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CRÍTICA

'Liga de la justicia', o cómo estrenar una película que ya has visto cientos de veces

Póster de la versión Imax de 'Justice League'

Francesc Miró

Hasta cierto punto, es comprensible que la nueva película del llamado DC Extended Universe sea una mezcla extraña de intenciones, discursos y sensibilidades. Zack Snyder, el gran ideólogo del mismo tras haberse encargado de El hombre de acero y Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia, tuvo que dejar el rodaje del film debido a una tragedia familiar. Su testigo lo recogió Joss Whedon –el director de las dos películas de Los Vengadores-.

Aunque en junio se afirmaba que la película estaba finalizada y Whedon no tocaría el tono con el que Snyder había impregnado la historia, centrando sus esfuerzos en la post-producción de la misma, en julio ya habían empezado los reshoots y parecía muy difícil que la película no se viese afectada por la mirada de Whedon. Al final ha sido imposible.

En Liga de la Justicia se enfrentan- -sin dialogar-, dos formas distintas de entender el género superheroico en el séptimo arte. La mezcla, pretende convertir la película, decisiva para Warner de cara a futuras franquicias, en un producto accesible, más agradable y menos adusto que Batman v. Superman. Pero el resultado deja al film en tierra de nadie. Estamos ante un producto de aproximadamente 300 millones de dólares que no arriesga en ninguno de los planos formales o narrativos que plantea, acomodado en narrativas visuales ya conocidas, desarrollos transitados no solo por el género sino por el cine de acción más comercial y zafio, y una torpe capacidad para humanizar a sus protagonistas. ¿Qué le pasa al género de superhéroes?

Los superhéroes siguen mandando en la taquilla

Atendiendo solamente a los estrenos de 2017, el género ya ha dado muestras suficientes de que sigue sin agotar su mecha. Sin discernir a qué gran major pertenece cada una, este año llegó Logan y se hizo con más de 600 millones de dólares. Luego vinieron Guardianes de la Galaxia Vol.2, Spider-Man: Homecoming y Wonder Woman con más de 800 millones todas y cada una. Cifras que Thor: Ragnarok parece no poder alcanzar, ajustándose a los 600 de nuevo. De todas ellas, Liga de la justicia es, de lejos, la menos original.

La película de Lobezno era una oscura y contundente relectura en clave de western moderno del atormentado personaje de Hugh Jackman. La galáctica tropa de buscavidas ofreció nuevas cotas de inesperado savoire-faire emocional a sus héroes.

Por su parte, el trepamuros devolvía a Peter Parker al instituto en una nueva forma de entender el heroísmo teen. Wonder Woman, aun con sus muchos problemas, se podía entender como una fábula antibelicista y feminista. E incluso Thor: Ragnarok se nos presentaba como una colorista comedia de tortazos que no pretendía ser absolutamente nada más que eso.

Todas ellas tenían un discurso propio, intransferible mirada del género que funcionaba con sus más y sus menos. Tenían algo que decir. Sin embargo, Liga de la justicia se nos presenta como un mero trámite hacia el universo posterior y franquiciable, vacua en su narrativa y desnortada en sus objetivos.

Héroes sin objetivos

Si, a pesar de todo, el trabajo de Snyder y Whedon solo consistiese en fabricar una excusa para presentar a los personajes que más adelante tendrán película propia, tampoco cumplirían su objetivo. Liga de la Justicia es incapaz de conseguir la implicación emocional necesaria para comprender las personalidades de cada uno de los integrantes del grupo, por mucho que les intente dotar de trasfondo. El dramatismo del mismo no llega a cuajar, ni define per se su forma de ser.

Tampoco es capaz de justificar las razones que empujan a cada uno a conformar al equipo. Los héroes se unen, básicamente, porque viene un malo malísimo. Algo que películas como Guardianes de la Galaxia o Los Vengadores pudieron hacer sin por ello dejar de ofrecer personajes complejos motivados por distintas razones. Aquí, ninguno evoluciona, ni se ve afectado por la epopeya de formar equipo: Wonder Woman es la entregada e inteligente dama, Flash es el miedica gracioso, Batman el atormentado con sentido del deber, Cyborg es el 'friki' informático y Aquaman es… un cachas.

Liga de la Justicia, en definitiva, tiene héroes al servicio de su función narrativa y no de sí mismos. Trama supeditada a los cánones que debe representar cada uno en su rol dentro del grupo, tal como hiciese casi cualquier película que cumpliese el tropo del team-up clásico, de Loz Cazafantasmas a Armageddon. Y todo, repitiendo juegos entre ellos: desconfianza entre los las capacidades de unos y otros, chistes sexistas sobre la única integrante del grupo, liderazgo cambiante, sorpresa por la demostración de habilidades… lo que viene siendo habitual. Sin sorpresas, sin sobresaltos. Sin riesgo.

Una película anticuada sin saberlo

Como decíamos, el género superheroico es capaz de reinventarse constantemente para explicarse a sí mismo como marco y contenedor de todo tipo de historias. Esto no se nos plantea solo en el campo de lo narrativo: cada una de las aventuras de gente con superpoderes de este año tenía un discurso visual propio. Ya fuera el árido, vacío y exasperante mundo de Logan o el hipercolorido universo de Thor: Ragnarok.

La nueva película de DC, sin embargo, se parapeta en viejas fórmulas visuales que nada tienen que ver con una búsqueda moderna de un discurso cinematográfico único. Es vieja en su forma de plantear la acción y sabe a déjà-vu cuando intenta impactar.

Zack Snyder, realizador dotado de una imaginería visual propia, opta aquí por copiarse a sí mismo. Su utilización de la slow-motion, técnica que solía dotar de un significado claro, acude hoy a lo obvio para acentuar imágenes de poco andamiaje. Ya sea Aquaman caminando lentamente hacia el mar, mientras las olas estallan a su alrededor o Batman cayendo con la capa desplegada desde las alturas.

Sus antiguos hallazgos se tornan trucos cuya trampa salta a la vista: el realizador vuelve a rodar entierros tal como lo hizo en Watchmen, piruetas como las de 300 y campos de maíz de aire a Terrence Malick como lo hizo en El hombre de acero. Se muestra incapaz de innovar.

Ni siquiera sus set-pieces dejan espacio para la originalidad. Dos terceras partes de las batallas que se desarrollan en el universo de Liga de la justicia se asemejan sobremanera a cómo se planteaban las batallas libradas en la Tierra Media de Tolkien llevada al cine por Peter Jackson. Y la otra, la vimos en el tercer acto de Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia entre explosiones y villanos realizados por ordenador,pero también en las ciudades de Europa del Este que tanto gusta de destruir Marvel.

Es más: ¿cuántas veces hemos visto al personaje con hipervelocidad salvar la escena rodando por las paredes? Mínimo dos en los tres últimos años con X-Men: Días del futuro pasado y Vengadores: La era de Ultrón. Nada sorprende en esta ocasión.

Superhéroes de hoy para el cine de ayer

Al terminar el visionado de Liga de la Justicia, no es su tibia indefinición entre diversión y gravedad, ni su apoteósico tercer acto, ni su nula invención visual o narrativa, ni su torpe desarrollo de personajes lo que la convierte en un sonoro fracaso.

El cine de superhéroes es la manifestación más mainstream de cómo un género puede subvertir constantemente sus tropos, forzar lugares comunes para llevar al espectador hasta sitios en los que no había estado. Su innovación parte de jugar siempre con las mismas cartas, pero hacer trucos diferentes cada vez. Y por eso, su peor enemigo es la homogeneización, la falta de discurso. Y eso es lo que parece ser Liga de la Justicia, una película que no pretende sorprender, ni molestar, casi parece retractarse de lo mostrado en sus antecesoras en DC. Es una película que pretende cumplir expediente y no generar debate. Es una película que ya hemos visto. Cine de ayer.

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