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Oda a Huxley

El escritor Edmundo Paz Soldán.

Paula Corroto

En Un mundo feliz, todos sus habitantes viven en plenitud. Disponen de todo tipo de artefactos tecnológicos y con ellos han creado una vida sencilla, sin conflictos y sin dramas. Sin nada que evoque intensidad. Poseen tanta información y tanto artificio que se encuentran tan sobrepasados que no hay dolor y no hay mucho en qué pensar más allá de sí mismos. Son felices.

Esta distopía creada por Aldous Huxley en 1932 se vislumbra entre las páginas de Iris, la nueva novela del escritor boliviano, Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967). En ella sumerge al lector en un mundo futuro, con seres artificiales, medio cíborgs, que hablan un español con unas cuantas vueltas de tuerca. Un universo que, a priori, puede parecer extraño y lejano, pero al que sólo con rascar un poquito, como sucedía en la película Blade Runner o en otras novelas como Nosotros, de Yevgeni Zamiatin (1921) o La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin (1969), se le descubre como nuestro propio mundo, quizás, eso sí, proyectado en una era de dominación atroz de la máquina –del móvil, del WhatsApp o el Facebook–.

“Es cierto que en esta novela está muy presente Huxley porque es un mundo totalitario en el que unos habitantes, los irisinos, están sometidos de tan mala manera que todavía no se necesita algo tan sofisticado para manipularlos como el doble lenguaje del que hablaba George Orwell”, sostiene el escritor, que ha cambiado drásticamente el género después de indagar en el código realista con Norte, donde narraba la historia de un asesino en serie en EEUU, y Los vivos y los muertos, una historia sobre adolescentes asesinados en un pueblo norteamericano.

A esta extorsión de los personajes se suma en esta ocasión el concepto tecnológico y cómo este redefine la ‘humanidad’. ¿No les suena también de ahora? “Sí, por ejemplo, con nuestros móviles hemos desplazado muchas cosas que antes hacíamos con el cerebro, con la memoria. De hecho, todos tenemos algo de cíborgs. Yo no creo en eso de que de la noche a la mañana vaya a aparecer un nuevo Adan Robot, sino que hay una continua evolución que alcanza masa crítica y de pronto estamos del otro lado del espejo”, añade Paz Soldán. Y estamos en el lado que Huxley quiso colocarnos: en el que podemos llegar a volvernos locos porque una tarde de sábado se cayó el servicio de WhatsApp.

Pero como sucede en muchas de estas novelas distópicas, existencialistas y políticas, en las que “más allá del entretenimiento y el escapismo, te hacen pensar en la relación del individuo con el universo mejor que otros géneros” –sostiene el escritor–, Iris no está planteada como una crítica brutal hacia el mundo informatizado. Ni siquiera el autor recela de las transformaciones que proceden del uso de la tecnología y su posible poder de alienación o deshumanización. Podríamos decir que se coloca en un punto a mitad del mensaje que trasladan series como Black Mirror, donde sí se alerta de ciertos peligros en las relaciones sociales.

Sentimientos menos intensos

“Los cambios tecnológicos hacen que se redefina nuestro concepto de lo humano. De pronto hay un nuevo concepto, y lo otro se ve como una especie de prehistoria. Muchas veces tendemos a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero así no funciona la humanidad. Como mecanismo de supervivencia, la humanidad necesita redefinirse constantemente. Lo que ocurre con todos estos cambios es que va haber un nuevo concepto de lo humano que aún no podemos vislumbrar”, afirma contundente.

En la novela se palpa la capacidad humana, pero también hay sensaciones, estados de ánimo, que se perciben con menor intensidad. ¿Cómo ama este personaje cuya mayor parte de su cuerpo es artificial? ¿Cómo se relaciona este humano (nuestros yoes actuales) en las redes sociales?

“Es evidente que hay cambios que ya se han producido. Por ejemplo, se ha redefinido el concepto de la amistad. Antes podías entender que ser amigo era una cosa muy, muy intensa, y ahora para las nuevas generaciones ser amigo es otro tipo de relación. Si lo miramos con los ojos de nuestra generación, sí podemos hacer un juicio moral, pero los adolescentes lo ven de otra manera y no les parece malo”. ¿Aunque sea menos intenso? “Que no lo sea no significa necesariamente que sea peor”.

Tecnología y literatura

¿Y todo esto no conlleva también a cambios en la literatura? Ahí se abre el debate entre literatura para nuestro tiempo, ese ejercicio de la fragmentación, y el viejo chorreo de palabras con inicio, nudo y desenlace. Edmundo Paz Soldán, pese a la experimentación que evocan novelas suyas como Río fugitivo, se revuelve contra todo lo que suene a literatura prescriptiva, a lo que hay que leer en tiempos modernos: “Creo que ahora quizá se requieran más novelas decimonónicas, tradicionales, largas, que te permitan ejercitar algún tipo de práctica de percepción o memoria”, mantiene.

¿No es literatura, entonces, un diálogo en un chat? “Es muy automático decir: los tiempos fragmentarios requieren novelas fragmentarias. Yo creo que un tiempo fragmentario como este de pronto necesite mayores esfuerzos de totalización que pueden sonar conservadores. Siento que el esfuerzo narrativo por tratar dar cuenta de tu tiempo no significa adoptar las armas de tu tiempo. Cuando me insisten tanto en esto de la novela posmoderna, me pongo en guardia”, asiente.

La violencia y la naturaleza humana

Si bien la visión distópica, la proyección hacia el futuro y un lenguaje que distorsiona el español hasta hacerlo parecer algo poco comprensible definen esta última novela de Paz Soldán, hay un elemento que la acerca de forma irremediable a nuestra naturaleza humana: la violencia. En Iris se vive una guerra contra fuerzas colonizadoras, extorsionadores y explotadores. Y el afán por luchar contra todo ello llena las sucesivas páginas.

“Creo que la violencia tiene que ver con ciertos impulsos viscerales que están en nosotros más allá de que haya futuro o progreso. La literatura occidental prácticamente nace con una novela de guerra, La Ilíada. En el fondo, el problema no es que haya cambiado, sino que la violencia se va transformando”, reconoce el escritor, quien ya trató el tema en Norte. “Sí, me estoy convirtiendo en una especie de psicópata”, confiesa.

Pero también su intención literaria en Iris tiene mucho que ver con todo lo que nos rodea. Con las imágenes que nos llegan de Siria o incluso las más recientes de Ucrania o la de los inmigrantes de Ceuta. De hecho, la chispa original de la novela fue un reportaje en la revista RollingStone sobre unos soldados en Afganistán que empezaron a matar indiscriminadamente a civiles y después simularon que los habían atacado. “Creo que la violencia es uno de los grandes fenómenos culturales y psicológicos de nuestro tiempo. La ves todos los días y me interesa mucho entender eso como patología. Me fascina intentar entenderlo”, insiste.

La resistencia

Y si uno de los perfiles de nuestro tiempo es el agresor, el otro es el agredido y las maniobras que hace para defenderse y sobrevivir. En este sentido, Iris no es una distopía pasiva. Como suele ocurrir, siempre hay una serie de ciudadanos que se dan cuenta de lo que ocurre y luchan por su dignidad.

“Me interesa la postura de resistencia del individuo ante cualquier sistema totalitario, por más que todo pudiera conspirar contra cualquier atisbo de victoria o liberación. Siempre hay un deseo del ser humano por revelarse ante cualquier abuso o represión. Y ese gesto de rebeldía me interesa mucho más que una posibilidad concreta de victoria”, asegura este escritor, a quien aún le sorprende que en España, “con todo lo que ha pasado con asuntos como el de Bárcenas, Rajoy no haya caído. Me impresiona la fuerza del sistema para preservar el statu quo”. Todo pasa y nada pasa. Quizá hace tiempo que Aldous Huxley ya nos alertó, a modo de distopía, de lo que podría ocurrirnos.

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