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Viaje a las pesadillas polares: cómo arrasamos el Ártico en 9 fotos

José Antonio Luna

En el siglo XVII los exploradores holandeses ocuparon una pequeña isla en medio del océano Índico a la que llamaron Nueva Ámsterdam. Allí fundaron Smeerenburg, un asentamiento que serviría de centro de operaciones para el verdadero objetivo de la expedición: la caza de ballenas. Se cortaban en pedazos, se despellejaban y hervían su grasa para hacer aceite que luego usaban como combustible para lámparas o como cera de velas. Fue el “petróleo” de la época.

También era empleado como lubricante para maquinaria, razón por la que su uso se potenció con la llegada del ferrocarril y del aumento demográfico de las ciudades. Pero de la caza de los cetáceos no solo fueron responsables en Holanda: acabó siendo un monopolio de vascos. Comenzaron a faenar en mar del Norte, pasaron hasta Islandia y acabaron cruzando el Atlántico hasta llegar a Canadá. Así comenzó una actividad que acabó llevando al borde de la extinción a diferentes especies de estos mamíferos. Y no es la única práctica que ha terminado destruyendo parte de la fauna y flora de los territorios polares.

Es lo que se puede comprobar a través de la muestra fotográfica Pasado, presente y futuro del Centro Cultural Coreano de Madrid, la cual pretende hacernos reflexionar sobre el futuro de nuestro planeta en una semana que precisamente está marcada por la Cumbre del Clima celebrada en Madrid.

Su autor, Han Sungpil, es un viajero incansable que lleva años recorriendo el globo de este a oeste y de norte a sur. Esta serie concretamente se encuentra dedicada al Ártico y al Antártico, territorios asociados al abandono en los que, sin embargo, hemos estado muy presentes a lo largo de la historia. “Cuando la gente escucha las palabras 'zonas polares' las asocia con exploradores y al romance del peligro, pero eso no fue lo único que descubrí. También encontré una historia sobre energía: cómo a partir del siglo XVI el mundo se volcó con la caza de las ballenas”, explica el artista a eldiario.es.

Es lo que se aprecia en imágenes que muestran instalaciones olvidadas y barcos oxidados encallados en el hielo. Son el reflejo de lugares ricos en recursos que, una vez agotados, fueron abandonados para pasar los siguientes. Es el caso de las islas de Georgia del Sur, donde se estableció la estación ballenera de Grytviken. El negocio arrancó en 1904 con bastante éxito: 195 ballenas capturadas en la primera expedición y 300 personas contratadas durante su máximo apogeo. Pero acabó cerrándose en 1966, una vez que cayó en picado el número de animales (y el interés por el aceite).

Pero la huella ecológica ya estaba marcada. “En los barcos de estos balleneros a veces había ratas que acababan llegando a estas zonas. Estas terminaban comiéndose los huevos de los pájaros autóctonos hasta el punto de provocar que acabaran en peligro de extinción. De hecho, ahora mismo hay una campaña para cazar ratas en Georgia del Sur”, apunta el fotógrafo.

Adiós al aceite de ballenas, hola al carbón

El uso del aceite de ballena fue descendiendo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. La causa fue el descubrimiento del petróleo y del queroseno, combustibles necesarios para poner la calefacción o volar en avión entre muchas otras cosas. Se podría pensar que el problema en el Ártico se solucionaba una vez acabada la demanda de los cetáceos, pero no fue del todo así. “En la época de la industrialización descubrieron que en las zonas polares también había carbón de primera calidad porque, aunque parezca mentira, hace tiempo tenían un clima bastante cálido. Así que también comenzaron asentamientos mineros”, detalla Sungpil.

Es lo que sucedió en Svalbard, un archipiélago en el océano Glaciar Ártico perteneciente a Noruega. Allí ingleses, daneses, noruegos y rusos se disputaron la explotación minera de la zona. Las estaciones más importantes fueron la de Barentsburg y la de Pyramiden, que fue tomada en 1927 por la Unión Soviética y transformada en una localidad que llegó a contar con más de 1.000 habitantes. Ahora en cambio es una ciudad fantasma donde solo hay un hotel que abre de marzo a septiembre y es regentado por una única persona. El carbón era el principal recurso económico, pero dejó de dar ganancias y sus habitantes se vieron forzados a irse a otro lugar.

Actualmente solo queda una mina de carbón en Svalbard. El gobierno decidió cerrar el resto por la alerta medioambiental que suponen, especialmente en una zona que desde 1970 ha experimentado un aumento de más de 7 grados en invierno. Aun así, la población local lucha por mantener el que ha sido su trabajo durante generaciones. “Escucho todo lo que dicen sobre el cambio climático, pero sé que en el pasado hemos tenido inviernos súpersuaves, especialmente en Svalbard. Creo que es algo cíclico”, declaró un empleado de la planta a Reuters el pasado mes de septiembre.

Adiós al carbón, hola al cambio climático

La problemática tampoco se soluciona cerrando las minas de carbón. Queda un último dilema que constituye la mayor amenaza medioambiental a la que se enfrenta la humanidad: el cambio climático. El deshielo del Ártico se acelera sin precedentes y las consecuencias no solo afectan a esta lejana región, sino a todo el mundo. Según Greenpeace el nivel del mar ha aumentado 19 centímetros desde 1901, agudizando el riesgo de temperaturas extremas. Algunas zonas sufrirán veranos más calurosos y otras en cambio tendrán inviernos más fríos.

“En un futuro será complicado ver esa fauna con pingüinos y osos polares que aparecen en los anuncios de TV. Ahora las nevadas se han sustituido por lluvias, y eso provoca que algunas crías de pingüinos que todavía no han desarrollado sus plumas mueran de frío”, lamenta Han Sungpil.

No se está haciendo lo suficiente y el tiempo de tomar decisiones se está acabando, sentimientos que definen la cumbre COP25 de Madrid. “Es el problema más grave de nuestra era. Los habitantes locales me dijeron que el clima ha cambiado muchísimo en solo tres años. Ahora lo complicado es ver nevar”, apunta el artista.

La conciencia individual es necesaria, pero también la de los gobiernos y grandes corporaciones. “Lo que ocurre en EEUU y en muchos países es que para los políticos lo importante no es el cambio climático, sino mantener la base de sus votantes independientemente de qué intereses apoyen”, señala el fotógrafo al ser preguntado por José Luis Martínez Almeida, actual alcalde de Madrid, y su intención de desmantelar el plan antipolución implantado por el gobierno anterior.

Ante la falta de conciencia, el artista aconseja animarse a vivir los efectos del impacto ambiental en primera persona: “Recomiendo que todo el mundo visite las zonas árticas para pensar qué hemos hecho, cómo estamos ahora y cómo va a ser en el futuro”. Y, si no, siempre quedara la opción de contemplar muestras como la presente.

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