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El Show de Nicolás

Simón Alegre

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La retransmisión de las andanzas del “pequeño Nicolás” empieza a resultar ominosa. Desde el mismo tratamiento mediático, ya que el epíteto “pequeño” tiene un evidente significado cariñoso, atenuante. No me parece a mí que la escena sea para celebrarla, pero el caso es que, no sé si será por la cara de querubín, pero el chaval ha caído simpático a determinados sectores mediáticos. Por una parte, le ríen las gracias y, por otra, critican sus picarescas. Porque como picarescas, en la más rancia tradición del pilluelo hispano, se están interpretando diversos delitos. No seré yo quien proscriba el humor de los noticieros, pero se impone un toque de atención.

Por otro lado, las correrías del chico suponen un curioso caso –ahora recuerdo también otro de trastorno de edades, el de Benjamin Button- de salida airosa de la derecha en el terreno de lo políticamente correcto, dominado en España por la izquierda. Se trata de una circunstancia contextual, la de esa hegemonía “moral”, proveniente, como sucede en Portugal, de la relativa proximidad temporal de una dictadura de derechas. En los países del Este de Europa, consiguientemente, se experimenta el efecto contrario.

Sin embargo, la gravedad del afer Nicolás no estriba en las fotos que se haga con actores sociales varios, sino en la detracción de recursos (tangibles e inmateriales) públicos. Lo primero es materia de la prensa amarilla, lo segundo de la justicia. Ambos ámbitos se bifurcan y se colonizan mutuamente en Tele 5, que no es más que el mascarón de proa de una manera pérfida de entender el infotainment.

Quizás sea la información política que nos merecemos. Como los políticos a los que votábamos. Tal vez, tengamos sobrevalorados a los agentes secretos. Ya se sabe, el espía inglés con licencia para matar. Una vez más, la democracia española se queda en cueros. Y no es la única que protagoniza papelones de este calibre. Recuérdense las comunicaciones diplomáticas filtradas por Wikileaks. Algunos cables, toda vez que despojados del contexto que les conferiría su carga más denotativa, ruborizaban hasta al más rudimentario tertuliano del bar de la esquina. Qué tía la C.I.A!

Por lo tanto, conviene no tener en tan alta consideración a los servicios secretos. En España, sin ir más lejos, pagaban con fichas de casino y prostitutas. Y con un gobierno socialista.

En definitiva, lo que se esclarezca del caso Nicolás importa a efectos de dilucidar si se culpa de algo al joven y a sus cómplices necesarios, si los hubiere. Reconozco que no tengo intención de prestar excesiva atención a sus comparecencias mediáticas. Opino que el ridículo ya está servido. Por la chapuza de seleccionar este confidente o por la incompetencia de no advertir –u omitir- la tomadura de pelo del avispado, lo que es igualmente grave. Tampoco se enteraba Esperanza Aguirre de la trama Púnica y bien indignada que salió a repudiar –tarde y mal- a sus compañeros y subordinados. A buen seguro que veremos más súbitas conversiones en adalides de la anticorrupción de esta guisa.

Al final, va a resultar que a todos nos han convertido en reparto de “El Show de Truman” y que Christof es Nicolás.

“Buenos días y, por si no nos volvemos a ver, buenos días, buenas tardes y buenas noches!”

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