegar fuego a los excedentes. De este modo, desde hace meses, una gigantesca llama corona la antorcha de sus instalaciones, recordando a quien la ve el sinsentido de un modelo energético que acaba destruyendo ese preciado elemento que en las campañas publicitarias nos invitan a consumir con prudencia y racionalidad.
En cualquier caso, no deja de ser significativo que tan polémicas alternativas a la acumulación de gases se hallan puesto en marcha precisamente aquí, en esta comunidad de vecinos que un día fue un reino y nunca le dejaron llegar a ser un país. Y es que de todos es bien conocida la histórica afición cultural que los valencianos siempre han demostrado por los gases retenidos, una escatología huertana que según Vicente Molina Foix nos identifica tal y como, a su juicio, queda plasmado en el filmografía de Luis García Berlanga. La misma inclinación antropológica que ya por 1737 llevó al humanista Manuel Martí, natural de Oropesa y teólogo por la universidad de Valencia, a escribir su famosa Defensa del Pedo, Pro crepitu ventris.
Por desgracia, lo que tradicionalmente fue proyectado como un sonoro viento libertario, tan alegre como irreverente, ha terminado derivando en una ventosidad sin salida que lleva décadas atenazando a los valencianos en un estreñimiento sin futuro. No es extraño por ello que las compañías gasísticas hayan puesto su mirada en unas comarcas valencianas que a lo largo de todos estos años han mostrado tan buena disposición para aguantar flatulencias tan hediondas como el asunto Naseiro, Terra Mítica o el caso Brugal; eructos autocomplacientes a lo Carlos Fabra, o aires putrefactos emanados del Gürtel, el Noos, los inodoros de la conselleria de Rafael Blasco y de los intestinos de tantas decenas de amiguitos del alma. Demasiados gases retenidos, en fin, que si no se pone remedio, tarde o temprano, acabarán por explotar.