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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Lenguaje del pueblo o poder del pueblo

Luis S. Villacañas de Castro

Leo el artículo del día 27 de Mayo de 2015 de Owen Jones en The Guardian, que se titula “La izquierda inglesa ha de aprender un nuevo lenguaje—el español”. Accedo a él desde su perfil de Facebook, que sigo. El texto defiende que la izquierda inglesa ha de aprender de Podemos a hablar en términos que la gente entienda. Citando un artículo en inglés de Pablo Iglesias, Jones afirma que los términos izquierda y derecha ya no movilizan al pueblo británico, han dejado de representar y ordenar sus opciones y anhelos políticos. Como prueba de ello, alude al hecho de que siempre que a los ingleses se les pide su opinión sobre medidas concretas relacionadas con la educación, la sanidad, infraestructuras, la política impositiva, etc., sin identificarlas previamente con la izquierda, la derecha o con alguno de los dos partidos mayoritarios, la gente demuestra una tendencia izquierdista muy acentuada que, además, no deja de intensificarse con los años. «Estudio tras estudio», escribe Jones, «se observa que la mayoría de los británicos cree en medidas que se hallan en la ‘izquierda’: una renta básica, la nacionalización de bienes y servicios o los derechos de los trabajadores. Incluso los votantes del partido UKIP [nacionalista y anti-inmigración] están más a la izquierda en asuntos económicos.» Lo mismo dice el autor en algunos de los capítulos de The Establishment, su último libro. De ahí que Jones concluya que las ideas, las cosmovisiones y los anhelos izquierdistas están ahí, pero que éstos ya no se reconocen en el término izquierda ni en la arquitectura conceptual que tradicionalmente lo ha acompañado, haciendo pie en las clases sociales.

Solución: la izquierda británica ha de construir otros términos (¿la casta?), otras dicotomías (¿arriba vs. abajo?) con las que llegar al electorado.

Entiendo la razón de ser de este argumento. Al fin y al cabo, ha sido alentado desde ciertas instancias de Podemos con consciente ambigüedad. Pero las últimas elecciones municipales y autonómicas en España han demostrado que este argumento es erróneo, que lo es respecto a Podemos y que lo será, con bastante probabilidad, respecto a cualquier victoria futura de la izquierda británica. Y conviene saber por qué es erróneo tanto como explicar cuál es la estrategia correcta —la misma que explica el éxito de Podemos en estas últimas elecciones, claro está. Me preocupa que Jones lea las conquistas de Podemos de esta manera, no porque me importe demasiado su capacidad de diagnóstico sino porque con ello corre el riesgo de malgastar su inmenso potencial para transformar Inglaterra en una estrategia que no incorpore la dimensión esencial.

Evidentemente, el problema de la izquierda no está en el lenguaje. Dudo que alguno de los problemas fundamentales de la humanidad tenga un origen lingüístico, en realidad. Pensar lo contrario delata el idealismo que contamina a tantos intelectuales (de izquierda y derecha) y que también se refleja en este artículo de Jones, en la medida en que insiste en que la solución se encuentra en un lenguaje más sencillo y cercano, pero en un lenguaje al fin y al cabo. Cuando lo cierto es que, a pesar de su complejidad, el lenguaje tradicional de la izquierda es todo lo límpido y sencillo que puede llegar a ser un lenguaje que sirva para describir y transformar realmente una sociedad. Esa limpidez y claridad se la ha dado una larga tradición de lucha y estudio.

Esto significa que tampoco el éxito de Podemos se debe a su lenguaje. De hecho, su complacencia con sus pequeños fetiches lingüísticos llegaron incluso a crear cierta distancia respecto de su proyecto. ¡Cuánto más interesante y atrayente siguen siendo los términos clásicos de la izquierda que esa jerga filosófica que de la noche a la mañana llevó a tantos de nosotros a hablar de significantes flotantes, de sujetos políticos abiertos, etc.! Ese sí que era un lenguaje alejado del pueblo… Es curioso cómo, en un alarde de idealismo equivocado, todo este aparataje filosófico tan sofisticado llegó incluso a utilizarse para explicar la movilización que el término casta había logrado provocar en la gente. Qué duda cabe de que este último sí fue un término efectivo políticamente hablando. Mas no creo que su repercusión se debiera a su naturaleza de significante flotante arbitrario, a que por arte de magia logró prender con las ideas y emociones de la sociedad. A mi parecer, la inmensa aceptación que tuvo y todavía tiene el concepto de la casta se debió sencillamente a que era verdadcasta , a que representó un hecho objetivo que todo el mundo percibía en la sociedad.

De hecho, tampoco fue la casta un término contradictorio con la dicotomía izquierda y derecha o los conceptos fundamentales de la izquierda, ni mucho menos uno destinado a sustituirlos. La ideología la tenemos nosotros, el pueblo. Somos nosotros quienes somos de izquierda o derecha, no los miembros de la casta. Ésos no tienen ideología, o si la tienen, no la aplican. Nosotros poseemos la ideología y el sufrimiento; ellos sólo tienen privilegios. Somos nosotros quienes somos de izquierda o derecha, no los miembros de la casta. Ésos no tienen ideología, o si la tienen, no la aplican. Nosotros poseemos la ideología y el sufrimiento; ellos sólo tienen privilegios.Así entendía, yo al menos, la denuncia que evocaba la referencia a la casta.

De ahí que el éxito lingüístico de Podemos —que también lo ha habido— no se halle en haber sustituido los términos de izquierda y derecha por otros más cercanos al pueblo, sino, antes bien, en haber popularizado un concepto capaz de explicar y a la vez de desbloquear la parálisis que desde hacía tiempo volvía ineficaz la dicotomía izquierda vs. derecha, y mantenía secuestrada a la política española. Y la prueba de todo ello está en que la denuncia de la casta hizo ver a las élites españolas la necesidad de alentar un partido en la derecha como Ciudadanos.

Y todo ello significa, a su vez, que el verdadero éxito de Podemos —el éxito político— consiste en haber dado una solución coherente a aquello que su apelación a la casta denunciaba: en haber creado una nueva clase política de izquierdas que ha surgido directamente del pueblo y de la sociedad civil. Esa ha sido su aportación política principal, la que ha dado densidad y coherencia a su discurso. Haciendo gala de una generosidad inusitada (en la que cabe insistir todavía más ahora que parece posible acudir a las elecciones generales bajo el paraguas de una plataforma unitaria), los miembros de Podemos han ofrecido hasta ahora un instrumento para que nuevos agentes politizados entren como un torrente en la vida política institucional de este país. Junto con las mareas gallegas, tal vez la alcaldía de Madrid a manos de Carmena, y más aún la de Ada Colau en Barcelona, conforman la más bella y perfecta gesta que este país ha realizado en las últimas décadas en materia política. Si la calidad de los afectos e inteligencias que han hecho posible estas alcaldías se aplicasen a todos los demás órdenes de nuestra sociedad, nada impediría que España llegara a convertirse en uno de los países más civilizados del mundo.

Vuelvo, finalmente, al texto de Jones. En cuanto lo leí, me uní a la interminable cadena de seguidores que lo glosaron. Escribí un comentario que el autor no llegó a contestar: «Owen, aquí en España la clave no ha sido tanto hablar el lenguaje del pueblo como dar poder político al pueblo. Y eso es que ni el PSOE ni los laboristas pueden ni quieren hacer. De ahí el éxito de Podemos».

Sigo pensando que de eso se trata. No ya de convencer al pueblo para que te vote, sino de darle poder para que él mismo tome los municipios, tome sus decisiones y desarrolle (si lo cree conveniente) su propio lenguaje político. En cambio, reducir la política a un juego de lenguaje, a la elaboración de discursos o a la correcta elección de significantes flotantes son visiones que en última instancia participan de la representación nihilista de la política que hace poco reflejó un vergonzoso artículo de John Carlin, publicado el 12 de Mayo del 2015 en El País, en el que interpretaba la victoria de Cameron en las elecciones generales inglesas como la prueba de la perenne validez del manual que Quinto Tulio Cicerón escribió hace más de 2000 años.

Pero no. La política no consiste en diseñar hipótesis discursivas cuya verdad se confirman con los votos la noche electoral. Ésa es la versión que la casta tiene de la política, una según la cual sus hipótesis son únicamente de naturaleza electoral y los encargados de llevarlas a cabo son los asesores o spin-doctors de turno. Esto es precisamente lo que representa la figura de Pedro Arriola, alguien para quien toda la inmundicia de los hechos puede taparse con un parche de palabras —y mentiras y amenazas—pronunciadas durante la campaña electoral. Pero en el terreno de la verdadera política, las hipótesis no buscan engañar al pueblo una vez más, sino transformar la sociedad profundamente. Ésos son los únicos proyectos políticos que valen la pena. Y aunque el artículo de Owen Jones no lo diga, esos proyectos siempre necesitarán al pueblo para poder llegar, algún día, a ser verdad. Si no se da poder al pueblo no se logrará hacer realidad una verdadera hipótesis política; porque sólo el pueblo puede transformar la sociedad.

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