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Raúl, ilustrador y dibujante de cómics: “Hay que apostar en contra de los lugares comunes creativos”

El dibujante Raúl

Gerardo Vilches

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Raúl Fernández Calleja (Madrid, 1960), conocido artísticamente como Raúl, es uno de los grandes heterodoxos del cómic español. Nombre clave en la renovación que supuso la revista Madriz durante los años 80, su trayectoria se ha desarrollado en el terreno de la experimentación y la historia corta, de forma paralela a su desempeño como ilustrador de prensa y sin entrar, aparentemente, en las reglas del mercado actual.

El dibujante recuerda, en entrevista con elDiario.es, sus inicios en la revista Cairo, con una serie nunca concluida: Los irregulares de Baker Street. Pero fue en otra publicación de la época, Madriz, donde Raúl comenzó a ser Raúl, tal y como recuerda, a partir del quinto número, donde se coló “cual polizón en un barco ya zarpado”. En aquella revista, donde también se encontraban firmas como Federico del Barrio, Ana Miralles, Ana Juan o Fernando Vicente, Raúl encontró su voz: “Aquel par de páginas mensuales me permitieron jugar como nunca y rebuscar, rebuscarme; procurar dar con lo que particularmente quería que mis viñetas contaran y, fascinado por la flexible y singular estructura narrativa de los tebeos, abordarlas con toda la creatividad y novedad que mi coco y poca destreza me permitieran”.

El autor atribuye la relevancia de la revista a la dirección editorial de Felipe Hernández Cava, que supo valorar una “disparidad de propuestas estéticas y narrativas, gracias a una singular visión que le permitía percibir la más incipiente valía artística aún en trabajos muy prematuros”. “Una virtud poco común de la que Felipe, formidable guionista puntualmente enredado en la dirección de una publicación, supo hacer gala”, añade Raúl.

Tras la experiencia en Madriz, que cerró en 1987, Raúl continuó publicando en diferentes cabeceras, como Medios Revueltos, hija espiritual de la revista dirigida por Hernández Cava, El País Semanal o, ya en fechas recientes, M21 Magazine, editada por el Ayuntamiento de Madrid. En toda su trayectoria, Raúl siempre se ha mantenido firme en su afán experimentador, huyendo del estilo único y reconocible. “La manera de narrar modifica el propio relato”, afirma. “Este mantra me asiste en cada uno de mis trabajos: sea historieta, ilustración o caricatura”. El dibujante reivindica la necesidad de adecuar “la gráfica al ‘tono’ que cada trabajo requiera”. Y desarrolla su idea: “No se trata de ahondar en una esquizofrenia formal, pues siempre nos moveremos en los límites de un universo propio, aquella ordenación de nuestras preferencias, Ordo amoris, como lo nombrara Max Scheller. Sino, valientemente, apostar en contra de los lugares comunes creativos, para ceñirnos a lo que un determinado guion de historieta, texto periodístico o rostro a retratar nos demanda”. Y recurre a una cita cinematográfica para ilustrar su postura: “Se trata de huir del ‘efecto Casablanca’, por el cual nuestro ego, editor o incondicionales lectores nos piden que interpretemos siempre lo mismo y de igual manera, play it again, Sam”.

En los años 80, la historieta larga suponía una excepción; las historias breves eran, por el contrario, el estándar de publicación del mercado. Sin embargo, en el siglo XXI, las tornas se han ido invirtiendo progresivamente hasta el punto de que la novela gráfica, a veces de cientos de páginas, es lo habitual. A pesar de ello, Raúl nunca dio ese paso; su obra más extensa ha sido La tierra sin mal (Dibbuks, 2018), de 40 páginas. “Las reglas del mercado son siempre en función de un beneficio económico, y apoyan u olvidan por intereses no perfectamente coincidentes con los de la creación”, explica. “Pero lo cierto es que la extensión de un tebeo debería marcarla la justa valoración del número necesario de páginas para su adecuado relato, lo que no parece lograrse habitualmente. Si se requiere el grosor de 300 planchas y se le llama novela gráfica, bien. Si nos ajustamos a las 48 tradicionales y las denominamos álbum de cómic, también bien. Si son dos, o cuatro, o las ocho habituales por autor de las, tan escasas, revistas, y las apodamos no sé qué, formidable”, comenta el dibujante. Y subraya: “Solo un alargamiento o recorte inadecuado por la pretensión de encasillar comercialmente el trabajo lo perjudica”.

Trabajando en la prensa

Ya desde finales de los años 80, Raúl comenzó a colaborar con diferentes diarios como ilustrador. Su trabajo ha podido verse, desde entonces, en periódicos tan dispares como El País, La Razón o La Vanguardia. El autor reconoce que fueron “exigencias alimenticias” las que lo llevaron a ello, aunque asegura que desde sus primeras colaboraciones en El País se enamoró de ese trabajo: “Lo vivo como otra vocación, semejante a la de los tebeos, desde hace 37 años, que publico a diario en periódicos”.

El trabajo en la prensa es muy diferente, en plazos y ejecución, de los cómics. “Se trata de realizar una imagen a partir del texto que te envían un par de horas antes, o poco más, de que debas entregar tu ilustración”, explica. “Esta premura te obliga, tantas veces, a evitar precisamente los lugares comunes creativos a los que antes me refería, pues apenas cuentas con tiempo para acogerte a estilos predeterminados y te encuentras adoptando soluciones gráficas que nunca hubieras empleado de haber contado con un plazo de entrega más dilatado”, asegura.

Raúl reflexiona sobre las diferencias y semejanzas de los dos lenguajes, el del cómic y la ilustración de prensa, que ha manejado durante su extensa carrera: “En la historieta, dirigimos, muy en corto, la atención del lector viñeta a viñeta, según estructuremos el desenvolvimiento temporal de la narración. Pero en la imagen fija de una ilustración, son otros los mecanismos con los que guiar ese interés y presentar así la metáfora gráfica con la que pretendemos ‘iluminar’ el texto al que acompañará”.

El dibujante concede una importancia clave al tiempo y a la cantidad de información mostrada. “En ambos casos, historieta y prensa, la gráfica marca la percepción de lo mostrado, pero en esta última el tiempo de lectura se alarga o acorta por medio de la sencillez o prolijidad de los elementos narrativos, reunidos en esa única imagen: de unos mínimos trazos o símbolos deviene una rápida comprensión; en cambio una puesta en escena densa en detalles la demorará”, desarrolla.

Como consecuencia de estas reflexiones y de la necesidad profesional, Raúl ha adoptado una metodología basada en una máxima: “Todo significa, utilízalo todo”. “Me he servido para simbolizar una idea o armar un relato, de cualquier tipo de dibujo u objeto real, o la combinación de ambos, puesta en escena de elementos de todo tipo, fotografiados al albur o ensamblados: O los sonidos o músicas, cuando he tenido ocasión de ilustrar en prensa digital”, analiza el ilustrador.

Los desafíos de la profesión

Pasados los 60 años, Raúl afronta la madurez artística y profesional en un momento de incertidumbre y precariedad en el sector. Sin embargo, tiene la esperanza de que siga habiendo un hueco para la experimentación y el riesgo, aunque también albergue dudas. “Parecía que un cierto hilo de oro que partiera de los primeros padres del cómic y enlazara a los autores que, no siempre obedientes a la industria, apostaron y enriquecieron este medio tan heterogéneo, alcanzaría a nuestra época. No quiero dudarlo, pero me cuesta percibir el resquicio que, sorteando las precariedades laborales y mediocridades de miras generadas por los superlativos criterios comerciales en auge, permita seguir enhebrando nombres. Desde luego heroicos”, analiza el autor. Cuando se le pregunta por el impacto de las inteligencias artificiales en su oficio, Raúl se muestra optimista. “Sabremos doblegar nuestras inteligencias artificiales, pues de nosotros beben, para que devengan en inimaginable herramienta y no en amo. Y plegar a otras muy analógicas y con mando en plaza, para que distraigan al menos una rendija por la que aquel brillante hilo de desobedientes artistas serpentee, aunque sea en paralelo a este futuro de ‘susto o muerte’ que nos auguran”, reflexiona. Y concluye con un toque de ironía: “Sesentón y esperanzado, no tengo remedio”.

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