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José Luis Cuerda, Nietzsche y Marx... La filosofía de 'Amanece, que no es poco', en cuatro conceptos

José Luis Cuerda contemplando un limón

Toño Fraguas

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Elija usted: la apertura del año judicial en España o un desfile militar en la Plaza Roja de Moscú. La solemnidad es el mejor contexto para el humor: cuanto más serio y tenso el ambiente, tanto más graciosa se vuelve la cosa. La solemnidad es el aire que hincha el globo del humor: cuanto más lleno, más ruido hace al estallar. José Luis Cuerda era muy consciente del poder de este contraste y por eso recurrió en su obra más célebre, Amanece, que no es poco, a grandes nociones filosóficas, de esas revestidas de una solemnidad solo comparable con la apertura del año judicial en España o con un desfile militar en la Plaza Roja de Moscú.

Repasamos cuatro conceptos filosóficos (o 'concetos', que diría el otro) para entender la filosofía de Cuerda:

Contingencia y necesidad

“¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”. Esta pareja de conceptos, así empleados, equivalen a convertir al alcalde, o munícipe por antonomasia, en Dios. Porque el 'ente necesario', tal y como lo definió en el siglo XIII el filósofo italiano Santo Tomás de Aquino, es el mismísimo Dios. El de Aquino lo decía en latín ('ens necessarium').

El resto de las criaturas, usted y yo incluidas, somos 'ens contingens' (entes contingentes). El santo filósofo recurrió a estos conceptos para demostrar la existencia de Dios. Lo hizo, por cierto, mediante cinco vías o caminos. La tercera de esas vías (nada que ver con Tony Blair) establece que es impensable la inexistencia de Dios. Porque Dios es perfecto y la existencia es uno de los atributos de la perfección. Nosotros, usted y yo, sin embargo, podríamos no existir. Se puede pensar en nosotros y en todas las cosas como 'no existentes'; pero Dios y el alcalde del pueblo existen. Vaya que sí.

El libre albedrío

“...Y luego está el tema del libre albedrío, que es un tema muy bonito”. Sí que es un tema bonito. Y difícil. Y que plantea tantas cuestiones peliagudas que no caben en Internet. 'Albedrío' es una palabra que deriva de 'arbitrio', como árbitro. ¿Somos árbitros de nuestras vidas, es decir, somos libres, o nuestro comportamiento está determinado? Es la guerra del indeterminismo (somos libres) contra el determinismo (no lo somos). De aquí se deducen consecuencias muy bonitas, también: si nuestro comportamiento está determinado (por la naturaleza, o por Dios, o por la sociedad) entonces no somos responsables de nuestros actos. Si usted, en su indumentaria, mezcla rojo con rosa, sepa que no es culpa suya, sino del determinismo. Nietzsche o Marx también mezclaban rojo y rosa y defendían el determinismo.

Por el contrario, si somos libres, si gozamos del libre albedrío… entonces podemos hacer el mal. Delinquir, pecar. A los jueces y a los clérigos les gusta pensar que somos libres, es decir: castigables. Por malos.

Ateísmo

“¡Yo no aguanto este sindiós!”. La religión es un tema constante en la obra de Cuerda. De nuevo: la solemnidad. Ese filón también lo vieron los Monty Python y, bueno, tantos otros… Al final de la película, cuando el sol sale por donde no debe, los guardias civiles (contingentes y partidarios del libre albedrío) abren fuego al grito de “yo no aguanto este sindiós”.

Esta expresión 'sindiós', es la traducción literal, en castellano, del término griego αθεϊσμός, o sea: ateísmo. Esa 'ausencia de Dios' es lo que explica que el sol salga por donde le dé la gana. Por Antequera, por ejemplo.

La muerte

“Se te está muriendo divinamente, te lo juro”. Se nos ha ido José Luis Cuerda. La muerte es, como definió el filósofo alemán Martín Heidegger, “la posibilidad de la más absoluta imposibilidad”. Es decir: cuando a uno ya no le quedan más alternativas, cuando ya no hay capacidad de decidirse, uno está muerto. Y además, la muerte, como las tarjetas de crédito, es personal e intransferible. Otros filósofos han concebido la muerte como liberación, como regreso al lugar en el que estábamos antes de nacer, como vuelta al paraíso terrenal… pero nadie ha concebido la agonía como un ejercicio estético, susceptible de ser valorado críticamente. Nadie, salvo Cuerda y el médico de Amanece..., ese que consuela al familiar de un moribundo con esta entusiasmada crítica:

“Se te está muriendo divinamente, te lo juro. Tenía ganas de que vinieras para poder decírtelo. Puedes estar orgulloso, de verdad. En los años que llevo de médico nunca había visto a nadie morirse tan bien como se está muriendo tu padre. ¡Qué irse!, ¡qué apagarse!, ¡con qué parsimonia!, ¡con qué graduación!… Estoy disfrutando, no te lo puedes imaginar”.

La muerte, los funerales, los entierros, son el reino de la solemnidad. Y la solemnidad es el fértil huerto o el paraíso donde ríen y juegan humoristas y filósofos. El paraíso de José Luis Cuerda, vaya.

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