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Cuando los escritores dedican sus libros a absolutos desconocidos: del amor al rayajo

Benjamín Prado y Javier Cercas en la Feria del Libro de Madrid

Mónica Zas Marcos

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La dedicatoria no es un género en peligro de extinción. Al menos de momento y a la vista de las colas que siguen formándose frente a las casetas de la Feria del Libro de Madrid.

La llegada del eBook y la comodidad de sus 10 pulgadas no han hecho languidecer el mercado del papel. Tampoco la pulsión romántica del autor por añadir unas palabras de su puño y letra junto a la tinta industrial del libro y dedicárselas a algún lector. Eso marca la diferencia entre un ejemplar más de la tirada y una obra que merezca un lugar privilegiado en nuestra estantería.

Las firmas más agradecidas son las de los autores de cómics, aseguran en la Feria, que casi siempre regalan un boceto a cada visitante. También Enrique Vila-Matas, aunque no es ilustrador, dibuja un misterioso hombre con abrigo y sombrero. Pero los hay como Jorge Luis Borges que ya en sus últimos años, a causa de la ceguera, apenas marcaba el libro con un círculo y una raya. O como Ken Follet, que solo añade su rúbrica debajo del título del libro en la primera página. Pero, a veces, la mitomanía es más fuerte que la pasión por la dedicatoria.

No es casualidad que las firmas sean una de las actividades principales de la Feria del Libro. Hasta hace un año, los nombres desfilaban por decenas en la megafonía de la Feria. Ya no hay altavoces, pero los autores siguen esperando dentro de la caseta a que alguien se acerque a charlar y a conseguir un mensaje personalizado. María Dueñas, Juan Gómez Jurado, Rosa Montero o los tres escritores que forman Carmen Mola son algunos nombres destacados. Y cada uno tiene su sello y su propio arte de dedicar.

La fila de Montero da la vuelta al cubículo de La Casa del Libro. El sitio está milimétricamente medido para no entorpecer el pasillo central, pero la hilera de personas llega hasta donde no alcanza la vista. Una de las primeras en obtener su preciada firma es Neli, fan de la escritora desde hace años.

Montero no suele despachar rápido y dedica un rato a charlar con sus lectoras, que le cuentan emocionadas que han venido solo para verla a ella. La marca de la autora de El peligro de estar cuerda es una pegatina en forma de corazón con la bandera arcoíris. “Gracias por venir y repetir, guapa”, se lee en la página de Neli.

Para evitar aglomeraciones en las firmas que se prevén multitudinarias, la Feria ha dispuesto carpas especiales y reparte tickets limitados para acceder a los mayores superventas. Es el caso de la influencer Marina Rivera (o _riverss_ en Tik Tok, donde acumula 6 millones de seguidores), cuya cola está llena de adolescentes que en ocasiones llegan a las lágrimas.

Otro de los destinados a la carpa es Javier Castillo, autor del best seller El juego del alma y cuyo anterior libro, La chica de nieve, está a punto de convertirse en serie de Netflix. Su postura es divertida pero su dedicatoria es sobria: “Para nombre, con amor”. “Para Lidia, con muchísimo cariño, espero que disfrutes de la lectura”, pone simplemente Pablo Rivero, actor de Cuéntame que se estrena en la literatura con La cría. Sus seguidores le excusan, a pesar de llevar esperando una hora, porque “el pobre estaba sobrepasado” y aún así “se toma el tiempo de charlar un poco contigo de la serie y de (el reality) Bake off”.

Los autores de fenómenos infantiles, sin embargo, no tienen competencia. L.O.L, dueto cómico para niños, atiende a cada uno de los pequeños que van a verlos. Ninguno sobrepasa los ocho años. Bajan unas octavas sus voces, piden un nombre a esas decenas de lectores menudos y les hacen un sencillo dibujo en la primera página.

También ocurre con Elisabetta Gnone, mítica autora italiana de sagas como Fairy Oak y Las Witch. De hecho, este último cómic es el culpable de subir la media de edad de la fila. “La leo desde que tengo 12 años”, cuenta María, aunque la veinteañera también reconoce que “le dedica muy poco tiempo a cada lector y nos ha dicho que solo firma un ejemplar por grupo”. La dedicatoria está en italiano y rematada por un smiley en boli negro.

Más esmerada es Elia Barceló. “A mí me gusta escribir. Por eso, cuando tengo cola, me agobio. Quiero hacerles una dedicatoria bonita a todos por haberse molestado en venir y esperar”, reconoce la autora de El efecto Frankenstein y Cordeluna. En ese momento, se centra en la página roja que tiene delante y sobre la que estampa un buen texto con tinta plateada. “La gente puede elegir en qué color la quiere”, dice mostrando orgullosa un estuche lleno de rotuladores flúor, dorados y plateados. “Sobre todo les escribo qué significa la obra para mí”, explica.

Uno de sus lectores alaba el esfuerzo. “Recuerdo que Ken Follett tenía un equipo de cuatro personas. Uno que te cogía el libro, otro que se lo abría y se lo daba, él firmaba, otro lo recogía y otro te lo daba. Era una cola que llegaba casi a la puerta de Alcalá”, compara. “Yo no aguanto poner las iniciales, para eso no hago nada. Una dedicatoria es algo que se pueda leer, porque mi nombre ya está en el libro”, replica Barceló.

Julia Navarro, autora de Dime quién soy o La biblia de barro, también se toma las dedicatorias en serio. “Escribo algo distinto según lo que la persona me inspire en ese momento. Procuro no hacer siempre la misma, pero en todas hay una parte de gratitud”, reconoce rodeada de sus ocho novelas históricas. Todas ellas han alcanzado lo alto de las listas de ventas, por lo que siempre hay alguien al otro lado del mostrador.

La gratitud también es la marca de Miss Raisa, rapera catalana, premio a la Diversidad de TikTok y autora de Pondré los colores. Firma en una vacía caseta de la Fnac, pero nos cuenta que siempre pone I love you “y un corazoncito”. “Mi firma en el DNI también tiene un corazón pequeño. Siento que quiero al ser humano en general y es mi forma de hacer ver al lector que estoy muy agradecida”, dice mientras descansa los codos sobre una pila de libros aún sin dedicar.

“Yo ya pensaba en el tema de las dedicatorias mientras escribía el libro. Para mí es importante. Es un momento de conexión con las personas que te leen y también por mi experiencia como lector, que no me gustaba nada que me firmaran con un 'gracias' o 'feliz lectura'. Yo no quería ser ese tipo de escritor”, desvela Moha Gerehou, periodista y activista que en esta edición vuelve a firmar Qué hace un negro como tú en un sitio como este. Él divide su dedicatoria en dos: una parte personal, que descubre charlando con el lector, y otra en la línea antirracista de su libro.

Belén Gopegui también se toma su tiempo para conocer al visitante. “Me ha dicho que me quería mirar bien a la cara. Como es un regalo que me ha hecho mi pareja, ha puesto el nombre de las dos y me ha pedido que no la leyera hasta que me fuera porque le daba un poco de apuro”, dice Araceli, que se cuida de no mostrar la dedicatoria especial. En cambio, enseña otra escrita en verde donde la escritora de Existiríamos el mar y La escala de los mapas se ha afanado menos: “Muchas felicidades y muchos mares por venir”.

“Yo tengo un problema con mi letra, que es muy mala, y aunque me esfuerzo por hacerla clara, me pasa a menudo que dedico un libro y al rato me viene el lector y me pregunta por lo que pone”, explica Isaac Rosa, que ha estado todo un fin de semana en el interior de varias casetas de la Feria. Reconoce que no es de los que personaliza, sino de los que escribe un “mensaje tipo” relacionado con la temática de la novela. “Es difícil cuando no conoces a la persona. Hay gente que directamente viene, te da el libro sin mediar palabra y ya está”, diferencia.

Camila Sosa hace lo mismo, pero en su caso porque el tiempo es limitado y la hilera de personas, larga. El fenómeno de Las malas hace que su número de seguidoras sea comparable al de Rosa Montero. “Delia, eres una tonta por leerme. Besos divinos”, pone parafraseando su última novela, Soy una tonta por quererte.

Aunque una cola repleta de gente es sinónimo de éxito, la mayoría de los autores prefieren un poco de calma para hacer una firma de calidad. Xita Rubert, autora de Mis días con los Kopp, aprovecha la quietud de su caseta para inventarse una historia con el lector. “Intento hacerle parte de la ficción, pero hay gente que se queda flipando y a veces me escriben diciéndome que me he confundido”, cuenta entre risas mientras dedica en tinta blanca uno de sus ejemplares.

“Nos miráis y nos sentimos fotos de una app de citas que vais pasando con el dedo en la pantalla, hasta que os detenéis y nos elegís. Nos vemos reflejados en vuestros ojos, nos vemos mendicantes y vulnerables, con la vanidad a flor de piel y la autoestima en fase bipolar”, admite Isaac Rosa en esta crónica primera persona. Por eso, también hay que acercarse a las casetas vacías. Posiblemente sea donde consigamos la mejor firma y mejor donde subsiste el arte de la dedicatoria.

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