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Exorcismo para una cultura con alma blanca

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Al vicepresidente valenciano, Vicente Barrera, le pasa con su visión de la cultura lo mismo que al personaje negro de la novela de Alberto Insúa: que solo resulta aceptable si tiene el alma blanca. Aquella novela fue todo un éxito en su día, y hasta Benito Perojo dirigió un par de versiones cinematográficas, la primera en 1927 con Concha Piquer de protagonista. Ignoro si el también conseller de Cultura ha leído a Insúa o ha visto alguna de las adaptaciones de Perojo. Lo que sí ha dejado claro el exmatador de toros y dirigente de Vox es su determinación a la hora de defender, al precio que sea, una cultura blanca. No solo una cultura de marca blanca, una “cultura Hacendado”, sino una cultura que, sobre todo, tenga el alma blanca.

En una arriesgada pirueta intelectual, el dirigente ultraderechista se apoya, seguramente sin ser consciente de ello, en las ideas de Ngũgĩ wa Thiong’o, autor del ensayo Descolonizar la mente. Para Barrera, las políticas culturales de la izquierda no hacen más que colonizar las mentes, así que se ha propuesto como misión histórica descolonizarlas. Pero para no ser confundido con el escritor keniano, o con un izquierdoso seguidor de los estudios culturales de la escuela de Birmingham, o con un recalcitrante gramsciano, la vieja gloria del toreo va más allá en sus planteamientos: no basta con descolonizar las mentes, hay que descolonizar las almas. Sin embargo, como el conseller de Cultura admite sin tapujos que no pretende hacer política cultural, tendremos que pensar que en realidad lo que persigue desde su cargo en el Consell es, siguiendo la tradición de Sant Vicent Ferrer y los rezos del rosario en Ferraz, promover un exorcismo: expulsar los demonios del alma cultural como única forma de garantizar su inmaculada blancura.

Esto explicaría su histrionismo inquisidor al entonar su vade retro presupuestario a los demonios de Fuster y Estellés. Y permite comprender también el fulminante despido de José Luis Pérez Pont del Consorci de Museus. Porque las supuestas irregularidades formales que se le achacan poco tienen que ver con la decisión tomada. A Pérez Pont se le echa porque no se le perdona su postura crítica frente a la psicotrópica política cultural de los anteriores gobierno de la derecha y, sobre todo, por haber conseguido transformar el Centre del Carme Cultura Contemporánea en el gran referente cultural de Valencia, con un proyecto innovador, democrático, participativo e integrador social y territorialmente para la ciudad y los ciudadanos. Paradójicamente, una apuesta por una cultura contemporánea, esta sí, abiertamente descolonizadora, que interpelaba al espectador sobre los retos y problemas de su tiempo para convertirlo así en un ciudadano crítico y un poco más libre.

Por eso, el éxito cosechado resultaba intolerable; de ahí el afán por denigrar su trayectoria profesional. También la obsesión por evitar que algo así pueda volver a ocurrir, dinamitando para ello los consensos alcanzados en 2007 sobre buenas prácticas en la gestión cultural que impidan las injerencias partidistas. En el fondo se trataba de exorcizar los demonios que, desde su punto de vista, habían anidado en el emblemático centro de la calle Museo, transformado a sus ojos en la nueva Sodoma que había que arrasar y cubrir de sal. Y en cierto modo tiene algo de razón. Porque el Centre del Carme se había convertido en un espacio donde no había diablos con olor a azufre, pero sí espíritus incómodos. Como aquel espíritu rebelde que Mark Fisher rescató de Marcuse: “el espectro de un mundo que podía ser libre”. Contra este espectro la extrema derecha, con la aquiescencia de la derecha, lanza hoy en Valencia el agua bendita de su exorcismo para poder desplegar su cultura con alma blanca. Tan blanca como el color del pañuelo con el que el presidente da inicio a la corrida de toros y marca la señal para que los matadores se aprestan a asestar sus estocadas.

Sin embargo, en lo más profundo de sí mismo, Barrera es consciente de la imposibilidad de ejecutar el descabello sobre un fantasma. Hagan lo que hagan él y su equipo, ese espectro marcusiano les seguirá acechando desde los lugares más inesperados. Por eso no bajarán la guardia; por eso tienen miedo. Y por eso también, nosotros, podemos seguir albergando algunas dosis de aquella melancólica esperanza.

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