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'Artemisia Gentileschi, pintora guerrera': el documental que rescata la figura de la artista sin sensacionalismo

Judit y su doncella, de Artemisia Gentileschi.

Berta Gómez

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Artemisia Gentileschi, pintora barroca de la corriente del caravaggismo, nació en 1593, pero podríamos decir que, en nuestros días, más de cuatro siglos después, atraviesa su mejor momento. O por lo menos el más mediático. Gentileschi se ha convertido, para lo bueno y para lo malo, en una de las pocas excepciones a la universalidad masculina en los museos, y su figura ha suscitado el interés de novelistas y cineastas. Aun siendo en ocasiones recuperada por motivos claramente sensacionalistas –su vida personal tiende a eclipsar o explicar erróneamente la relevancia de su obra–, parece que, por fin, esta pintora comienza a ser reconocida en un lugar de honor dentro de la Historia del Arte.

Quizá la muestra más reciente de este hecho sea la la inauguración de una exposición en la National Gallery de Londres dedicada a su pintura: aunque finalmente finalmente no pudo abrirse debido a la pandemia, la intención era reunir sus obras y sus cartas en uno de los centros neurálgicos mundiales del arte. 

El interés por su figura también ha llegado a nuestro país. El año pasado, la editorial Periférica reeditó el libro Artemisia, de Anna Banti, entre la novela histórica y la biografía, publicada originalmente en 1947, y que es una puerta de entrada inmejorable al imaginario pictórico de la italiana. “Artemisia Gentileschi, pintora valiente entre las pocas que la historia recuerda. Nacida en Roma, de familia pisana. Hija de Orazio Gentileschi, pintor excelente”. Con estas palabras la presenta Banti, cuyo trabajo ha sido clave en el reconocimiento de la importancia de la obra de Gentisleschi. “Ultrajada jovencísima en su honor y en el amor. Víctima insultada por un proceso público de estupor. Abrió una escuela de pintura en Nápoles. Se atrevió, hacia 1638, a trabajar en la vieja y herética Inglaterra. Una de las primeras mujeres que defendieron con sus palabras y sus obras el derecho a un trabajo deseado y a una paridad sincera entre los dos sexos”.

En esta misma línea de recuperación de su figura –un trabajo conjunto de historiadores del arte, con Roberto Longhi como pionero, y el movimiento feminista– se sitúa también el documental Artemisia Gentileschi, la pintora guerrera, recién estrenado en Filmin. Jordan River dirige un metraje que huye de la grandilocuencia: trata de condensar la vida y obra de la Artemisia y, al igual que muchas de las biografías de mujeres estrenadas en los últimos años, se plantea como un ejercicio de justicia, como un trabajo de restitución. Gentileschi aparece aquí como protagonista, icono feminista, y sobre todo, como una pintora excepcional.

En los primeros minutos entendemos algo primordial: el caso de la pintora barroca no es el de una mujer con talento que vivió en la sombra, ignorada por las élites, sino que su obra fue reconocida en su momento. Más bien estamos frente a un caso que funcionó con una lógica inversa: Artemisia Gentileschi fue laureada, admirada y tratada como una igual por el círculo artístico esplendoroso que en aquel momento se desarrollaba en Italia, pero su castigo por ser mujer le llegó tras la muerte, en forma de olvido y menosprecio a su legado. De hecho, esta es la imagen que quiere y consigue reflejar el documental: el de una mujer de éxito. El tono sobrio que acompaña la narración, a pesar de utilizar fórmulas algo anticuadas y una estructura repetitiva, puede celebrarse aquí en tanto que se asemeja a los documentales que habitualmente retratan a sus homólogos masculinos. 

Tal y como apunta el periodista e historiador del arte Peio H. Riaño en Las Invisibles (Capitán Swing), la recuperación de Gentileschi desde finales del siglo XX ha sido problemática porque en demasiadas ocasiones se le atribuye como primera definición la de ser la “pintora violada” –considerando que los abusos sexuales que vivió a los 18 años por parte de su maestro y amigo de su padre fueron determinantes para su arte– más que recordarla como la “artista italiana más influyente del S. XVII”, en palabras del propio Riaño.

“Al incluir esa referencia que ignora su excelencia artística hacemos evidente que así como la historia del arte fulminó su existencia del equipo titular de la pintura barroca, la industria cultural la devolvió a la vida al recrearse en el abuso que sufrió a los dieciocho años. Artemisia padece, primero, la violencia machista (violación), luego la violencia estructural del sistema (olvido) y, por último, la violencia capitalista (espectáculo), que sublima su trauma para encontrarle un hueco en este mundo de hombres, dejando al margen su trascendencia pictórica”.

Como ejemplo, Riaño cita la exposición de Artemisia en el Palacio Real de Milán de 2012, la primera que se dedicó exclusivamente a la artista, y en la que su obra se redujo a la expresión terapéutica de las consecuencias que dejó en ella la violación. “La entrada a la muestra era una escenografía creada por la visceral directora de teatro Emma Dante, que recibía al espectador frente a la cama desordenada. Trataba de disimular con bastante poco gusto el lugar del asalto a Artemisia”.

A pesar de que en este documental descubriremos ya en las primeras imágenes referencias a dicha violación, lo cierto es que se aleja de esa fijación que describe el periodista. Si como explica más adelante Riaño, “al mercado le interesa Gentileschi porque es cien por cien emocional y emocionante, sus cuadros son lo de menos”, este producto audiovisual destaca porque no reduce su figura a su vida personal, ni se recrea en lo morboso, sino que trata de forma paralela, con suficiente tiempo y espacio, la calidad, el detalle y la excepcionalidad de su pintura.

La premisa del documental no será la de “la pintora violada”, sino la de la “pintora guerrera” –como se anuncia en el título– y no solo por representar una mujer indestructible, en parte igualmente estereotipada, sino también por el tesón que mostró Gentileschi para defender y desarrollar su talento. 

Con este mismo propósito, se dedican unos cuantos minutos a las cartas que se conservan de Gentileschi y que fueron encontradas hace pocos años en Florencia, en el archivo Frescobaldi. La lectura de estos documentos sirve para que sea ella quien se defina a sí misma y a las relaciones de distinta índole que mantuvo con muchas personalidades de la época. La correspondencia con Galileo da cuenta de la amistad que mantenían, así como los favores mutuos que se intercambiaron: escuchamos de su puño y letra como Gentileschi le pide ayuda para mejorar y ampliar su reputación en las cortes de Europa.

También destacan los escritos apasionados y en ocasiones dolorosos –lloró en esta correspondencia la muerte de dos de sus hijos– que le mandaba a Francesco Maria Maringhi, con quien mantuvo una tórrida y duradera relación. En una de esas cartas, Artemisia cita Las metamorfosis de Ovidio para explicarle en tono jocoso a su amante que ha engordado tanto desde la última vez que se vieron que difícilmente podrá reconocerla en su próximo encuentro. Quizá lo más relevante de estos escritos es que sitúan a Artemisia como una mujer aventurera, de gran inteligencia, con amplia cultura y que, a pesar de los sucesos dramáticos, se sentía libre para divertirse en un ambiente cultural privilegiado donde era respetada. 

En cuanto a su obra, la narradora de esta biografía se detendrá en sus pinturas más conocidas, como Judit decapitando a Holofernes, Judit y su doncella, Ester y Asuera, Clio, Musa de la historia, David y Goliat o El nacimiento de San Juan Bautista -cuadro que desde 1999 se encuentra en el Museo del Prado, donde sólo ha sido expuesto, de manera intermitente, durante 26 meses–. Menos analizada que estas pinturas ha sido Aurora, en la que se centrará el documental para ejemplificar cómo se difuminó la figura de Artemisia hasta el punto de que, en el siglo XX, algunos de sus cuadros se atribuían a otros autores. 

“Aurora es el regalo más bonito que me ha dejado mi marido”, cuenta la coleccionista Alessandra Masu, que tiene esta obra de arte colgada en la pared de su casa. “Él la descubrió en los años 70 en un anticuario florentino y en ese momento la obra era atribuida a Guido Reni, pero mi marido supo muy pronto que era de Artemisia y lo hizo público. Digamos que desde ahí ha comenzado la historia crítica del cuadro”. Lo que vemos en Aurora es una figura femenina semidesnuda con las proporciones de la propia Artemisia, los cabellos al aire y los brazos señalando el cielo, hacia el horizonte, por donde se verá pronto el amanecer. Ella ilumina la noche y aclara el firmamento. 

“Al convivir con el cuadro durante tantos años, Artemisia, en forma de Aurora, ha pasado a ser una presencia impresionante, impotente, como un miembro más de la familia en todos los sentidos”, confiesa Masu. “La obra es un ejemplo perfecto para conocer hasta qué punto llegaba la maestría artística de esta autora. No representa solo a la mujer mitológica Aurora, sino también la aurora como fenómeno natural”. Un fenómeno que había sido descubierto hacía pocos años por su amigo Galilei –dándole el nombre de Aura Borealis–, y que Artemisia se permite utilizar aquí para dotar de un doble sentido esta magnífica obra, encargo de un discípulo de su amigo. 

Si en algo destacaba Artemisia era representando a mujeres de la divinidad cristiana, mitológicas o con poder. La veracidad de sus desnudos femeninos es incomparable a la de cualquier otro artista de su tiempo y era esto lo que reclamaban sus mecenas con más frecuencia: mujeres fuertes y enérgicas para sus cuadros. El último acierto del documental es precisamente el de reflexionar sobre los motivos por los que la condición de mujer de Gentileschi fue para ella tanto un obstáculo constante en su carrera, como su mejor baza para ofrecer una perspectiva única en sus cuadros. En las cartas que corresponden al último periodo de su vida, muestra un carácter hostil y reivindicativo hacia el ambiente social que la rodeaba. “El arte de una mujer hace permanecer en la duda su obra hasta que es vista”, escribió, pero es consciente también de la excepción que ella representa y exige ser reconocida como mujer y artista: “haré ver a vuestra Señoría Ilustrísima de lo que es capaz una mujer”.

En comparación con otros productos audiovisuales con una línea feminista más marcada, que muestran a mujeres excepcionales y cubren de emoción sus logros, en Artemisia Gentileschi, pintora guerrera la épica se reserva para una música algo desacompasada y algunos detalles de sus cuadros. No es este un documental innovador ni rupturista: utiliza fórmulas trilladas y el espectador no debe esperar sorpresas narrativas ni excesiva grandilocuencia; pero tampoco puede obviarse que todavía en 2021 sigue siendo motivo de celebración, por lo poco que ocurre, que el interés que suscita una mujer artista sea debido a sus obras maestras, y no por su personalidad, sus traumas o devaneos amorosos. 

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