El incierto retorno de 'The Man From Earth' 10 años después de iluminarnos
Los lapsos de tiempo no son absolutos, sino relativos. Solo la velocidad es una constante universal. El tiempo se dilatará según la perspectiva de quien mire y desde dónde lo haga. Un ejemplo práctico: para el cinéfilo, en 2017 se cumplirían 10 años del alumbramiento de El hombre de la Tierra.
Pero si adoptamos la perspectiva del difunto pope de la ciencia ficción Jerome Bixby, han pasado casi seis décadas desde que estructurara el relato en forma de guion y engendrase así a tal sujeto a principios de los sesenta. De situarnos en la planta de John Oldman, el alias del individuo titular, todo habrá discurrido más rápido, mucho más rápido: en concreto, 14.000 años desde que iniciara su peregrinaje por el planeta.
El tiempo se ajusta a nuestras circunstancias, pero no resultará el mismo para quien lo experimente. No se puede comparar un fotón de luz que rebota entre las paredes de una estancia estática frente a otro que hace lo propio en una habitación en movimiento. El tiempo se ralentiza en la segunda y sus habitantes envejecen más lentamente que quienes participan del experimento en la primera.
El hombre de la Tierra proponía una paradoja así: un individuo que nació en el Paleolítico y no dejó de moverse desde entonces, manteniéndose amortal hasta nuestros días, narrando su vida y (mal llamados) milagros a una audiencia cómplice de profesores, cuyas tesis –biológicas, históricas, religiosas- quedaban obsoletas en apenas una noche. Para el primero, esa velada no significaba más que una millonésima fracción de su existencia; para el resto, el impacto de la reunión los llevaría a crecer decisivamente como personas, y a alguno incluso a conocer la muerte más rápido de lo que pudiera pensar.
La sensación fue compartida por el público, que accedió a esta película de presupuesto exiguo y textura casera a partir de su lanzamiento en 2007. Formulada como una discusión retrospectiva sobre las eras del planeta, irrumpió como un fulgor en el panorama, destellando en un horizonte por senderos inescrutables –como BitTorrent, que se instituyó como inesperada plataforma de difusión– y adquiriendo un rápido estatus de culto, en contraste con sus reducidas pretensiones iniciales. La cabaña del profesor John Oldman se convirtió en lugar de peregrinaje. Una clase magistral de obligada asistencia para el aficionado a la fantaciencia cinematográfica.
Y así, poco más de un decenio desde su premiere, llega la segunda acometida de El hombre de la Tierra. Auspiciada por el mismo equipo tras aquella (el director, Richard Schenkman; el hijo de Jerome Bixby, Emerson; el actor principal, un David Lee Smith que parece haberse impregnado del don de su personaje para mantenerse lozano), la largamente anunciada The Man From Earth: Holocene asomó el 18 de enero de 2018 en Internet.
Lo hizo con un estreno mundial, totalmente legal, a través de la plataforma de descargas The Pirate Bay (cinco días después llegaría, en mejor calidad, a Vimeo), y toda una declaración de intenciones: esta había de ser la primera de más continuaciones, el arranque de una saga.
El tiempo desigual
En su título completo, Jerome Bixby’s The Man From Earth, dictaminaba con claridad la autoría ulterior a la que debe su existencia. Autor de entregas fundamentales de Star Trek, Bixby entabló una relación platónica con el manuscrito de El hombre de la Tierra, desde los primeros años sesenta y hasta su última exhalación, el 28 de abril de 1998.
En su lecho de muerte, dictó a su hijo Emerson las instrucciones para que diera cierre al libreto. La costosa consecución de la película, nueve años más tarde, era en sí misma una obra de amor, la de un hijo a su padre, análoga a la de este último con el material.
La perfecta construcción del discurso acreditaba el profundo trabajo humanístico emprendido por el escritor. Su guion ofrecía una audaz, por desacralizadora, reflexión teológica. Especialmente cuando planteaba que el protagonista fuera también Jesucristo, no el dibujado en las sagradas escrituras cristianas, sino un discípulo de Buda a quien adaptó al hebreo. De pronto, la curiosa hipótesis fantástica desvelaba una docta desmitificación de la religión y los dogmas de fe que han atenazado el pensamiento crítico del creyente durante la historia.
Parece, pues, inevitable que el nivel casi divino de inspiración sea inasible en esta secuela. La particular fuente de la vida de la que emanó todo reflejaba un aprendizaje extenso, meticuloso de su creador a lo largo de su periplo vital. No es un problema ya de talento, sino de tiempo.
Juventud maldita
Situada diez años después de los acontecimientos de la primera (el margen que toma por norma el protagonista para reemprender su nomadismo y sortear sospechas sobre su aspecto), Holocene disemina un puñado de muy sugestivas conjeturas sobre el futuro de la Tierra, sobre la degradación de valores en la sociedad occidental contemporánea.
Parte, además, de un atinado detonante, como lo es la idea de que John esté empezando a envejecer tras milenios de regeneración continua. Sin embargo, dichas ideas no terminan de agarrar durante el metraje. Shenkman y Bixby hijo abandonan la fórmula discursiva de la anterior para construir una débil intriga que reduce la macicez del conjunto.
Esto ocurre a pesar de los esfuerzos de ambos por no repetir esquema, por no imitar al padre, sino continuarlo y complementarlo. Eso posibilita algunos de los momentos dramáticamente más sólidos del filme: la despedida de John de su pareja actual (Vanessa Williams), muestra de la ambigua naturaleza del primero: “¿Cómo puedes ser tan frío?”, le reprocha ella.
Al mostrarnos este trance, que saben recurrente quienes vieran The Man From Earth, se logra una nueva desmitificación del individuo, tan trágico como desapegado, no ha dejado de sentir remordimiento por el dolor que su condición pueda provocar en los demás. Un nómada que ha de ser inevitablemente egoísta para sobrevivir.
Pero, precisamente, el razonamiento incurre en el error de lógica que supone ceder el peso de la progresión en un grupo de jóvenes en oposición al más (en principio) mesurado claustro de maestros reunido en la primera. Máxime cuando nada más arrancar el filme se expresa el desencanto hacia las nuevas generaciones por su visión utilitarista de la educación, frutos de una cultura que persigue la inmediatez, la recompensa sin esfuerzo.
Aún acreditando la brillantez académica de los cuatro en sus réplicas, han sido perfilados con un trazo demasiado desdeñoso (especialmente doliente el caso del rol que ha de defender Britanny Curran, de una gratuita sexualización) como para empatizar con su anhelo por descubrir el secreto de Oldman. Un secreto que, por otro lado, conoce de partida el espectador, lo que juega a la contra del filme.
Lo que el tiempo dirá (o no)
Pese a todo, con sus intermitencias y vaivenes, The Man From Earth: Holocene es capaz de procurar ricos pasajes. En ocasiones, optando por romper el discurso y quedar en silencio para contemplar la relación vestigial entre Oldman y el mundo natural. En otras, al regresar al canon impuesto por su precedente y plantear un debate filosófico directo, en torno a la dualidad que la figura de John despierta en los crédulos: de hijo de Dios a falso profeta que atestigua como suyos los prodigios del anterior.
De nuevo, una disquisición sobre los problemas que entraña la lectura literal de las ordenanzas religiosas, y la inseguridad y violencia que desencadena en el practicante el cuestionamiento de la fe a la que se ha encomendado. No cabe duda del interés de la conversación que, como la anterior, se nos propone. El problema reside en la consideración que la película hace del tiempo. De su tiempo. Del tiempo del espectador.
Según se desenrollan los créditos en esta versión digital del filme, Richard Schenkman irrumpe en pantalla para explicarnos la decisión consciente de dejar un final abierto y de su propósito de continuar las andanzas del protagonista en forma de serie. Un propósito que requiere de las donaciones de los interesados para salir adelante. Esto mismo ocurrió años atrás, en 2013, cuando el realizador pregonara su primera intentona por sacar adelante la que nos ocupa.
El hombre de la Tierra no necesitaba continuación. El nimio fragmento de su tiempo que habíamos conocido nos daba perfecta cuenta de quién era, de lo que había vivido y nos hacía fantasear con futuras paradas de su interminable viaje. Entonces, The Man From Earth: Holocene solo podía entenderse como un obsequio para los acólitos de John Oldman y, como tal, algo de agradecer pero en principio innecesario.
Pero ahora, independientemente del resultado de la búsqueda de fondos, queda en un amargo suspenso, sin un desenlace satisfactorio que funcione con completa autonomía. Incluso parece hecha con cierto apresuramiento, como si no pudiera aguardar a que el público lo viera y respondiera, a que lo hiciera de modo análogo a como lo hizo 10 años atrás. La reacción de ese público, más bien tibia, hace pensar que no será fácil.
Por más que celebremos reencontrarnos con este orador imperecedero, por más que nos satisfaga en buena medida, cuesta creer que haya de ser a costa de comprometer su existencia, de reducirlo a uno más intrascendente. Las prisas no preocuparon a Jerome Bixby mientras modelaba a John Oldman. Para él, como para su criatura, las décadas no contaron igual que para el resto. Sabía que el tiempo era relativo.
¿Realmente necesitábamos volver ver al hombre de la Tierra, al menos tan pronto? Quizás una década no sea suficiente, quizás cualquier periodo lo sea, según quien lo mire. Tal vez bastara con soñar con sus andanzas, con imaginar al carismático David Lee Smith circunvalando la vejez y las arrugas. Tal vez bastara con creer en él.
Hasta que se aclare su incierto porvenir, hay que elogiar a Holocene por dar pie a abrirnos más interrogantes, incluso sobre su propia existencia. En estos tiempos, no es poco.