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Qué le queda a la literatura latinoamericana al extirpar el boom

La escritora y periodista brasileña Clarice Lispector, nacida en la actual Ucrania en 1920 y fallecida en 1977, es una de las autoras elegidas para el 'Atlas de Literatura Latinoamericana'

Elena Cabrera

3 de abril de 2022 21:35 h

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“Es un canon anticanon”, así define Clara Obligado su Atlas de literatura latinoamericana, que es suyo porque lo firma como editora pero, en realidad, se trata de una obra colectiva: “Un gran número de escritores definimos entre todos quién tiene que estar ahí”, explica en la presentación de una obra ilustrada por el argentino Agustín Comotto y publicada por Nórdica.

Lo ha subtitulado como “arquitectura inestable” para señalar que este atlas anticanónico no es algo fijo, que “no cierra una etapa” y que bien podría incluir estos autores y autoras como podrían haber sido otros y otras, pero había una premisa de partida: no incluir a los autores del canon. De esta forma, se trata de una guía para adentrarse en la literatura latinoamericana en la que, llamativamente, no está Julio Cortázar ni Jorge Luis Borges ni Gabriel García Márquez. Sin estar, están: “Brillan por su silencio”, dice Obligado. Y como “todo texto es un intertexto”, la primera palabra del libro es, curiosamente, “Borges”.

La lista se ha elaborado pensando no solo en quién incluir sino en quién escribiría sobre los autores de este atlas. Por ello, este libro responde a la pregunta de qué leen hoy los autores latinoamericanos, qué recomendarían, qué textos del viejo canon han pervivido.

Opacar a los autores del boom, el gran fenómeno literario de los años 60 y 70, es lo que ha permitido que afloren otros nombres. “Permite que estén grandes olvidadas como las mujeres”, recalca Obligado, en alusión a autoras que deberían haber estado en el canon del boom, como Elena Garro o Alejandra Pizarnik. Para la escritora Clara Obligado, nacida en Argentina pero residente en España desde hace más de cuarenta años, el problema de los autores del boom es que “crean una zona de sombra”.

Quien no falta es Roberto Bolaño. “Tiene que estar Bolaño”, recalca la editora. Del chileno, Andres Neuman escribe que “fue capaz de sumarle carne a Borges”, ahí de nuevo la intertextualidad de la que hablaba Obligado, y “política a Wilcok, estructura a Parra”. Gracias a la forma en la que está construido, este atlas se convierte en “una manera de discutir sobre literatura”.

Además de Neuman, los autores invitados para escribir sobre otros autores son numerosos y entre ellos resaltan Héctor Abad Faciolince, Liliana Colanzi, Mariana Enríquez, Leila Guerriero, Mónica Ojeda o Lina Meruane, cincuenta textos en total. La propia Obligado también escribe, y se reserva a El Inca Garcilaso, muerto también el 23 de abril de 1616, como Shakespeare y Cervantes. De este autor del Barroco nos cuenta la autora que aseguraba que para describir las crueldades de Atahualpa o cualquier otro aspecto de la cultura fundacional del Perú, había que saber quechua.

Sobre la mexicana Elena Garro, “la otra cara del boom”, la madrileña Camila Paz describe que hace unos años, visitando una librería de su ciudad, encontró un libro de la Garro con una faja que decía: “Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges”. Ese hallazgo, que indignó a la reseñista, explica bien la necesidad de un atlas como este.

Otro autor oportunamente destacado es el uruguayo Mario Levrero. Recibe el encargo de abordarle su compatriota Fernanda Trías, precisamente una de esas jóvenes autoras que rechazan ser calificadas como “el nuevo boom femenino”. “El escritor de culto, el fanático de los géneros menores, el ermitaño, el lector generoso, la figura mítica, el fenómeno literario”, apunta sobre el fantástico Levrero, quien “fue muchos”.

Del ineludible Rodolfo Walsh se ocupa otra reportera, Leila Guerriero. Ambos son argentinos. Walsh, es bien sabido, fue secuestrado en 1977 tras el golpe de Estado de Videla y fue asesinado, se presupone, ya que nunca apareció su cadáver. “Pulió hasta los goznes cada partícula de su escritura”, dice Guerriero, y señala que su obra magna, su monumental pieza de periodismo narrativo Operación Masacre se publicó ocho años antes que A sangre fría de Truman Capote, “el libro en el que suele colocarse el kilómetro cero de una nueva narrativa de no ficción”.

En este mapa de afinidades florece la poeta peruana Blanca Varela, de quien su estudiosa Olga Muñoz Carrasco dice que su poesía “oficia un rito, se inscribe en la materia de la carne, de la pintura, del color”. “Nos inicia ferozmente en una ceremonia que consiste en abismarse en el cuerpo hasta el escarnio, en el amor desde la escasez, en la muerte sin atajos”, añade.

Estos ejemplos bastan para enseñar que esta no es una enciclopedia de vida y obra. No hay biografías aunque cuenta con apuntes biográficos. Se nutre de la misma genética que la literatura, y no de la academia. Lejos de diseccionar, analizar y reportar, este Atlas es una carta de amor intergeneracional que devuelve lo que los libros de texto han robado.

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