Un tuit: Cadena perpetua para la justicia
No tengo twitter. Ni Facebook. No entiendo nada de nuevas tecnologías. Sólo correos electrónicos. Y wasap. Hasta ahí llego. A ningún sitio más. Y como tampoco viajo en avión, es como si aún viviera en el tiempo de los dinosaurios. Seguramente me pierdo muchas cosas. Pero seguro que también gano otras muchas. Por ejemplo, me libro de la cárcel porque al no tener twitter no puedo decir nada chistoso sobre Carrero Blanco. Es lo que le ha pasado a Cassandra Vera, la joven que lanzó unos cuantos tuits sobre el que fue presidente del Gobierno con Franco. Su coche voló como un pájaro por los cielos de Madrid como consecuencia de una bomba colocada por ETA en diciembre de 1973. No sé si añadir algún detalle más de aquel atentado porque, si lo hago, igual me sientan delante del juez y me mandan a purgar mi atrevimiento entre rejas una temporada.
La Audiencia Nacional acaba de condenar a Cassandra a un año de cárcel por aquellos tuits. La sentencia dice que esos tuits suponen “desprecio, deshonra, descrédito, burla y afrenta” a quienes han sufrido “el zarpazo del terrorismo”. No sé si he leído alguna vez más sustantivos poco honorables juntos como en esas dos líneas. Creo que no. Nunca. Es como si el tribunal que ha emitido esa sentencia se hubiera aprendido de memoria un diccionario entero de sinónimos aberrantes o de una tacada todas las novelas de Jim Thompson. Pero la cosa es seria. Y tan seria. Nunca el humor y la ironía han sido tan serios. Y sobre todo: nunca el humor y la ironía han resultado tan peligrosos para quien los usa como una manera de decir lo que quiere decir. Hay que escribir con guantes para decir según qué cosas. Porque escribes un chiste según sobre quién o sobre qué y en vez de invitarte al Club de la Comedia te meten en chirona.
Lo que pasa, en realidad, es que en este país hay ofensas y ofensas, afrentas y afrentas, burlas y burlas, descréditos y descréditos, deshonras y deshonras, desprecios y desprecios. O sea: lo que pasa en realidad es que en este país hay víctimas y víctimas. Por poner un ejemplo que siempre sale a la palestra: no es lo mismo ironizar sobre Carrero Blanco que sobre las víctimas de la dictadura franquista. Unas víctimas, por cierto, que aún duermen en las cunetas como si las cunetas fueran el lugar más honorable que pueden encontrar para su sueño eterno, como diría Raymond Chandler. Pero claro, aquí tenemos una Ley de Memoria que es una broma y por eso se puede uno mofar de esas víctimas sin que pase nada. Les recuerdo algunas de esas mofas. “Algunos se acuerdan de desenterrar a su padre sólo cuando hay subvenciones”: son palabras de Rafael Hernando, portavoz del PP en el Congreso. Otra, esta vez del alcalde de Baralla, en Lugo, también del PP: “Quienes fueron condenados a muerte será porque se lo merecían”. Se refería el hombre, claro, a los fusilados por los franquistas. Y miren ahora ese portento de inteligencia -y de corrupción- que es Martínez Pujalte, cuando era diputado del PP: “¡Habla de tu abuelo! ¡Saca ya a pasear al abuelo!”. Se refería Pujalte al abuelo de Rodríguez Zapatero, fusilado por los fascistas. Y así podría sacar aquí páginas y páginas de sustantivos y adjetivos deleznables contra las víctimas del franquismo, todas ellas en boca de miembros del PP. Pero claro, no es lo mismo hacer chistes sobre unas víctimas que sobre otras. Aquí puedes hablar bien de Franco y de quienes con él convirtieron este país en una carnicería y no pasa nada. Pero si se te ocurre hacer un puñetero chiste sobre esos matarifes te encontrarás con el peso de la ley convirtiendo tus palabras en carne de presidio.
En realidad -y digan lo que digan algunos- lo que pasa es que la cultura del franquismo sigue viva entre nosotros. No sólo en la calle, como apuntaba Vázquez Montalbán con aquello del franquismo sociológico. Está más viva aún en las filas de las instituciones democráticas. Y digo democráticas por decir algo, ya que sabemos de sobra que la democracia en esas instituciones anda bajo mínimos. Miren, si no, lo que pasa en una institución tan necesariamente justa como habría de ser la Justicia. Una institución que sigue aplicando la ley según dictan los intereses de los poderosos. Cuarenta años de democracia para que a Cassandra Vera le caiga un año de cárcel por unos cuantos tuits irónicos sobre Carrero Blanco. Y es que -permítanme ustedes este tuit apestosamente tonto-: en este país la justicia tendría que ser condenada a cadena perpetua. Como desconozco las normas de twitter, no sé si me he pasado de caracteres. Pero el tribunal de la Audiencia Nacional que ha condenado a Cassandra seguro que lo sabe. Seguro.