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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Política y psicoanálisis: la red zadig

Sigmund Freud.

Joaquín Caretti

Un interesante debate se está produciendo en el mundo del psicoanálisis lacaniano organizado alrededor de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Dicha asociación, en un acto inaugural, ha decidido, bajo la iniciativa de Jacques-Alain Miller, crear una red denominada Grupo Democrático Internacional Cero Abyección (ZADIG por sus siglas en inglés), orientada por el psicoanálisis y constituida por personas interesadas en la acción política sin pertenencia a partido político alguno.

Si hasta ahora los psicoanalistas habían participado en algunas cuestiones políticas, estas habían tenido que ver fundamentalmente con la defensa del psicoanálisis en el mundo. Como ejemplo, la oposición a una ley que quería impedir el tratamiento psicoanalítico de los sujetos autistas, tanto en Francia como en España. Se conversó con políticos, se hicieron manifiestos y se organizaron foros, con la participación de la sociedad civil, que finalmente consiguieron revertir la situación.

Sin embargo, hoy lo que se propone es dar un paso más: crear una instancia en el psicoanálisis lacaniano que se interese de forma permanente por las cuestiones políticas y pueda incidir en ellas, sobre todo en aquellos actos o propuestas donde la Democracia y el Estado de Derecho puedan estar amenazados. El origen de esta red fue la campaña organizada por los psicoanalistas en Francia, durante la primavera pasada, contra la posibilidad de que Marine Le Pen pudiera gobernar y se entregara el Estado a un partido declaradamente xenófobo y con su fundador condenado por relativizar el Holocausto y provocar el odio racista. Finalmente el partido del odio fue derrotado.

El fundamento de esta nueva propuesta aún en construcción tiene que ver con dos afirmaciones que articulan lo social con lo individual y el inconsciente con la política. Sigmund Freud en la primera página de su “Psicología de las masas y análisis del yo” en 1921 afirma que la psicología social es la psicología individual: “La oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a primera vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a fondo. (…) por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social (…)”.

Aquí queda dicho que todo aquello que compete a lo social tiene que ver con lo individual, ya que lo social está realizado por sujetos singulares. Por otra parte, Jacques Lacan hizo una afirmación un poco más enigmática: “El inconsciente es la política”. Hay que leer aquí que la política está determinada por la estructura subjetiva, que los hechos de masas se orientan por una lógica inconsciente que comparten cada uno de sus miembros. Desde esta orientación uno se podría preguntar por qué tardó tanto tiempo el psicoanálisis en llevar sus reflexiones al campo político y salir de los márgenes de las consultas para dirigirse a enfrentar los malestares que se suceden en el campo de la cultura, tan bien descriptos por Freud.

Es cierto que lo que el psicoanálisis le dice a la humanidad no es nada halagüeño, pues la advierte del movimiento irresistible de la pulsión, la cual hace que un hombre no tenga miramientos en dañar a otro hasta límites inconcebibles. Y, a su vez, le hace saber que muchos de los actos que realiza pueden ser hechos en contra de sí mismos. Esto es difícil de aceptar para una subjetividad que se cree dueña de sí misma. Pero es justamente por ello que los psicoanalistas están obligados a debatir e incidir en todas aquellas cuestiones que sean transcendentes para el lazo social y sobre todo en las que pongan en peligro a la democracia y por ende atenten radicalmente contra la convivencia.

En el contexto en el que vivimos el debate sobre qué es el Estado de Derecho y qué significa realmente la Democracia se ha hecho central, junto al rechazo de cualquier forma de totalitarismo. Y así lo entiende este movimiento de psicoanalistas que lo toma como eje fundamental de reflexión. Sin embargo, dicha reflexión se queda peligrosamente corta si no incluimos la nueva modalidad que en nuestros días tiene el ejercicio del capitalismo: su forma neoliberal.

Mucho se ha escrito sobre el neoliberalismo y sus consecuencias. Las formas de explotación se han refinado hasta el extremo de hacer muy difícil la vida de los sectores menos favorecidos: precarización de los salarios y de las pensiones, ausencia crónica de trabajo, recorte de los derechos sociales, una política suicida de austeridad, pérdida de derechos laborales, endeudamiento del Estado por generaciones, sometimiento de las naciones a los designios de un poder económico no elegido democráticamente, etcétera. Todo es muy conocido. Pero siendo esto grave, su faz más mortífera es la incidencia que sobre la subjetividad ejerce la nueva razón neoliberal.

Dicha razón apunta al corazón del sujeto para conseguir lo que el genio de Étienne de la Boétie describió como un sometimiento voluntario al discurso del amo. Quinientos años más tarde, esta nueva razón del mundo persigue los mismos objetivos: someter voluntariamente al sujeto.

Se empuja al individuo para que entre en la lógica de la competencia empresarial, algo muy atractivo para el narcisismo de cada uno, al asumirse como gestor de uno mismo y concebido como una empresa constituida por un solo empleado/jefe: yo.

No es muy difícil avizorar los estragos que una posición tal pueden causar al sujeto y que van desde la ineludible ruptura del lazo con los otros hasta la inmersión en la mayor de las culpas cuando el fracaso se presenta: el otro es vivido como un enemigo en esta carrera solitaria hacia el éxito o, mejor dicho, hacia el exitus subjetivo.

El neoliberalismo funciona como una máquina superyoica imparable disfrazada por cantos de sirenas. Pero la cuestión más seria a tener en cuenta es que todo esto tiene lugar bajo el manto de la democracia, sistema donde se autoriza para imponer su razón.

De este modo, capturada por esta ideología, la democracia se transforma en un semblante al servicio de las grandes corporaciones financieras, políticas y mediáticas. La lucha contra Marine Le Pen en Francia ha evitado el mal mayor pero al mismo tiempo ha encaramado al gobierno al representante más claro de la ideología neoliberal, al “hombre del dinero”, como ya lo certifica la reforma laboral que piensa imponer en otoño.

Frente a esto, la acción de los psicoanalistas lacanianos, que tan bien pelearon contra el fascismo lepeniano, debe oponerse ahora a una democracia formal pero vaciada de contenido, como es la que impulsan los partidos neoliberales en todo el mundo, cuyo fin es someter a los sujetos y anular lo más radical de su singularidad. Y, en este sentido, defender –junto con el no al totalitarismo– la existencia de un sistema donde la democracia se ponga al servicio de un mundo más habitable, más justo y menos estupidizante.  

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