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¿Podemos respetar los derechos de los animales sin ser veganos?

Foto: Ulleo

Cristian Vázquez

En los últimos tiempos la cuestión del respeto a los derechos de los animales ha ganado mucho espacio en la discusión pública. Esto ha hecho que mucha gente que antes ni siquiera se lo había planteado ahora piense en el maltrato que sufren los animales como consecuencia de la industria alimenticia, tanto durante su cría como en el transporte y, por supuesto, al morir. Todo para que los seres humanos podamos tener carne, leche y huevos en los estantes del supermercado o en las mesas de los restaurantes. 

Al final de ese camino de toma de conciencia parece haber una única posibilidad: el veganismo. En su definición más simple y extendida, ser vegano consiste en alimentarse sin incluir en la dieta ningún producto de origen animal. Sin embargo, quienes lo practican explican que es algo mucho más amplio. “Es una actitud, una forma de vida”, asegura Edurne Sacristán, miembro de la asociación Hakuna Matata Familia animalista. “Es ser consecuente con la naturaleza, con todos los seres vivos, humanos y no humanos. Es intentar no deteriorar más el planeta y, a ser posible, ”enmendar“ todos los errores que la especie humana ha cometido a lo largo del tiempo”.

El caso es que muchas personas se sienten de alguna manera “encerradas” en una contradicción. Por una parte, entienden que los derechos de los animales son vulnerados y desean que eso deje de suceder. Pero, por la otra, no quieren o no pueden -por el motivo que sea- convertirse en veganos, en ocasiones ni siquiera en vegetarianos. Es entonces cuando surge la pregunta: ¿puede alguien respetar los derechos de los animales sin abrazar el veganismo?

Una cuestión compleja

La cuestión es compleja, debido sobre todo a que no existe un consenso acerca de en qué consiste exactamente respetar los derechos de los animales. Y esto se deriva, a su vez, del hecho de que -a diferencia de los derechos humanos, declarados universalmente en 1948- los derechos de los animales “no están definidos en ninguna parte, y cada asociación y cada individuo tiene su propia concepto de qué son y hasta dónde llegan” esos derechos. Así lo explica Alberto Díez, director de la Asociación Nacional para la Defensa de los Animales (ANDA).

“Si entre los derechos de los animales incluyes el derecho a la vida, en general, eso te lleva a una interpretación en que no admites ningún tipo de muerte, aunque no sea cruel”, especifica Díez. “Si, en cambio, consideras que los animales tienen derecho a una vida digna y a una muerte digna, entonces es cuando se aceptan las posibles salidas intermedias”.

Estas salidas intermedias están relacionadas con una idea que acude muy pronto a la mente cuando se piensa en estos asuntos: resulta más ético consumir carne, leche y huevos cuando los animales de los que procedenhan sido criados en buenas condiciones. Animales de granja, animales “felices”, como se los denomina en ciertos casos, y que a veces se distinguen con un certificado de bienestar animal en explotaciones ganaderas.

Sin embargo, esta “explotación compasiva” es una opción que algunos animalistas califican de oxímoron y, por lo tanto, descartan de plano. Así lo hace, por ejemplo, Núria Almiron, codirectora del Center for Animal Ethics de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, en su crítica a la película Eating Animals, publicada en eldiario.es.

El documental, basado en un libro de Jonathan Safran Foer y producido por este y Natalie Portman, promueve una ganadería menos intensiva, que se presenta como sostenible y más humana. No obstante, desde una mirada no especista, ese tipo de ganadería mantiene la explotación de los animales y, en consecuencia, tampoco la violencia que se ejerce contra ellos y la vulneración de sus derechos.

La película “pone de manifiesto -afirma Almiron- cuán equivocada es la creencia de que en activismo hacer algo es mejor que nada. Si no estás dispuesto a informarte bien y reflexionar honestamente, algunas veces definitivamente es mejor no hacer nada. De lo contrario puedes acabar, como le sucede a Eating Animals, con un resultado muy confuso. Y la confusión es tremendamente ineficaz a nivel estratégicoy éticamente muy peligrosa cuando de lo que hablamos es de combatir la violencia”.

A favor de la “explotación compasiva” como fase intermedia

Díez apunta que los movimientos en defensa de los derechos de los animales surgieron con mucha fuerza en la década de 1970, sobre todo en las clases medias y altas de los países anglosajones. Pero que parece haber un “techo” de entre el 12-14 % de la población que se convierte al veganismo y que, a partir de ese punto, es muy difícil lograr que los porcentajes aumenten. “Los países que hemos llegado mas tarde -añade el director de ANDA- tenemos un 5 % y podemos seguir creciendo, pero sabemos que llega un momento en que eso se para y que para un punto más necesitas, por ejemplo, veinte años”.

Ante esa realidad, que representa que millones de animales sigan sufriendo los efectos de la industria alimentaria, muchas organizaciones “han dado un giro”, puntualiza Díez. “Ahora buscan convencer al consumidor de que existen otras formas de producción, más cercanas al respeto hacia los animales y también más cercanas al ser humano, pues están más cerca de las formas de producción tradicionales, que también implican un respeto medioambiental”. Es decir, impulsan esa “explotación compasiva” propuesta por Eating Animals y criticada por Almirón.

De acuerdo con Díez, esta propuesta es vista como una “fase intermedia”, ya que “el objetivo final no se pierde”. Como esta forma de producción es más cara, y por lo tanto los productos también lo son, una parte central de la iniciativa es concienciar a la población para reducir el consumo y no generar un gasto extra. Sería una manera, además, de integrar el bienestar animal con el de las comunidades rurales, con un precio justo, un pago justo a los trabajadores y un cuidado del medio ambiente.

En la misma línea, Edurne Sacristán, de Hakuna Matata, dice que “desde la premisa de no ser vegano se pueden adoptar muchas medidas”. Destaca, en primer lugar, tratar de disminuir la ingesta de productos de origen animal. Y luego, precisamente, consumir productos que no provengan de explotaciones industriales, ya que así los animales en cuestión tendrán “al menos un trato un poco más digamos amable”. También aconseja evitar los productos de empresas que aún realicen pruebas con animales.

Por otra parte, con el mismo espíritu de pensar el veganismo no solo como una forma de alimentarse, sino como un estilo de vida, Sacristán apunta otras recomendaciones: disminuir el consumo de productos que contaminen el medio ambiente, ser consecuente con los desperdicios y la basura, reciclar, reutilizar, respetar el entorno y los parajes naturales, a cualquier animal con el que uno se cruce y al resto de las personas, e infundir en los demás valores como el respeto, el amor y la tolerancia.

Especies, discriminación y derechos

Otro riesgo de contradicción es el de luchar por los derechos de algunos animales y no por los de otros. Puedes amar a tus mascotas, pero “si no eres vegano, realmente no trabajas por el derecho de todos los animales, ya que no respetas a los que te sirven de alimento”, enfatiza Edurne Sacristán. Y se pregunta: “¿Qué clase de respeto se puede mostrar a un ser vivo, un ser que siente, cuando te lo estás comiendo?”

En este sentido, la asociación Las Miradas del Olvido, destinada a rescatar y dar animales en adopción, lamenta “la discriminación que sufren” las especies que no son perros ni gatos. “No nos metemos en la alimentación que lleva cada persona”, han señalado los integrantes de este organismo en un comunicado colectivo. “Pero, claramente, en todos los eventos o actividades protagonizados por la asociación, la alimentación que estará presente y se fomentará será la vegana. Es muy hipócrita que incluso entidades protectoras de perros y gatos hagan comidas benéficas en las que se consuma carne”.

La cuestión de los derechos de los animales, como se ha dicho, es sumamente compleja, y de hecho incluye aspectos filosóficos. “Los humanos generamos los derechos humanos, pero los derechos animales no los generan ellos, sino también nosotros”, señala Alberto Díez. Los derechos de los animales, añade, “no son intrínsecos en tanto seres vivos, sino que derivan de lo que los seres humanos creen que es su obligación hacia otros seres vivos”. Y es por eso, sobre todo, que cuesta tanto lograr un consenso, un acuerdo apoyado de forma mayoritaria que “involucre una forma común de sentir esas obligaciones”.

El del derecho animal “es un concepto evolutivo, que varía en función de nuestra relación con los animales -dice también Díez-. Si esos derechos hubieran surgido en los años 60 no tendrían nada que ver con los que puedan surgir ahora, y los de ahora probablemente no tendrán nada que ver con los de dentro de ochenta años. Si en ese momento casi toda la población es vegana, podría ser que el derecho a la vida sea reconocido en los animales. Todo va a depender de la relación que tengamos en ese momento con los animales, y qué aspectos se encuentren normalizados ya en esa relación”.

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