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“El emoticón es el esperanto que sí funcionó”: una entrevista basura con la videopoeta Tálata Rodríguez

Tálata Rodríguez

Ruth Toledano

“Yo no soy un partido de fútbol”

Desde los diez años mantuve con mi padre una relación epistolar. Des 1989 a 2002 mi padre me envió cartas desde 30 direcciones postales diferentes. Todas esas cartas se fueron juntando en carpetas y cajas, fueron perdiendo orden, precisamente fueron perdiendo correspondencia. Muchas veces quise deshacerme de ellas. Quemé algunas, las guardé envueltas en tela, entre la ropa, en cajones. En mi última mudanza iba a tirarlas pero una gran amiga me convenció de no hacerlo y las ha guardado hasta este momento.

Lola Arias trabaja sobre el biodrama, la incorporación de material biográfico en una escena teatral. Desde hace unos años hace un ciclo en el Centro Cultural San Martín que se llama 'Mis documentos', donde un artista, un escritor, repasa material colateral a su obra y muestra esos materiales. Lola me llama porque había algo peculiar en la relación con mi padre. Eso terminó acotándose solo al historial de cartas. Una vez hecho el recorte trabajé en la literalidad. Solo leer esas 30 direcciones diferentes desde las que llegaban las cartas era fuerte. De hecho, era muy fuerte. Toda la obsesión y la investigación desarrollada sobre ese corpus dio como resultado Padre postal, un híbrido entre las inquietudes del ciclo y las mías propias.

Voy contando un poco de memoria, leo en colombiano fragmentos de las cartas de mi padre porque están escritas en colombiano. Se van proyectando fotos, los sobres, algunos objetos que vinieron en esas cartas, sombreros, por ejemplo, una blusa. Finalmente es un trabajo con la intimidad. Hay un relato y lo que se elige contar y cómo se elige contar. Muchas veces intenté escribir sobre la historia de mi padre y he descubierto que es mejor citar directamente la carta con su propia voz. Hay cosas en las que las mismas investigaciones van profundizando.

Cuando lo estrenamos en el Centro Cultural San Martín estaba Pablo Fidalgo, programador del festival de Santiago, que es lo que me ha traído acá a España. Fue muy difícil organizar el material para la conferencia, que casi va sobre esas dificultades. La profusión, la locura misma de esas cartas. Pero también porque es imposible en sí: un padre en cartas. Un padre. Hay algo muy lindo en esa imposibilidad de clasificar. La cronología era imposible porque mi padre no ponía en general la fecha, muchas cartas dicen “cualquier día” o escribía todos los días de la semana y me enviaba en un sobre las siete hojas. Y al mismo tiempo yo había guardado los sobres por un lado y las hojas por otro.

En algún momento lo decidí así porque mi historia con esas cartas es densa. Se las leía a mis amigos y les decía vos podés creer lo que me dice acá. Espontáneamente, a mis catorce, quince, dieciséis años, hacía lo que terminé haciendo en un escenario, pedirle a alguien que me ayudara a descifrar o que me acompañara en el sentimiento. Como la cronología era imposible, armé la conferencia por campos semánticos: las cartas de pájaros (teníamos pájaros en Colombia y él me enviaba fotos de sus funerales), las cartas de documentos de identidad (él no me los quería enviar porque yo fui sacada de Colombia sin su permiso, fue engañado con que salía de vacaciones y no volví, así que estaba indocumentada en Argentina, y me mandaba documentos autenticados por él), las cartas desde la selva (donde él se fue a vivir con los chamanes y a hacer curación de ayahuasca; mis favoritas, son muy bellas narrativamente), las cartas de mujeres (él era profesor y me mandaba fotos con grupos de estudiantes, siempre mujeres, y me contaba cosas de novias, me preguntaba si se tenía que casar o no).

La cosa tiene un giro dramático el día del 5-0 Colombia-Argentina, que es la primera vez que mi padre me llama por teléfono, borracho, para cagarme con el 5-0. Una llamada fatal en la que me cuenta que tuvo un hijo, es decir, que tengo un hermano, y que se va a vivir a Francia. Yo le mando una carta de adolescente, tenía 14 años, diciéndole: “Yo no soy un partido de fútbol”. Mi padre recibe esa carta y me la devuelve subrayada y con acotaciones. Un hit. “No soy un partido de fútbol” está subrayado y dice al lado “más vale”. Esa carta es valiosísima porque es la única mía que tengo. Entonces no era como ahora con el email, que tenemos lo de todos, qué le dije, qué me dijo. Entonces era solo qué me dijo. Desde ese momento no escribí más a mi padre, decidí no contestarle más y lo mantuve seis años.

El último eje son las cartas sin respuesta de mi padre. Me las mandó durante seis años a pesar de que yo no le respondiera. Cada una de esas cartas termina diciendo “escribime”. Las leo y es reemocional, repower. Para la conferencia hice cosas como contar cuántas veces se repetían determinadas palabras, tengo un listado. La palabra que más se repite es escribir, escríbeme. Y yo escribo hoy en día. Algo colateral, la basura, esas cartas: basura emocional, biográfica. Cuando me llamó Lola ni siquiera las tenía conmigo. La poesía está en todo, también en esa contabilidad.

Chats como latas de Warhol

Mi libro en papel lleva código QR, que ya es anacrónico, ya hay algo que superó esto. El QR depende de internet, pero ya hay aplicaciones que lo despiertan sin conexión, la realidad aumentada. El libro es como un pasaporte pero a mí me interesa lo que estoy haciendo que no es el libro, los videos, un canal de youtube y una posición respecto a cómo difundir. La literatura es muy objetual. En la FIL participé en mesas sobre literatura y nuevas tecnologías y realmente es muy importante el valor objetual del libro, que conforma una serie de cosas alrededor que incluso llevan a hablar de su fin, de que no se lee, a sacar conclusiones que no son reales.

Nunca se ha escrito tanto como ahora. Mucha gente ha reemplazado la comunicación de voz con el mensaje de whatsapp o el mensaje de texto, es un hecho. La producción textual y la cantidad de lectura son enormes. El año pasado hice en Colombia un taller creativo con Kenneth Goldsmith y fue como sacarle la punta al lápiz. Yo iba con mi lápiz bastante gastado, mechado, y él tiene todo un capital que fue muy revelador y me puso en contacto con la producción de lo que se llama Alt-Lit en Estados Unidos, una tendencia que ya está bastante elaborada, un movimiento literario que ya tiene años. Caí con Luna Miguel, poeta y editora española, de la que me encantan sus poemas.

Y me invitan a la Feria del Libro de México. Ella daba un taller que se llamaba 'Internet es una palabra difícil de rimar' y yo daba esas charlas en las que decía “el emoticón es el esperanto que sí funcionó”. Hubo una afinidad muy grande. En la FIL alguien me dijo que no todo el mundo tiene internet. Pero cuando se inventó el libro no todo el mundo sabía leer y avanzamos con esas ideas. Me llama la atención cómo reacciona la institución literaria frente a todo lo que está pasando, frente a este caudal. No hay excusa, no son ideas competitivas. El libro no está amenazado, hay gente que todavía interpreta a Beethoven. Son teorías de vanguardia, se quiere incorporar este material que parece basura, desecho, descarte. Los chats son como las latas de Warhol, un producto chatarra seriado que tiene un valor por sí mismo.

Es poner el foco en otra cosa, que tiene además un correlato con los jóvenes y con no alejarse de ese discurso. En la FIL me sentía tocando la guitarra distorsionada y que los demás eran abuelas. Los demás decían cosas como “un libro en emoticonos me dan ganas de llorar”, “la destrucción del lenguaje”... El arte no depende de una coma. Hay una zona regris porque esto es muy nuevo para nosotros. El uso de la tecnología y las nuevas aplicaciones nos bajó la edad. Ahora somos todos adolescentes, todos estamos aprendiendo algo. Un estado de aprendizaje que nos rejuvenece, ya no es tengo el título universitario y sé todo, hay una situación que es un devenir constante.

El mundo ahora es actualización todo el tiempo, el médico yendo a cursos. Cambió el flujo del conocimiento. El mundo de la literatura es muy objetual, muy fetichista y en el fondo muy mercantilista porque, finalmente, lo que se defiende de algo tan inabarcable como es la literatura es lo que se puede vender, que es el libro. Yo en vender ni pienso. O lo resuelvo como los músicos: toque en vivo, en directo. El disco se vende muy poco, el músico vive de tocar, de hacer directos. Para mí el libro está bien pero la literatura está fuera del libro. Y tampoco es cierto que no llegue a todo el mundo: mi canal de youtube tiene 20.000 visitas. Del libro en papel hice 300 ejemplares y aún me quedan copias. Busco una condición más abierta, más evolutiva. Lo que hago es lo más viejo del mundo y todo el mundo lo siente como algo nuevo. Y yo casi siempre aclaro que antes de ser escrita la literatura era oral y se declamaba de memoria.

Cuando me ven recitar y dicen que es súper nuevo, no, no es súper nuevo, es súper viejo. Pero la memoria es algo que está muy en boga, ya sea desde lo tecnológico (me tengo que comprar una memoria…), ya sea como en esta mi pequeña interpretación de la memoria: el proceso de archivo, selección, esa especie de compilado visto desde fuera, en una computadora, pero de un cuerpo y un sistema vocal, emocional. En algún punto todo eso se conecta. Con el Poema del Mío Cid o La Ilíada ni siquiera pensaban en el género, en el libro. Era el decir. Hay que devolver esos textos, porque son tremendos. La descripción de las naves en La Ilíada, dicha en voz alta, te pone la piel de gallina, es como ver Titanic en el momento que se hunde.

¿Memoria o improvisación?

En realidad es un mezcla. Yo medito y eso tiene mucho que ver con el uso que yo hago de esa memoria porque lo que siento es como tirar de un hilito, de un trompo, y quedar girando. No hago trabajo de memorizar mis textos. Si no le leo, el texto está. Me gusta que lo mío se base en la falta de respeto a lo que está escrito. Cuando voy a lecturas de poesía donde se lee el libro, textos largos, hay varios gestos simbólicos que no me cierran: uno es esconderse detrás del libro; otro, querer decir como se escribió en un momento determinado. Mi sentir poético, y donde también se construye una nueva escena poética de decir, es que no me interesa lo que escribí, evoco el estado, el poema, que no es el momento de la escritura, como cuando tiramos anclas pero después el barco zarpó.

Vuelvo a algo de esa pulsión que me llevó a escribir ese poema, que me lleva sola, en el recorrido de esas imágenes, y que si me olvido no me importa, avanzo. Una vez que yo hago ese pacto conmigo misma no caigo en la laguna tipo “ay, mi olvidé”, porque si no dije “blanco” dije “obsidiana” y quizás el texto ese día quedó mucho mejor. Me importa la actitud del rescate, el no estar tapándome la cara, el mirar a los ojos, el que de repente, sí, se fue una palabra pero vino otra, o se desacomodaron los versos pero igual hubo narrativa. Eso es lo constructivo para mí, energéticamente, donde hay vértigo. Si no, tampoco hay juego. Es algo constitutivo de la poesía el percibir cosas fuera de lugar, lo poético está todo el tiempo, es el estado en el que vivimos, sobre todo hoy día con el capitalismo, que es el bosque simbólico de Baudelaire. Hay poesía por todos lados porque hay personas por todos lados.

Una novela en el whatsapp

En los mensajes de texto y en el whatsapp y en el facebook, la gente está escribiendo la novela permanente de su vida. Hay una idea que me interesa del arte en este momento y es devolverle a eso su condición artística. Este año hice un experimento. Tuve un romance (eso no fue un experimento, fue algo que sucedió más allá de mi deseo de experimentar) con un chico colombiano y yo estaba viniendo en Buenos Aires. El romance se desarrolló en gran parte por el chat de whastapp. Yo me compré un teléfono y todo. Whatsapp, whatsapp, whatsapp. Unos seis meses de relación. En medio, yo viajaba a Colombia a acompañar a mi vieja, que estaba enferma, y nos veíamos.

Ese panorama oscuro y el amante delirante de whatsapp. Toda esta relación, con sus particularidades (que son las de cualquier relación divertida), en un momento se termina. Y me llaman para hacer una cosa en el MALBA y, como fue un final apoteótico, yo me leía el chat de whatsapp como cualquier novia loca, tipo “ay, qué le dije, ay qué me dijo…” Y un día me lo bajé, hay una función que te lo baja como un documento de texto, y lo empecé a leer y era brutal. Hice unas mínimas operaciones de transcripción de las imágenes.

Entonces ponía “acá se ve una foto del Caribe”, transcribiendo literalmente lo que se veía. Bueno, me gustó muchísimo, me hizo bien y pensé, lo voy a editar. Recorté, pues para mí el arte hoy en día es reciclaje, montaje, selección y proceso. La obra es obra del proceso. Elegí una unidad narrativa y lo edité de forma que quedara como una mini novela hecha en chat. Se llama Carita feliz, nube, corazón, rayo.

Hice una performance y la leí del celular. Había algo muy perverso, que fue lo que conceptualmente pensé para la performance, que es quién lee los mensajes de texto del otro: tu novio, tu novia celosa, alguien psicótico. Y el lector/espectador potencialmente tenía ese hambre entre incómoda y satisfecha de leer la intimidad del otro. Fue muy interesante. Lo trabajé todo con los emoticones, dándoles ritmo poético: “nube nube carita feliz carita feliz corazón carita feliz…”. Divertido. Un experimento de literatura basura, literatura residual. La particularidad es que el chat termina un día en que la ex novia de este chico le lee los mensajes y me escribe. Y el lector termina donde acaba el chat.

Literatura de pulgar

Literatura de pulgarEs el momento de más textualidad de la historia de la humanidad. La gente no se percibe como artista pero el que sobrevive en el mundo de mierda en el que estamos viviendo es un artista, haga lo que haga. Salvo los perversos, que son de otra estirpe. Hago la performance y una persona que me viene a ver me manda un mensaje y me dice “tenés que ver esto”. Y es un género literario de Japón que se llama ‘literatura de pulgar’ y son novelas hechas para el celular, para leer en el subte, mientras vas. Hablé con una editorial en Argentina y este año vamos a hacer algo de eso, queremos lanzar tres títulos. Es una aplicación donde tenés la novelita. En Japón, en 2011, causó furor entre adolescentes. Como en Argentina las novelas folletín de Corín Tellado. Yo me imagino que eran muy rosas. Mirá, esto es divino, la escritora furor de este tipo de novelas es una señora budista de 70 años que está en un monasterio de no sé qué. Qué increíble.

La angustia de la página en blanco es algo demodé

La angustia de la página en blanco es algo demodédemodéTodo esto del whatsasapp y de la literatura que estamos produciendo sin querer es muy importante, casi tan importante como la literatura hecha a propósito. Cuando fui a la FIL me llevaron a una conversación con adolescentes y fue lo más lindo, ir a ese pueblo con la gente real. Era una escuela preparatoria, de 16 a 19 o 20 años. Llegué con todo esto que pienso. El tipo que me llevaba me fue a buscar al hotel, dos horas de viaje por ruta. Me decía, viste, los jóvenes no leen, no escriben. Digo, bueno, pero usan celular. Sí, todos tienen Facebook. Ah, bueno.

Y cuando llegué les dije, como para romper el hielo, que se decía que los jóvenes no leían y no escribían pero que yo no estaba de acuerdo, que todos tenían celular y todos habían mandado un mensaje de texto en las últimas 24 horas, habían hecho un post, habían tuiteado algo. Los atosigué, me bajé del escenario y dije, bueno, vos, tu último mensaje de texto, y lo que resultó fue buenísimo. Todos tenían mensajes, algunos muy lindos. Cuando alguno me dijo, te voy a leer algo que escribí, que era formalmente un texto, un poema, no era tan bueno. Era mejor el mensaje de texto.

Entonces les dije que yo no les podía hablar de cómo escribir, que teníamos que hablar de cómo vivir, de cómo vivíamos hoy. Les dije que se copien, les dije perdón a los maestros pero ustedes no pueden sentir lo que se llama la angustia de la página en blanco, eso es algo demodé para la generación de ustedes, no pueden vivirlo de esa manera, si no saben que escribir, buscan en internet hasta que encuentren algo que parece que lo han dicho ustedes y lo copian. Porque también hay algo de devolver la creatividad al gesto del archivo.

El historial del navegación del browser como diario íntimo

El historial del navegación del browser como diario íntimoEsto lo dice Kenneth Goldsmith: el historial de navegación del browser es el nuevo diario íntimo. Es lo que está pasando. Todas las ramas del arte se están involucrando por el reciclaje: la alta moda usa un cartón, ayer lo vi en el noticiero, el arte plástico, todo está tratando de trabajar con la basura porque es un mundo de basura en el que vivimos, y la literatura también lo tiene que hacer, y su basura es esto, las papeleras de reciclaje, los chats de whatsapp, los mensajes de texto, todo lo obsoleto. Incorporarlo. La idea del genio, viste… Una categoría de genio no original a la que arribamos: montaje, selección, archivo.

El trabajo de archivo es creativo. Con la repetición no existe forma de no ser creativo, es la conclusión a la que finalmente arribo. Todo ese discurso de lo original y lo creativo es un gran filtro para el hombre corriente, no necesitamos ni lo original ni lo creativo, necesitamos tu obsesión y tu pasión conjugadas en un instante. Hay algo de eso que me parece muy evolutivo y que la tecnología tiene para devolvernos. ¿No sabes qué escribir? Lee. Un chico aprende un montón de cosas buscando por una etiqueta, puede aprender mucho más que estudiando una lección de memoria. Entrando y viendo, mirá lo que dice este acá y este otro dice tal cosa. Pero la escuela se niega a hacer canales fluidos con respecto a esto.

Es raro, porque te enseñan a escribir repitiendo “mi mamá me ama”, copiando “mi mamá me ama” en una hoja, y después te piden que no copies más. Primero sos un capo si copiás perfecto y después te ponen un cero y te echan del colegio. Por eso me interesa esta zona, más minoritaria, más dejada de lado. Copiar es un cero. El emoticón es un cero. Si estás con internet es un cero. No, pensémoslo dos veces, porque el mundo en el que yo me crié ya no es igual, yo tenía que ir a un diccionario y capaz que iba a la biblioteca de mi barrio para buscar algo. Y hoy en día lo tengo todo en internet y me parece maravilloso. No me voy a quejar de esto. Aprendámoslo a usar porque está buenísimo, basta de decir “no, los chicos son zombies”.

Cuando estaban los punkis también lo decían, prácticamente fusilarlos. No vamos a reaccionar igual. Esto lo siento mucho, que todo lo de internet tiene un contenido como de movimiento punk, también por la parte de derechos libres. Nos va a costar, cuesta. Otra de Kenneth muy buena es “internet es la verdadera muerte del autor”, y en el fondo todos estamos rascando resistencia. Un libro es la trascendencia. Un libro no es nada. Y al mismo tiempo a mí el libro me permitió todo, fui a México por el libro. Es un pasaporte, no es algo inútil, es útil en un sentido. Veo también chicos jóvenes con ideas vinculadas con la nostalgia por el mundo de antes, la literatura de antes, el libro, la biblioteca, ¡el olor de los libros!.

Me da pena porque es desagradecido con todo lo que conseguimos. Tengo un libro de Papus, un ocultista del siglo XVIII, y es un compilado de magia práctica, con todos los hechizos y los filtros que se usaban hasta el siglo XVIII. Tratado elemental de magia práctica, el libro que hay que tener en el fin del mundo, que te dice cómo hacer todo sin nada, todo es brujería, y tiene un hechizo para saber si la carta que mandabas a un reinado vecino iba a llegar y si te la iban a responder. Y hoy tenés el doble tilde de whatsapp, no podés ser tan desagradecido. Ya está, dale, te gusta, usalo. Pienso en Ruth y le mando un mensaje, un conejito, es genial. Son años, siglos, persiguiendo una idea, despreciarlo es una mierda, es muy irresponsable. No me gusta ser desagradecida, no me cierra. Ni ciertas aristas del discurso artístico, el artista que sufre, oscuro. No, el sufridor, no. Todo lo que hacemos es para no sufrir. Si el arte te hace sufrir sos otra cosa. Si hay sufrimiento no hay amor.

Tecnología como salud

Una cosa linda, que me gusta pensar de todo esto, es que la mirada se desplazó, porque ya no es más el ojo el que mira, mira la mano. Eso es reloco. Estamos pasando por un montón de cosas. El eje de la mirada pasó del ojo al teléfono. Hay algo de salud en que empecemos a dejar de pensar la tecnología como algo exterior, hay algo saludable en que la internalicemos. Es interior también. Entra más en el uso de las cosas. Ahora me fumo un cigarrillo, ahora chequeo mails. Recién cuando lo internalizás dejás de sentir culpa, que es lo que verdaderamente te roba el tiempo, porque lo empezás a usar bien, prácticamente. Para llegar ahí tenemos que dejar de no aceptar y de criticar, pegarle la vuelta a eso y hacerle el uso humano a la tecnología. Porque es humana y resuelve problemas humanos.

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