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Un desconocido tesoro industrial a medio proteger se enfrenta a la voracidad de la especulación

Doble rampa helicoidal para el ascenso y descenso de los automóviles en el interior del Parque Móvil

Peio H. Riaño

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En julio de 1944 se entregaron las 70 primeras llaves de más de 1.100 viviendas para más de 5.000 personas que formaron una aldea en medio del barrio de Chamberí en Madrid: el Parque Móvil y la colonia de San Cristóbal. Los primeros inquilinos, que debían pagar rentas mensuales de entre 65 y 122 pesetas, desfilaron ese día brazo en alto ante las autoridades. Los asistentes al acto entonaban el Cara al sol, dando gritos entusiastas de “¡Franco, Franco, Franco!”. Allí estaba el ministro de Gobernación, Blas Pérez González, y el director general de Arquitectura, Pedro Muguruza.

Cinco años después de ese acto, un grupo de trabajadores se fotografió el día en el que colocaron “la última teja” del Parque Móvil del Estado, en la calle de Cea Bermúdez. Era el 30 de diciembre de 1949. Además de las viviendas de la colonia de San Cristóbal, construyeron el inmenso garaje que daría trabajo a los vecinos. Casi 600 obreros levantaron esa aldea en plena carestía de posguerra.

Se movieron cerca de 50.000 metros cúbicos de tierra, al principio, a punta de pico con soldados de un batallón de trabajadores. Usaron 1.500 toneladas de hierro, 20.000 metros cúbicos de hormigón armado y otros 10.000 de hormigón en masa. “Equivalía a un convoy de 1.000 vagones de cemento”, cuenta José Sierra, catedrático de Geografía en la Universidad de Cantabria y miembro de la Asociación Defensa del Parque Móvil del Estado. Sierra está construyendo el relato documental y oral de la memoria de este singular edificio, junto con Pablo López, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Esta narración es el sustento de la ansiada protección patrimonial de un conjunto industrial único en el Estado español.

Transparente y bajo control

“Es importante conservar el Parque Móvil porque es el patrimonio de los obreros y de los oficios. Fue una operación paternalista del franquismo, en la que aunaron espacio de trabajo y espacio de reproducción. Un complejo de convivencia y control único”, cuenta el especialista. El conjunto conserva intacto el ejemplo más grande de la rápida difusión de la gestión vertical de la primera generación de garajes urbanos. Ambrosio Arroyo fue el arquitecto elegido para el encargo: “Un garaje con capacidad aproximada para mil coches y los que eventualmente [estén de paso] pueden hallarse en esta capital”.

El garaje del Parque Móvil es una gran caja ortogonal de cuatro niveles sobre el suelo. Y una planta rectangular de 193 metros por 53. El elemento más representativo de este edificio es la famosa “rampa de doble tobillo”, por la que los coches suben y bajan sin cruzarse. Solo hay una igual en el mundo y esta en Italia, en Lingorotto (Turín), en la antigua fábrica de Fiat, que cerró hace más de 30 años y se convirtió en un centro cultural y comercial.

La realización de este acceso —con una pendiente que no supera el 10%— es un alarde de precisión y de trabajo cualificado, a cargo de 110 trabajadores organizados en cinco equipos (ferrallas, carpinteros, albañiles, confeccionadores de hormigón y equipo volante), con abundante maquinaria. La espléndida rampa se remataba en una cúpula, hoy perdida, de una ligera estructura metálica acristalada que permitía mantener iluminado el centro.

Arroyo diseñó el conjunto con dos misiones: la fluidez y la vigilancia, que hicieron posible la circulación incesante y el control de acceso y salida de los vehículos con dos únicos puntos (controlados por el cuerpo de guardia). Lo llamativo de este garaje es su transparencia hacia el interior, absolutamente opaco hacia afuera.

Miles de metros urbanizables

Actualmente el Parque Móvil está cerrado al paso de toda persona ajena al centro. No se puede visitar sin previo aviso. Trabajan menos de 20 conductores fijos. En su época dorada había cerca de 1.000 conductores, además de los obreros de talleres. En 1986 se aparcaban 1.500 vehículos oficiales en el garaje levantado sobre un inmenso solar donde se encontraba el antiguo Cementerio Patriarcal. Hace pocos años los vecinos se agruparon para paralizar la destrucción de esta joya arquitectónica y social, como ha ocurrido con las instalaciones del Taller de Precisión de Artillería (TPA) y las Cocheras del Metro en Cuatro Caminos.

El Parque Móvil es un organismo adscrito al Ministerio de Hacienda. Hace casi una década el exministro Cristóbal Montoro pretendía vender por 300 millones de euros el suculento solar de casi 25.000 metros cuadrados. La amenaza no ha desaparecido e Hispania Nostra lo ha incluido en su Lista Roja tanto por sus valores arquitectónicos y constructivos como por su relevancia histórica y social, siendo el único complejo industrial-residencial existente actualmente en la ciudad de Madrid.

La Dirección General de Planeamiento del Ayuntamiento de Madrid acaba de responder a Madrid, Ciudadanía y Patrimonio sobre la solicitud que hizo la asociación para ampliar la protección del Parque Móvil. Reclamaron que se incluyera en el catálogo de edificios protegidos por el Plan General de Ordenación Urbana de Madrid (PGOUM). Pero el consistorio ha rechazado la petición alegando que ya fue protegido parcialmente en el Plan de 1997 y que en aquel momento fue valorado.

Una protección mínima

En estos momentos la protección con la que cuenta el Parque Móvil obliga a conservar íntegramente el cuerpo principal, no solo la rampa. Pero permite derribar el cuerpo de aparcamiento y los talleres. El Ayuntamiento reconoce que hay planteada desde hace 25 años la demolición de las naves de talleres y aparcamiento contiguas al cuerpo principal, “con el fin de liberar una gran superficie que permitiera obtener zonas verdes públicas y un equipamiento básico preferentemente cultural, incorporando en su perímetro 27.300 metros cuadrados de edificabilidad residencial”. Solo la tramitación como Bien de Interés Cultural (BIC) podría salvar la integridad del conjunto y su memoria.

El solar que se esconde tras la fachada del edificio colindante a los Teatros del Canal, corre peligro de desaparición. La mayor amenaza son los talleres de reparaciones, una extraordinaria cadena diáfana de casi 190 metros de largo y 46 de ancho, rematados en un techo de 19 “peines” de hierro orientados al norte, que permiten la entrada de luz y ventilación.

Este permiso para destruir una parte del Parque Móvil también se llevaría por delante el mural de 26 metros de largo sobre los oficios pintado por el artista palentino Germán Calvo. Es un homenaje a la memoria industrial y social en el centro de la ciudad. El diseño recuerda a los murales industriales que su maestro Diego Rivera hizo en los años treinta en las fábricas de Ford y General Motors. Pero, ¿qué pinta precisamente ahí esta narración visual?

Los once paneles de Calvo narran el proceso de construcción del Parque Móvil y los oficios, y se trata de una creación sin precedente alguno en la historia laboral española. Nunca antes, en los propios espacios de trabajo se llevó un programa iconográfico. El discípulo de Rivera evolucionó hacia formas mucho más arcaizantes y con estas fórmulas renacentistas pintó a los trabajadores artesanales que allí ejercían su oficio. “Allí están las materias y las herramientas, allí están la fuerza, el tino y el saber, allí están las manos grandes capaces de un trabajo muchas veces delicado”, cuentan José Sierra y Pablo López.

Calvo era muy amigo del arquitecto Ambrosio Arroyo y debió encargarle el mural, pintado entre 1950 y 1952. Es decir, los talleres funcionaron siete años sin esa decoración de 1,60 metros de altura. En la escena central aparece una figura miguelangelesca, en cuyas manos soporta un automóvil. Podría ser San Cristóbal, patrón de los conductores. Para los investigadores de la memoria de este conjunto el retratado en carne de santo es Jesús Prieto Rincón, el verdadero patrón del Parque Móvil, su director y fundador.

Una comunidad de clausura

Esa aldea levantada en torno al Parque Móvil hoy es una mancomunidad de 44 escaleras. Los profesores Sierra y López han entrevistado a los antiguos habitantes de este complejo de San Cristóbal y Parque Móvil y entre los recuerdos de la infancia siempre aflora “con fascinación” el paternóster de tornavuelta, que les llevaba hasta el teatro-cine. Era una rareza en el país, conociéndose otro en el edificio creado para albergar al Diario Pueblo, también en Madrid. Se trataba de un tipo de elevador sin puertas que nunca se detiene, inventado en el siglo XIX por Peter Ellis para un edificio de Liverpool. Era un sistema de muy bajos costes de mantenimiento y funcionamiento que los trabajadores del Parque Móvil apodaban “la noria” y “el confesionario”.

La tratadística técnica de anteguerra lo recomendaba para grandes inmuebles comerciales o financieros con demanda continua de viajes. Los autores señalan que esa “rareza centroeuropea” que no está operativa, no está accesible a la vista y desconocen si se ha procedido a su desmontaje. Bajo el conjunto construyeron un refugio antinuclear, de unos 190 metros de longitud por ocho de ancho y algo más de dos metros de altura, con salidas tanto a los talleres, como a las viviendas y al exterior. Tampoco es visitable hoy.

“Era una comunidad de clausura”, explica Sierra sobre el carácter cerrado de la colonia de san Cristóbal. Una vez dentro se ejercía una segregación en función del número de familiares: con un tercer hijo pasaban a casas más grandes. El camino de la mejora del hogar empezaba con el matrimonio, aunque existía una residencia de trabajadores solteros.

Los datos de 1950 desvelan que de las 224 viviendas ocupadas, 2.014 lo estaban por familias con marido, mujer y uno o dos hijos. La mayoría de las familias tenían unos ingresos declarados superiores a 12.000 pesetas anuales. Las familias más privilegiadas ganaban unas 25.000 pesetas. Estos vivían en los mejores apartamentos. La segregación también se hacía por oficios: los conductores estaban agrupados y no se mezclaban con los oficinistas o contables o con los trabajadores de talleres.

A finales de los años setenta el Parque Móvil pierde su sentido por la nueva industrialización automovilística del país y comienza el final de esa utopía claustrofóbica. “Fue un eficaz programa paternalista que mantuvo bajo control a miles de personas hasta que llegan los años ochenta y la droga. Entonces sucede la destrucción de esa convivencia unitaria. Las familias empiezan a romperse y a perder el trabajo y a abandonar sus hogares. La disolución de estas comunidades fueron una demolición total”, indica Sierra para señalar que la heroína acabó con aquella isla sin libertad.

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