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Por qué los 'youtubers' son los únicos que tienen el éxito asegurado en la Feria del Libro de Madrid

Los 'youtubers' Mayden y Natalia

José Antonio Luna / Mónica Zas Marcos

La 77 edición de Feria del Libro de Madrid arrancó el pasado viernes en medio de la tormenta. No solo por el temporal, que mantuvo en vilo la apertura de El Retiro hasta el último instante, también por un cambio de normativa que dificultó el montaje de las casetas.

Al día siguiente aún quedan restos de la batalla: cartones a modo de canalones para evitar las cortinas de lluvia y puentes improvisados para mantener los ejemplares secos. A pesar de esto, el paisaje está lejos de ser desolador. Con la digestión a medio hacer, las colas empiezan a formarse a primera hora de la tarde con las persianas bajadas y sin firmas de renombre a la vista. Todos esperan a dos grandes estrellas, unas que no han recibido ningún Premio Azorín ni Cervantes. Sus méritos son otros. Concretamente, más de millón y medio de suscriptores en YouTube.

“Mayden y Natalia son youtubers y tienen dos canales: uno es de experimentos caseros y otro de vlogs”, cuenta emocionada Natacha, de 12 años, acompañada de sus padres y varias amigas. Ya está en el tramo final de una cola con cientos de personas, a pocos pasos de sus referentes virtuales en la caseta de Planeta, pero llegar hasta ahí no ha sido fácil.

“Llevamos aquí dos horas y media”, confiesa la joven, quien no tiene reparo en afirmar que viene “solo a esta caseta” y “a la de Reah, otra youtuber que graba videojuegos”. La conversación no se prolonga demasiado. Basta la presencia de otro famoso de Internet, que en esos momentos pasea por el parque, para que el grupo abandone la entrevista entre gritos de exaltación.

A pocos metros de Mayden, de Natalia y de todo su séquito se encuentra la Fundación Federico Engels. “Hemos hecho un especial esfuerzo por reeditar material sobre el feminismo desde el punto de vista socialista”, apunta Carlos Ramírez desde la caseta al mismo tiempo que señala un libro de Aleksandra Kollontái, “la primera ministra de la historia, del gobierno soviético del 17”. Pero la colección, dedicada a difundir los clásicos del marxismo, es incapaz de revolucionar a mirones poco interesados.

¿La razón? Carlos recurre a la teoría de sus obras para explicar que en “los medios de comunicación de masas está mucho más extendido el mundo de los youtubers o temas cuya calidad es subjetiva de cada uno”. Además, señala otro elemento diferenciador: “Tampoco podemos tener firmas porque, de todos modos, muchos de nuestros escritores ya no están vivos [risas]”.

En la misma línea se sitúa la Fundación Pablo Iglesias, un puesto que deja de lado los adornos y florituras para dar la bienvenida con un enorme tomo sobre la Transición española. No parece el reclamo preferido para muchos, pero Diego dice estar “contentísimo de que en este país se siga leyendo”, aunque reconoce que “siempre hay hechos puntuales que implican que un libro se venda más de forma más”. A pesar de ello, no hace distinción y considera que “todos los libros son buenos”, y para demostrarlo alude al mismísimo Pablo Neruda: “Muere lentamente quien no viaja, quien no lee”.

Pero la historia y la filosofía no es exclusiva de fundaciones. También está Mihaela, oculta por una estantería de libros, entretenida con su portátil y responsable de las obras de Biblioteca nueva y Salto de página. “No es algo que me guste decir, pero sí es cierto que los compradores habituales aquí tienen de 30 o 50 para arriba”, reconoce la, paradójicamente, veinteañera vendedora. Al contrario de lo que sucede con otras firmas más generalistas, su colección se centra en un público concreto, que acude directamente buscando una temática. “Es básicamente encontrar al cliente y ver lo que necesita, y también reconocer que no todo el mundo necesita lo mismo”, añade.

Koalas gigantes como “efecto llamada”

Como recuerdan Diego y Mihaela, aún no han inventado la flauta mágica de Hamelín con la que atraer al público directamente hacia sus casetas. La masa de gente fluctúa y se apelotona sobre la primera fila de curiosos para desintegrarse poco después con las manos vacías. “El efecto llamada”, lo denominan los libreros.

Sin embargo, hay otros que prefieren no arriesgarse y apuestan sus mejores cartas al noble arte de la seducción. Errata Naturae, por ejemplo, ha convertido su escaparate en un pedazo de bosque literario para acoger su colección de autores salvajes. Basta con una réplica de asta de venado, un poco de hojarasca y con una paleta de colores terracota para crear un ambiente único entre más de trescientas casetas idénticas.

Ocurre lo mismo con el rincón de Edelvives, donde han replicado algunos personajes de su catálogo infantil para llenar el fondo de la caseta de figuras y colores. No hay nadie, ni adultos ni niños, que se resistan a pararse ante el koala gigante que nos da la bienvenida. Es una estrategia infalible, a la vista del ritmo de su caja registradora, y que muy pocos han puesto en práctica en esta edición de la Feria.

Ahora bien, hay algo contra lo que ni el atrezzo más llamativo de una editorial puede competir: las marcas y las firmas, que en la Feria del Libro son parte del mismo todo. La FNAC aglomera algunas de las caras más conocidas del catálogo de la feria, como Paula Bonet, Almudena Cid, Marta Sanz, Carme Chaparro, Luis Ramiro o María Dueñas.

“Como empresa tiene mucho público, además muy diverso”, asegura Patricia, que apenas puede parar dos minutos entre venta y venta sin que un comprador reclame su atención. Reconoce que el nombre del establecimiento cuenta con ventajas respecto al de las editoriales porque estas tienen “un público más concreto” y, en su opinión, “más reducido”.

No es ningún secreto que el lector generalista no bucea entre editoriales, sino que se pasea entre librerías o centros comerciales. Por eso, las primeras prefieren prestar sus firmas conocidas a los segundos y rascar las ventas que se puedan generar en sus casetas. “Es cierto que tenemos muchos bestsellers, pero también compensamos con autores más noveles para que se abran al mundo editorial”, dice Patricia, señalando la fila de la joven Alaitz Leceaga, flanqueada por otras mucho más concurridas como las de Elsa Punset, Almudena Cid y Carmen Chaparro.

Ocurre lo mismo en las casetas de El Corte Inglés, la librería La Central e Hipercor. Marcas impersonales que acogen a autores con un público asegurado, casi todos ellos personajes televisivos o políticos populares como Miguel Angel Revilla, que reparte su tiempo entre los seguidores que le piden selfies, los autógrafos y las señoras que claman aquello de “yo le veo mucho por la tele”. Al lado, Boris Izaguirre acepta con simpatía los besos y escucha con paciencia las batallitas de sus interlocutores.

¿Es entonces una firma potente la clave del éxito? A pocos metros, la caseta 310 de Visor Poesía, donde está firmando Juan Carlos Monedero, demuestra que nada está asegurado. Los ejemplares del último libro del exdirigente de Podemos, Curso urgente de política para gente decente, corren despacio por el mostrador. Dos chavales se paran a hablar con él, pero no a comprar, y una madre sitúa a su par de retoños frente a la caseta para sacarles una foto con el político.

Monedero charla apasionadamente con ellos mientras que, en la caseta contigua, no paran de llegar regueros de gente preguntando por el “yoga contra la ansiedad”, los trucos para triunfar y para hablar bien en público, o para iniciarse en la meditación. El boom por los libros de autoayuda parece estar más al día que quien cofundase la actual segunda fuerza política de la oposición.

¿Vienen más personas por unos youtubers que por Juan Carlos Monedero? “De eso que no te quepa ninguna duda”, nos confiesa risueño. “Es más fácil que un youtuber o alguien que sale en programas del corazón conquiste a la gente porque la razón de ser de esos famosos es que son conocidos”, dice como explicación. Para él, lo ideal es que “gracias a YouTube venga más gente a la feria y, aunque sea de paso, vean que hay otros que escriben de filosofía, política o economía”.

En definitiva, si no eres un youtuber o un fenómeno de masas ajeno a la literatura, la receta del éxito es un enigma. Anagrama lo sabe bien. Tiene el catálogo, el prestigio y las portadas atractivas de grandes clásicos, pero no el público en la Feria del Libro.

Su reclamo este año es Tom Wolfe, el recién fallecido padre del nuevo periodismo de quien poseen su célebre bibliografía al completo. “Ya se sabe que la necrofilia en este país...[risas]. Bueno, no se está vendiendo mucho, pero alguno se vende”, se resigna Juan Antonio al otro lado del mostrador. Ellos también han vendido sus firmas importantes a las librerías y centros comerciales, así que apuestan todo a la curiosidad que despiertan las necrológicas para captar a posibles compradores. Y, en ocasiones, ni siquiera eso es suficiente.

“También afecta mucho la orientación y a qué lado del paseo estés. El año pasado estábamos a la sombra y, parece que no, pero la gente se para menos a mirar en el sol”, puntualiza en un último intento por justificar un vacío con lleno absoluto en otros frentes. Aún así, como los demás, Juan Antonio sabe que las colas con cientos de personas no dependen de un componente atmosférico. “Lo único que nos queda es que a los padres de esos niños youtubers les interese algo de lo que vendemos aquí [risas]”.

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