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Opinión - Ir al grano. Por Rosa María Artal
ANÁLISIS

Un año de urnas y armas: qué temas marcarán el rumbo del mundo en 2024

Un militar ucraniano aprendiendo a pilotar drones en la región de Leópolis.

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Hay elecciones que pueden definir guerras. Pero, los más de 70 procesos electorales marcados en el calendario de 2024 serán un test de estrés tanto para el sistema democrático como para la multiplicidad de conflictos que alimenta la inestabilidad global. Con guerras abiertas en Ucrania, Palestina, Sudán o Yemen, el mundo concentra la mayor cantidad de conflictos activos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Por eso, la agenda geopolítica de los próximos meses se entreteje a partir del impacto mutuo entre los distintos conflictos bélicos y el veredicto de las urnas.

En solo 12 meses, la violencia política en el mundo ha aumentado un 27%. Crece en intensidad y en frecuencia. La sensación de impunidad y de menosprecio por la legislación internacional se ha agravado. No solo en Gaza. El enquistamiento de la guerra en Ucrania, la expulsión de la población de origen armenio de Nagorno Karabaj; o la sucesión de golpes de estado vividos en seis países africanos en los últimos 36 meses dan buena cuenta de este momento de “desregulación del uso de la fuerza”, que se ha ido fraguando durante años de erosión de las normas internacionales.

La sensación de desorden no es nueva, ni siquiera su aceleración. Pero cada año se acentúa la erosión de las normas internacionales vigentes y aumenta la imprevisibilidad. El mundo es cada vez más descentralizado, diversificado y multidimensional. Se consolida este “orden múltiplex” –como Amitav Acharya lo describió ya en 2017– porque todo ocurre simultáneamente.

Y, sin embargo, seguimos ante un rediseño del mundo todavía abierto porque esta simultaneidad de cambios concentra distintas pugnas en liza. Las consecuencias políticas de la brutal ofensiva israelí en Gaza o el estancamiento del frente de guerra ucraniano también dependen de la carrera presidencial en Estados Unidos. Las grietas en la unidad transatlántica y las cada vez más categóricas acusaciones de doble rasero en las lealtades de Occidente no son ajenas a lo que ocurra el 5 de noviembre de 2024 en las urnas estadounidenses. Incluso, antes. El mismo Joe Biden ha visto cómo su apoyo a Israel puede influir en la movilización electoral de los votantes demócratas más jóvenes.

Sin embargo, un retorno de Donald Trump a la Casa Blanca modificaría por completo las relaciones de fuerza y la posición de Washington en cada uno de estos conflictos, desde el suministro de armamento al Gobierno ucraniano, al apoyo a Israel, o en la confrontación con Rusia o China. 

Intensidad electoral sin precedentes

Pero no se trata solo del futuro de la democracia estadounidense: más de 4.000 millones de personas irán a las urnas en 76 países, casi el 51% de la población mundial. La Unión Europea, India, Pakistán, Indonesia, Taiwán, México, Venezuela, Sudáfrica o Senegal… grandes actores con peso demográfico y/o influencia geopolítica protagonizarán un año de una intensidad electoral sin precedentes, que definirá un mundo en plena transición global del poder y en claro retroceso humanitario y de derechos fundamentales.

Sin embargo, tanta concentración de elecciones no significa más democracia. Estamos en tiempos de inteligencia artificial (IA) y de sofisticación extrema de la manipulación que amenazan la fiabilidad de las urnas y alimentarán todavía más el desfase entre sociedad, instituciones y partidos políticos. Los sistemas híbridos ganan terreno, y está por ver si el ciclo electoral de 2024 acaba siendo un momento de degradación o de resistencia democrática. 

También el futuro de una Unión Europea, que afronta este invierno con dos guerras en su vecindario, se decidirá en las urnas. Además de las elecciones al Parlamento Europeo, que se celebrarán entre el 6 y el 9 de junio de 2024, 12 Estados miembros también tienen comicios. Las elecciones generales en Bélgica, Portugal o Austria serán un buen termómetro para medir la fuerza de la extrema derecha, que aspira a salir reforzada de las elecciones a la Eurocámara.

Si los comicios de 2019 determinaron el fin de la gran coalición que, desde los orígenes del Parlamento Europeo, había garantizado a socialdemócratas y democristianos una mayoría de escaños en el pleno de Estrasburgo, ahora el gran interrogante está en saber dónde quedarán los límites de la derechización de la UE. A finales de 2023, las urnas europeas dieron una de cal y otra de arena, con la victoria de la oposición polaca, por un lado, y los buenos resultados del islamófobo Geert Wilders en Países Bajos, por el otro. Pero el intenso ciclo electoral de 2024 será decisivo para saber si se consolida la contestación, la fragmentación y el auge del extremismo político que han transformado las democracias tanto en Europa como a nivel global, o bien si el sistema resiste. 

En este test democrático, el voto de las mujeres y los jóvenes será clave. Lo fueron en Polonia, como castigo a las políticas reaccionarias del Partido Ley y Justicia (PIS). En Brasil o Austria, por ejemplo, el apoyo de los hombres a fuerzas de extrema derecha es 16 puntos superior al de las mujeres. En Estados Unidos, la movilización de las juventudes de origen latino será especialmente relevante. En los últimos años, más de 4,7 millones de jóvenes hispanos han obtenido el derecho a voto y su papel va a ser significativo en estados claves como Nevada o Arizona. Sin embargo, el miedo a unas elecciones injustas ha aumentado dramáticamente entre los estadounidenses (del 49% en 2021 al 61% en 2023).

Aunque la desigualdad económica sigue siendo la principal amenaza percibida (69%) entre los votantes de EEUU, según una encuesta del Pew Research Center, el mayor desafío en esta carrera electoral es, probablemente, la presencia de Trump, no solo porque su futuro inmediato está en manos de los tribunales, sino también porque, si su candidatura llegara a materializarse, significaría que el Partido Republicano habría decidido entregar su futuro al hombre que intentó revertir los resultados electorales de hace cuatro años y al que el propio comité del Congreso, que investigó la toma del Capitolio del 6 de enero de 2020, acusó de “insurrección”.

Hay un hilo conductor en muchos de los puntos anteriores que hilvana un mundo cada vez más diverso y (des)ordenado a través de intereses y alianzas cambiantes. La crisis del orden liberal, agudizada por la reacción internacional a los últimos conflictos, y la erosión del multilateralismo –con el desafío explícito a Naciones Unidas– alimentan todavía más esta sensación de dispersión del poder global hacia una variedad de potencias medianas dinámicas, capaces de ayudar a moldear el entorno internacional en las próximas décadas. Arranca un año clave para evaluar la capacidad de resistencia de unos sistemas democráticos sometidos, desde hace tiempo, a una profunda erosión. Estaremos pendientes del resultado de las urnas, y de los límites de la impunidad con que actúan, cada vez más desacomplejadamente, las armas.

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Carme Colomina Saló es investigadora sénior en el 'think tank' CIDOB, Barcelona Centre for International Affairs.

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