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María, el Brexit y “la trampa” de la voluntad del pueblo

Ilustración de Fede Yankelevich

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María (nombre ficticio que se utilizó en la crónica de ‘The Guardian’) vivió en Reino Unido entre 2014 y 2018 y al volver de sus vacaciones de Navidad en Málaga no la dejaron entrar. La detuvieron en el aeropuerto de Luton el pasado 26 de diciembre y le advirtieron de que estaba “perdiendo el tiempo” si consideraba que el permiso que les mostró para probar que trabajaba allí era válido. 

El caso de esta joven de 34 años es un ejemplo del limbo en el que se encuentran muchos ciudadanos de la UE desde la aplicación de las reglas impuestas por el Brexit. Entre ellos hay más de 5.700 españoles que se arriesgan a la expulsión del Reino Unido mientras esperan a que se resuelva su estatus. Es una prueba de cómo a veces la democracia pone las cosas difíciles, en acertada expresión de Ben Ansell, catedrático en la universidad de Oxford y autor de ‘Por qué fracasa la política’ (Península). 

Este profesor de Democracia Institucional Comparada analiza en su ensayo la complejidad de una votación como la del referéndum cuyo resultado implicó la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Los partidarios de irse se impusieron con el 52% de los votos frente al 48% de los que se opusieron. Se aplicó la democracia y a la vez se demostró la dificultad de llevarla a la práctica puesto que la complejidad del proceso iba y va más allá de un ‘sí’ o un ‘no’ en una papeleta y si no que le pregunten a Theresa May. 

La política, como la vida, a menudo no puede resumirse en una disyuntiva simplista. Pero eso es lo que pasó en el Brexit y lo que lleva a Ansell a teorizar sobre el meollo de lo que denomina como “la trampa” de la democracia: la “voluntad del pueblo” no existe. Porque hay decisiones colectivas cuya aplicación puede ser caótica y fruto a menudo de tergiversaciones. “Si queremos que la democracia funcione -y evitar que la política fracase- estamos obligados a hacer equilibrios en el filo de la navaja entre el caos y la polarización”, subraya el catedrático norteamericano.

Siguiendo con la misma tesis, una de las conclusiones sería que para que la democracia funcione hay que estabilizarla y eso implica evitar la estrategia de tierra quemada. Cuando se asocia la política al conflicto permanente, el bloqueo y a un tira y afloja perpetuo existe el riesgo de situarla en el estancamiento. 

“Si queremos que la democracia funcione -y evitar que la política fracase- estamos obligados a hacer equilibrios en el filo de la navaja entre el caos y la polarización

Ben Ansell Profesor de Democracia Institucional Comparada

Barack Obama fue de los primeros en lamentar la falta de empatía en la política y defendía que esa era una cuestión clave para intentar reducir la polarización. Está claro que ni en Estados Unidos ni aquí se ha avanzado en el sentido de escuchar más al adversario y buscar consensos allí donde sea posible. Uno de los motivos es que hay partidos a los que ya les conviene alimentar los extremismos. Exacerbar la llamada polarización afectiva se traduce también en resultados electorales. 

“Ya no se trata de unir a las personas en torno al denominador común más bajo, sino que, por el contrario, enciende las pasiones del mayor número posible de grupos pequeños y luego los suma, incluso sin su conocimiento. Para conquistar una mayoría, no convergerán hacia el centro, sino que se unirán a los extremos», diagnostica Giuliano da Empoli en ‘Los ingenieros del caos’ (Oberon). Este profesor de comunicación política analiza cómo detrás del Brexit, Trump o la extrema derecha italiana hay expertos en comunicación política y especialistas en big data para tensar las redes sociales y alimentar así discursos que pervierten el funcionamiento de la democracia. 

Lo fueron Steve Bannon en Estados Unidos o Dominic Cummings en el Reino Unido pero hay muchos más aunque sean desconocidos para la mayoría. Alientan y se nutren del miedo del mismo modo que se benefician de la tensión y la contagian a las formaciones más centradas como se ha comprobado en España o ilustraba hace solo unos días el diario 'Libération' en referencia a la derecha francesa. 

Las consecuencias de la tergiversación de conceptos como igualdad y solidaridad, superando las fronteras partidistas para situarse cada vez más en “trincheras ideológicas”, según las describe el politólogo Lluís Orriols, minan la confianza en las instituciones, pilares fundamentales para que la democracia funcione. “Los principales damnificados de este contexto pueden ser los pactos transversales, aquellos acuerdos de políticas y reformas suficientemente sólidos como para que perduren en el tiempo y trasciendan el gobierno de turno”, apunta Orriols en un artículo que analiza cómo ha evolucionado en los últimos años la polarización de carácter más emocional. 

Esa polarización se alimenta en buena parte de la desinformación, identificada como la amenaza más grave a corto plazo en el informe sobre riesgos globales 2024 que se ha dado a conocer este miércoles y que formará parte de los debates de la próxima cumbre de Davos. “Tanto los actores extranjeros como los nacionales aprovecharán las informaciones erróneas y la desinformación para aumentar las divisiones sociales y políticas”, subraya un estudio que se analizará en la próxima semana en la ciudad suiza. 

Si en esa reunión, a la que asistirán de nuevo los principales líderes políticos y económicos mundiales, se fija la desinformación como uno de los principales riesgos para la estabilidad cabría esperar que existirá algún tipo de compromiso para activar medidas que la combatan. Para el Brexit ya llegan tarde pero teniendo en cuenta que este año se celebrarán elecciones en 76 países y que más de la mitad de la población mundial está llamada a votar, todo lo que ayude a estabilizar democracias, desde Estados Unidos a Sudáfrica pasando por la Unión Europea, será poco.   

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