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Fu-Manchú y el mal

Edu Galán

Enterarse de que se publica un libro sobre Fu-Manchú debería ser siempre una alegría. El filósofo Juan J. Alonso no solo se para en la figura del malvadísimo líder oriental sino que aprovecha para analizar la cuestión del mal y contarnos, como en una de sus clases, las diferentes perspectivas sobre el tema. Juan, además, es historiador y escribe crítica cultural, junto a otros dos compañeros, en La Nueva España o Mongolia bajo el heterónimo de Antonio Rico.

¿Cuándo te enteras de que el insidioso doctor Fu-Manchú existe y nos quiere matar a todos?

A los trece años en el cine Ráfaga de Avilés. No me acuerdo del título de la película porque las mezclaba… empezaban todas igual y acababan todas igual. Lo que sí recuerdo es que el personaje me daba miedo y, claro, eso me hacía volver al día siguiente.

¿Qué te daba más miedo, es decir, qué te gustaba más de Fú-Manchú?

La impasibilidad, porque es un malvado diferente: las venas del cuello no se tensan, no hace gestos, no tuerce la boca. Precisamente por eso da tanto miedo. Le salgan bien o mal las cosas, su cara no cambia.

Dices en el libro que, al igual que otros supervillanos, Fu-Manchú se enfrenta a Sócrates cuando afirmaba que “el inteligente es sabio, y el sabio es bueno”.

Parece que la idea socrática tan bonita de que la virtud y el conocimiento coinciden, es decir, que aquel que conoce lo que es bueno debería comportarse virtuosamente y que el malo solamente es ignorante, no cuadran con Fu-Manchú. Él es perfectamente consciente de lo que hace está mal y, además, es muy feliz de hacer el mal. Sócrates nunca lo entendería: diría que el que hace el mal no es feliz, no se da cuenta de lo feliz que sería si actuara bien. En cambio, Fu-Manchú actúa mal pensando que sus planes se van a cumplir y, aunque nunca se cumplen, es feliz preparándolos.

Al creador de Fu-Manchú, Sax Rohmer, se le ha acusado de racismo años después de la publicación de las novelas sobre el “peligro amarilllo”. ¿Tú esto lo defenderías?

Sax era racista como Aristóteles era esclavista y misógino. No sé si podría no serlo en aquella época: son estereotipos de una época en la que no se le puede considerar responsable. A ver, me explico, todo el mundo es responsable de lo que hace y de lo que dice pero las circunstancias de la época en la que uno vive puede que justifiquen o expliquen lo que está pasando. Cómo dibujaba Sax Rohmer, el peligro amarillo es algo muy parecido a lo que pasó con el periodo “rojo”, ¿los que iban al cine a ver las películas sobre el terror “rojo” en los años cincuenta eran anticomunistas? Evidentemente pero es que no podrían no serlo.

En tu ensayo, Fu-Manchú es un “McGuffin” para hablar sobre el mal. ¿Qué es el mal?“McGuffin”

No lo sé. Podría decirte lo que algunos filósofos han dicho sobre el tema. El libro trata de eso: cómo se puede explicar la maldad de Fu-Manchú al hilo de lo que decía Sócrates, Leibnitz, Kant, Arendt… y, sobre todo, al hilo de la existencia de Dios. Parece que tipos como Fu-Manchú, Donald Trump o Iker Jiménez cuestionan la existencia de Dios.

Y hay muchas formas de hacer el mal.

Claro. El mal que puede destilar una comunidad de vecinos por una plaza de garaje no es el que trato: aquí hablamos del mal absoluto. Utilizar a Fu-Manchú para explicar este mal parece que nos permite hacerlo con más libertad, con menos tensión. Es como hablar sobre la guerra de Troya: la lejanía parece que nos permite reflexionar sobre la guerra con más tranquilidad que si lo hacemos con la Segunda Guerra Mundial, que está ahí, a la vuelta de la esquina. Es un truco para que el lector no se sienta tensionado. El libro podría haberse basado en Hitler pero hubiera sido mucho menos alegre. Yo quería hablar de Fu-Manchú y del mal con alegría.

La némesis de Fu-Manchú, el inspector Nayland Smith, ¿es exactamente el bien?

No. No le tengo mucho cariño. Quiere ser Sherlock Holmes pero no le llega ni de lejos. Es británico-centrista, no cuestiona nada de la ley y el orden… aunque entiendas que al final debe triunfar, de vez en cuando piensas que no estaría mal que Fu-Manchú le diera una lección.

Para ejecutar el mal en una organización maléfica tienes que tener lacayos que obedezcan órdenes. A ti te da pie para hablar del nazismo, con esta frase de la filósofa Susan Neiman: “Nunca se ha hecho más mal con menos maldad”. Es decir, el mal banal del que hablaba Hannah Arendt.

Arendt dio en el clavo cuando asistió en Jerusalén al juicio de Eichmann, el responsable de la llamada “solución final” al llamado “problema judío”. Eichmann era un tipo vulgar, que hizo lo que hizo por ascender en la burocracia nazi, y no era especialmente malo, que es lo más inquietante. No era un racista, no era un antisemita, no era un asesino en masa: era un burócrata que se encargó de “La solución final” como se podría haber encargado de talar los bosques de Suecia. Le daba igual.

Ahí está lo inquietante. El nazismo no fue un producto de monstruos sino de gente normal y corriente que se vendió por un plato de lentejas. Ojalá hubieran sido monstruos. Si hubieran sido monstruos, el nazismo se explicaría a la manera de la que se explica un tsunami. Pero no fue así: fue gente de nuestra comunidad de vecinos que, de pronto, se convirtió en Eichmann. ¿Cómo se explica eso?

Una de las respuestas al nazismo: Oppenheimer y el Proyecto Manhattan de desarrollo de la bomba atómica. ¿Es malvada la bomba atómica?

Menuda pregunta. Oppenheimer siempre estuvo orgulloso del producto, que era un proyecto imposible que se hizo en un tiempo récord, y siempre se mostró arrepentido de los efectos. Y creo que tiene razón. Era un reto científico pero está la pregunta del imperativo moral frente al imperativo tecnológico. ¿Todo lo que puede hacerse, debe hacerse? Evidentemente, no, como demuestra Frankenstein. La criatura de Frankenstein podía hacerse, pero no debía hacerse. Con los datos que se tenían en ese momento hasta Einstein pidió en una carta al presidente de EEUU que se hiciese, una cosa lógica. Ahora bien, no era cierto que los nazis tuviesen el proyecto tan avanzado. Si hubiese sabido esto, ¿Einstein hubiese apoyado la bomba atómica? Probablemente, no. Eso sí, una vez construida, no hay marcha atrás. No se puede destruir, demasiado tarde. No podemos decirle a Oppenheimer “gracias por todo, pero vamos a destruirla”, como no podemos decirle al Museo Británico “gracias por conservar lo que robasteis del Partenón, ahora devolvedlo”. Demasiado tarde.

El nazismo y Auschwitz es el paso previo para hablar de Dios, cosa que haces en el libro de forma muy extensa con San Agustín, Platón o Chesterton, entre otros. ¿Te quedas con alguno?

Me quedo con la postura que no aparece en el libro porque se acabaría muy pronto. Dios no existe. Dios no existe ni de broma. Creo que era Baudelaire el que decía que “Dios es un escándalo pero un escándalo rentable” porque soluciona muchas cosas. La existencia del mal es incompatible con un dios bondadoso y omnipotente. Y si Dios no es omnipotente ni bondadoso entonces no es Dios.

Dios en el fondo y en la forma nos lleva al 11-S. ¿Bin Laden y el relato de Bin Laden le convierten en un Fu-Manchú?un

Si no está basado en Sax Rohmer, lo parece mucho. El relato construido en los medios de comunicación es muy parecido al que se propone de Fu-Manchú: un malísimo muy rico de origen oriental, con una pinta un poquito exótica, que tiene unos planes maléficos para acabar con la civilización occidental y unos seguidores radicalizados y fanatizados que no piensan, dispuestos a todo.

El mal en el XXI, como dices citando a Bauman y como se demuestra en el 11S o en los diferentes atentados en París, ya no es contra las personas, sino contra el espacio público.

Al terrorismo no sé si atribuirle un plan en este sentido pero, desde luego, están consiguiendo que tengamos miedo al espacio público: a ir a tal sitio, a estar en un partido de fútbol, a ir en metro,… eso se consigue con pocos medios. Por primera vez, los medios para conseguir el miedo son baratísimos.

Escribes “no se puede luchar contra los continuadores de Bin Laden como si fueran los continuadores de Fu-Manchú”.

Es que los continuadores de Fu-Manchú no tienen una sede que se pueda volar. Exactamente, ¿dónde está la guarida de los terroristas? ¿En Afganistán, de verdad? ¿De verdad que cuando se mató a Bin Laden se consiguió algo? Aunque nos lo vendan como una película, esto no es una película. Este mal tiene una forma de virus: no está aquí o allí.

Citas a Pablo Francescutti: “El cine nos escoge los temas en los que pensar”. ¿El tema del mal lo das por pensado, crees que nos pueden sorprender?

Seguro que sí. La capacidad del ser humano para el mal es casi tan enorme como para el bien. Entonces seguramente el arte nos sorprenderá con cosas nuevas: películas que nos sorprendan, novelas que nos sobrecojan, arquitecturas atrevidas, músicas deslumbrantes y, seguramente también, habrá nuevas ocasiones para decir “madre mía, ¿cómo ha sido capaz un ser humano de producir tanto mal?”. Si yo espero la siguiente película de Woody Allen que me va a gustar y sorprender, creo que habrá nuevas formas de mal que no me van a gustar y me van a sorprender.

Los cristianos esperan la venida de Cristo, ¿tú esperas la venida de Fu-Manchú?

Ojalá. Creo que Álex de la Iglesia tenía un proyecto. Espero la venida de Fu-Manchú en el cine. En los telediarios espero no verle nunca. No sé si tendría éxito hoy una película sobre Fu-Manchú, creo que haría falta un guionista extraordinario para darle un nuevo toque pero confío en que funcionaría. Es un mal un poco pasado de moda porque ahora los malos no son del todo malos, como Tony Soprano o Darth Vader. Un malo puro que no tenga problemas de ejecutivo o con hijos rebeldes puede que tuviera éxito en el cine.

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