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La gran pantalla a la carta

Cine a la carta, pero en las salas

Raúl Minchinela

Si tuviéramos que resumir a los nuevos directores españoles de cine con una sola imagen, tal vez sería la de un hombre con una cinta debajo del brazo. Consiguen premios en festivales internacionales con las mismas películas que no pueden estrenar en los circuitos comerciales. Da igual toda una concha de oro, como el caso de Isaki Lacuesta con Los pasos dobles, o un elogio de la crítica tan consistente como el que recibió Carlos Vermut con Diamond Flash. Las salas de cine y los directores de cine han terminado separados; ahora les acogen los centros culturales, las cinetecas, las salas polivalentes. Allí se han refugiado estas películas que reciben el sello de arriesgadas, pero que se van estableciendo progresivamente como la normalidad de nuestro tiempo.

El director que se tuvo que convertir en productor para costear la obra, ahora ejerce además de distribuidor. El autor viaja con la película realizando sesiones especiales, que se complementan con un coloquio en directo e incluso con actuaciones musicales. Así lo hacen Jonás Trueba con Ilusos, Dani de la Orden con Barcelona nit d'estiu o León Siminiani con Mapa. Son proyecciones que agotan entradas mientras en las grandes salas el aforo languidece. Pero con un sacrificio importante: pierden en el proceso el don de la ubicuidad. Se puede multiplicar la película, pero no se puede multiplicar al director.

La distribución digital de videos a la carta, donde alquilamos la película que deseamos y la vemos en nuestro monitor en una emisión personalizada, se está planteando como modelo para salir de ese nudo gordiano. En lugar del director que sale a buscar a su público, usar la red para conseguir que sea el público quien vaya a buscar sus películas. En Estados Unidos, está en funcionamiento la plataforma Tugg: allí el usuario elige una película del catálogo, indica la ciudad donde desea la proyección y señala el precio de la entrada. Cuando hay suficiente gente para llenar la mitad del aforo, la sesión se lleva a cabo en una de las salas que están asociadas. El “Video-On-Demand” de Netflix del salón de casa se convierte así en un “Theatrical-on-Demand” con platea y gallinero.

El cine vuelve a la sala, pero tu eliges la programación

Marc Prades y Alberto Tonazzi presentaron en el festival barcelonés In-Edit su plataforma Screenly, un “cine a la carta” equivalente al norteamericano que permitirá que el público organice las proyecciones. “Buscamos tener al menos una sala en cada capital de provincia”, señala Tonazzi, “y estamos calculando un umbral del 65% de aforo”. Prades describe la plataforma como “un Verkami de la distribución”, señalando a la conocida plataforma de crowdfunding. “El usuario, al elegir la película, monta el evento. Para que suceda sólo es necesario completar un cierto número de personas, porque nosotros nos encargamos de lo demás”. Screenly busca devolver las películas a las salas, aunque sea en sesiones puntuales, y recobrar así terreno perdido en los circuitos comerciales. “En 1983 se estrenaron en España 4718 películas; el año pasado sólo 1537”, subraya Tognazzi, “hemos perdido variedad y esta puede ser una vía para recuperarla”.

Screenly no empezará sus actividades hasta marzo de 2014, pero su anuncio ya ha hecho olas en círculos especializados. La proyección a la carta proyecta luz para los exhibidores, porque minimiza los riesgos con el aforo vendido, pero a la vez proyecta sombras porque el público debe presentar interés por adelantado, como una religión que sólo predica entre quienes son ya creyentes. Las proyecciones especializadas pueden devolver diversidad a las salas pero a la vez estabular al público en círculos cerrados de “cine de su estilo”, como esos fumadores que se asociaron cuando les reunieron a la fuerza en la puerta del bar.

Pero recuperar las salas es una prioridad que requieren las películas que se hacen aquí y ahora. “El objetivo principal es optimizar los recursos que existen ahora mismo”, subraya Prades, “darle poder al espectador y darle poder al autor y reunirles en su espacio natural”. Con el pedir a la carta siempre ha venido la obligación de elegir. Y todo poder conlleva una responsabilidad.

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