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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Un nuevo y necesario contrato social

España es uno de los países en el que más ha aumentado la desigualdad salarial.

Gabriel Moreno González

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Incontables veces se han dado por finiquitados los procesos históricos. La Unión Europea no cambiará, el sistema económico deshumanizador imperante es inamovible, la lucha contra el cambio climático es incapaz de cambiarnos a nosotros mismos… y llega de repente un pequeño, minúsculo virus, y abre las puertas de par en par al cambio de todo lo que se creía firme, de todo lo que se pensaba que era inmutable. Nuestro modo de vida, nuestro día a día, el conjunto de las relaciones sociales y económicas, todo ha sido paralizado por una amenaza que nos ha tocado de lleno en nuestro orgullo, en la autosuficiencia que creíamos haber conseguido.

Los griegos llamaban hybris a esa soberbia humana, a esa desmesura que hace en ocasiones olvidarnos de nuestra frágil condición y de nuestra subordinación a los retos que la naturaleza nos impone. Todavía es pronto para evaluar el impacto económico, social y político de la crisis sanitaria que estamos atravesando, pero de lo que sí podemos estar seguros es que esa hybris prometeica, ese orgullo desmedido, ha sido profundamente afectado en el corazón mismo de su lógica: la del movimiento, el derroche, el consumismo desenfrenado y el individualismo atomizador.

La sociedad del cansancio, de la que nos habla Byung-Chul Han, se ha convertido de la noche en la mañana en la sociedad de la quietud, en la comunidad que exige una responsabilidad cívica sin precedentes a todos y cada uno sus miembros. Resulta paradójico que cuando necesitamos más que nunca fortalecer los lazos comunes y reforzar la acción colectiva, no podemos ahora, precisamente, acercarnos unos a otros.

La palabra y el afecto a distancia, como el que muestran cada noche millones de españoles e italianos desde sus balcones, está activando resortes comunitarios que se creían hace tiempo apagados. La ideología neoliberal individualista, hegemónica durante las últimas décadas, nos había impuesto la lógica de la competición entre individuos considerados como átomos, aislados unos de otros en permanente lucha, sin colaborar ni cooperar. Y ahora, cuando físicamente más aislados estamos de verdad, es también cuando mejor y con mayor clarividencia nos percatamos de la ficción antinatural y antihumanista que nos impone aquella ideología.

El ser humano es un ser social, político, que necesita del “otro” para completarse a sí mismo, que es uno porque es también reflejo del otro. Ese es el fundamento de nuestra realidad social, como bien temprano vio Aristóteles, y es esa raíz la que el utilitarismo neoliberal intentó ocultar bajo un telón mugriento y aséptico de cifras, dogmas y principios supuestamente técnicos. Pero el telón se ha roto, pues su modelo no sirve para hacer frente a ningún reto colectivo, porque odia la acción común y la repudia. La lucha contra el coronavirus requiere precisamente de todos los elementos que se rechazan de plano en el sistema económico capitalista hoy vigente: el deber cívico y el compromiso colectivo, el cuidado de lo común y lo público sobre los espurios intereses particulares.

¿Se imaginan esta crisis con un modelo sanitario eminentemente privado que no diera cobertura a los más necesitados? Y eso que ya de por sí la emergencia sanitaria, incluso en España, está sacando a la luz la debilidad inducida a que hemos sometido a lo común y a lo estatal durante décadas de neoliberalismo. Hemos visto al principio a un Estado dubitativo, sin una capacidad de respuesta contundente, con una presencia en el territorio muy mermada, con acciones descoordinadas aquí y acullá en toda Europa. Pero ahora sí parece que el Leviatán, como dice Máriam Martínez-Bascuñán, está comenzando a despertar de su largo sueño.

El discurso de lo común y lo público regresa con fuerza por la misma necesidad humana de su existencia cuando surgen desafíos colectivos como los actuales, y lo canaliza un Estado con todos sus resortes que, aunque desengrasados y hasta quebrados, pueden seguir siendo útiles para la preservación del bien de todos. Porque he aquí la clave de nuestros días: la comunidad política debiera existir por y para un objetivo, el bien común y el interés público, y no para la satisfacción, como hasta ahora, de ambiciones particulares más o menos tamizadas de necesarias. No. Los vicios privados no son virtudes públicas. Las únicas virtudes son las que aúnan, en la mejor tradición aristotélica-tomista y ciceroniana, el compromiso individual con lo colectivo y el servicio de lo colectivo hacia el bien público.

Claro que del resurgir del Leviatán pueden desprenderse dos desviaciones que anularían sus efectos positivos. En primer lugar, que sólo se centrara en las estrechas costuras del Estado-nación clásico y que ello supusiera un repliegue nacionalista en detrimento de una necesaria visión supranacional y cosmopolita, como la que exige la naturaleza de esta(s) crisis, lo que a su vez nos habla de la inoperancia actual de alternativas aún más localistas y reducidas. Haría falta, por tanto, reforzar de una vez el papel político y social de la Unión Europea frente a su restringida concepción economista y mercantilista hoy vigente, al mismo tiempo que se articulen nuevos mecanismos de cooperación internacional entre todos los Estados del mundo y se fortalezca el sistema de las Naciones Unidas. En segundo y no menos destacado lugar, este despertar hobbesiano no puede derivar en una defensa autoritaria de lo estatal frente a la sociedad civil, como algunas loas que hoy se escuchan sobre el sistema chino parecen trasladar.

El nuevo comunitarismo, de darse, debe seguir teniendo como límite y fundamento la centralidad de la persona, su dignidad y libertad, y no añejas y trasnochadas concepciones esencialistas, identitarias y/o dirigistas. El discurso de lo público y lo común no puede servir de coartada para autoritarismos de nuevo cuño, neoliberales o no, ni para una reestructuración de las relaciones de dominación que aumente la impunidad de quienes más se benefician de la injusticia actual.

Si conseguimos aquel giro hacia lo común, con estas dos precauciones antedichas, podríamos estar en condiciones de iniciar el camino hacia un nuevo contrato social, más humano y humanista, menos utilitario y economicista. Que esta crisis sea, pues, una oportunidad para (re)comenzar la vida e impulsar todo aquello que nos une: los lazos de solidaridad, la fraternidad, los deberes cívicos y el bien común. Armas no sólo potentes contra las epidemias de hoy y de mañana, sino también contra todas esas ideologías deshumanizadoras que han permitido malvender el interés general a los intereses privados; que han adelgazado el Estado hasta hacerlo casi desaparecer; que nos dicen a cada minuto que debemos competir con el de al lado, no cooperar; que no quieren, en fin, que seamos conscientes del poder colectivo que podemos llegar a conseguir si nos unimos para hacer frente a los retos y desafíos que nos amenazan como comunidad.

Hoy es una epidemia (como las que llevan sufriendo otras partes del mundo décadas e incluso siglos ante nuestra generalizada indiferencia), pero mañana seguirán siendo retos urgentes la desigualdad, la pobreza, el calentamiento global y el deterioro de unas relaciones sociales que tienden a hundirse o en la despreocupación más anodina, o en el fanatismo más deleznable.

Cuidemos lo común porque, como ya viera con particular clarividencia la gran Simone Weil, individualmente somos frágiles, extremadamente frágiles. Durante mucho tiempo lo hemos olvidado: esperemos que esta vez, aunque sea por una vez, no sea así.

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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

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