Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
No hay desarrollo económico bajo ocupación israelí
Este fin de semana ha sido interesante en Palestina. Por un lado, es el primer fin de semana de la cosecha de los olivos, con lo que ha comenzado una de las actividades más tradicionales del pueblo palestino. Como de costumbre, colonos israelíes, bajo la protección de las fuerzas de ocupación, han atacado a civiles palestinos destruyendo la herencia que han recibido por generaciones: sus olivos, muchos de ellos milenarios. Por otro, y al mismo tiempo, se realiza la conferencia de países donantes para la reconstrucción de Gaza. Se estima que la franja necesita, entre ayuda humanitaria urgente, reconstrucción y desarrollo económico, una cifra cercana a ocho billones de dólares. Independientemente de que se consiga tal cantidad de dinero, el principal escollo continuará siendo la ocupación israelí.
El constante asedio por parte de colonos y fuerzas israelíes contra los palestinos ha provocado graves daños a la economía palestina. Sin ir más lejos, el 2013 el propio Banco Mundial estimaba que Palestina podría percibir al menos 2.000 millones de dólares anuales si tuviese libre acceso para cultivar en la denominada zona C, equivalente al 61% de la Cisjordania ocupada y que se encuentra bajo total control israelí. En esas zonas nada puede construirse sin permisos israelíes, ni siquiera piscinas para recolectar el agua de lluvia, la cual termina siendo canalizada hacia las colonias israelíes. En el caso de los olivos las dificultades para los agricultores palestinos son mayúsculas, a pesar de que la calidad de las aceitunas de Palestina sea muy alta y del gran potencial de marketing que tendría poder exportar aceite de oliva de la “Tierra Santa”. Sin acceso libre a puertos o pasos fronterizos, las aventuras económicas palestinas parecen destinadas al fracaso. El ejemplo de la agricultura demuestra que, sin terminar con la ocupación israelí, es imposible pensar en el desarrollo económico.
De acuerdo con el Ministerio de Economía palestino, en 2011 Palestina perdía un potencial de ocho billones de dólares al año debido a los costes extras y pérdidas de oportunidad derivados de la ocupación israelí. Esta cifra es el equivalente al prácticamente el 80% del PIB palestino. Estas estadísticas han sido ratificadas incluso por el Banco Mundial, aunque falte todavía un estudio que incluya el coste real de la ocupación, es decir, que no solo incluya la falta de oportunidades, sino que también la fuga de cerebros y los traumas psicológicos impuestos a la población. A todo esto habría que sumar el uso gratuito por parte de Israel de los recursos naturales palestinos, incluyendo agua, tierra, espacio aéreo, espacio electromagnético, fronteras terrestres y aguas territoriales.
En el campo de la economía es principalmente donde se dividen los que quieren terminar con el conflicto (conflict resolution) y los que quieren “manejar” el conflicto (conflict management). Los primeros claman por la adopción de decisiones reales para terminar con la ilegalidad israelí, incluyendo el reconocimiento del Estado de Palestina y el apoyo a la aprobación de una resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que exija el fin de la ocupación. En esta línea, se pide que los países -y los actores políticos, en general- también hagan todo lo posible para restar incentivos a la empresa colonial israelí, incluyendo la desinversión con empresas vinculadas de alguna forma a la ocupación.
Pero, por el otro lado están los que, en un intento de no colisionar con Israel, acomodan sus posiciones de forma tal que terminan siendo cómplices de las políticas israelíes. Entre ellos encontraremos gobiernos como el de Canadá, que tras justificar las masacres israelíes en Gaza, acudirá invitado a la reunión de reconstrucción. Son países que prometerán ayuda económica para una serie de proyectos, pero que reiterarán en sus discursos que la única forma de que exista un Estado palestino es a través de las negociaciones con Israel. En otras palabras, que el derecho del pueblo palestino a la libertad y autodeterminación acaba por ser entregado a Israel, quien puede autorizarlo o no a criterio propio. Es precisamente la acción complaciente de estos países la que probablemente nos convocará a una nueva conferencia de reconstrucción de Gaza dentro de un par de años, ya que, al no resolver los temas de fondo, comenzando por el fin del ilegal bloqueo israelí a Gaza, aumentará la posibilidad de una nueva escalada del conflicto.
Desde 1993 con la firma de la Declaración de Principios -más conocido como el Acuerdo de Oslo- la comunidad internacional se ha reunido en varias ocasiones para financiar proyectos en Palestina. Desde la primera de tales reuniones, el 13 de octubre de 1993 en el Departamento de Estado norteamericano donde 2.5 billones de dólares fueron prometidos, hasta la actual reunión para la reconstrucción de Gaza, la comunidad internacional ha tenido que reconstruir en más de una ocasión sus proyectos destruidos por la acción de las fuerzas de ocupación israelíes. Desde proyectos insignia como el aeropuerto internacional Yasser Arafat de Gaza -incluyendo las aerolíneas palestinas-, hasta las renovadas ciudades antiguas de Nablus y Belén, toda una serie de infraestructuras, edificios públicos y obras viales de importante magnitud han sido destruidas. Otras no pudieron pasar de los cimientos, como el puerto de Gaza. Con el tiempo incluso las obras de construcción de un sistema eléctrico para Gaza o las de distribución de agua potable también fueron deliberadamente destruidas por la ocupación israelí.
Hoy, tal como ayer, la comunidad internacional se reúne y promete fondos, pero hace muy poco para proteger sus inversiones. A estas alturas, 21 años después de la primera conferencia de donantes para Palestina, ya debería quedar bastante claro que la mejor inversión en un Estado palestino es dejar de tratar a Israel como un Estado por encima de la ley.
Este fin de semana trabajé en la recolección de los olivares de mi familia. Es una actividad hermosa que se ha hecho de generación en generación y que es clave en la economía de muchas familias. A mí me tocó recolectar un árbol que no tenía menos de mil años en terrenos de nuestra familia en Beit Jala. Mientras veía a mi tío y primos trabajar y yo, siguiendo instrucciones, me arrimaba al árbol sin tener la menor idea de cómo lograría bajar de allí, se me repetían las mismas emociones que cada año en octubre. ¿Será la última cosecha antes de que Israel declare el área como zona militar cerrada, construya el Muro o una colonia acabe con el campo?
Los ataques de colonos y sus fuerzas de ocupación a los campesinos y sus olivos son parte de la campaña de colonización israelí. Así como los bombardeos a Gaza, son dos caras de la misma moneda que buscan terminar con la posibilidad de un Estado palestino libre e independiente. Esa amarga sensación de desesperanza se acrecienta cuando se ve que muchos de esos olivos son hoy tomados por la fuerza y anexados a las colonias israelíes. Como diría el poeta Mahmoud Darwish, “si esos Olivos conocieran las manos que los plantaron, su aceite se convertiría en lágrimas”. Para que el olivo solo produzca aceite y no lágrimas, se necesita poner fin a la ocupación. Esa es la principal parte de la fórmula para lograr el desarrollo económico, proteger la inversión extranjera y lograr una paz justa y duradera para todos.
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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.