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Este blog se ocupará de las series más influyentes del momento, recomendará otras que pasan más desapercibidas y rastreará esas curiosidades que solo ocurren detrás de las cámaras.

'Happy Valley': Oda a Catherine Cawood

Sarah Lancashire, en 'Happy Valley'

Miriam Lagoa Vidal

Happy Valley tuvo una primera temporada tan buena, que el anuncio de que pasaba de miniserie a tener una segunda temporada casi levantó más suspicacias que celebraciones. ¿Cómo iba a continuar una historia contada y cerrada en seis capítulos prácticamente perfectos? La respuesta es la propia naturaleza de la serie británica, un drama policial donde el caso es solo el marco donde están sucediendo muchas más cosas.

Happy Valley (Movistar+) es la historia de Catherine Cawood. Una policía veterana de vuelta de todo: muy profesional, muy valorada por sus compañeros y de vuelta de todo para mantener a raya los asuntos criminales que llegan todos los días a su comisaría. Su vida personal es mucho más complicada: comparte casa con su hermana ex alcohólica y ex drogadicta que siempre está al filo de una recaída, cuida de su nieto huérfano de la hija de Catherine, que se suicidó poco después de su nacimiento incapaz de superar la violación del hombre que sigue atormentando a su familia.

La primera temporada fue una entrada en los aspectos de su vida que la han moldeado y condicionado y un primer contacto con esa pequeña localidad de Yorkshire, el irónico Happy Valley del título, donde nunca pasa nada pero se cuecen varias dramas cotidianos.

La historia tiene una atmósfera que te mantiene alerta todo el tiempo, aunque no llegues a ser consciente de ello. En la primera temporada, la vida de Catherine Cawood volvía de nuevo a ponerse del revés cuando el responsable de su infierno familiar era uno de los principales responsables de un crimen, que como en pasaba Fargo, se fue complicado por la estupidez y falta de escrúpulos de sus responsables. En la segunda, él (Tommy Lee Royce) está en la cárcel pero la vida de Catherine está lejos de volver a la normalidad, si alguna vez aspiró a tenerla.

De nuevo una cadena de crímenes, en este caso al parecer de un asesino en serie que está operando en la zona, los problemas familiares de un nuevo personaje y el paisaje urbano helador del oeste de Yorkshire son el marco del mal que forma parte de la vida corriente. Como el que encendía la mecha de Heisenberg en Breaking Bad, el que facilitó el encuentro (casual) entre Lester y Malvo en Fargo o el que atormentaba durante 20 años a los protagonistas de la primera temporada de True Detective.

Happy Valley añade una capa más: Catherine Cawood. Incluso en la pequeñas pizca de humor que ha añadido la segunda temporada se atisba la lucha que tiene que lidiar cada día. Sus esfuerzos para alejar a su nieto de la sombra amenazadora de su padre, el apoyo incondicional y a veces poco agradecido que le da a su hermana Claire o su actitud vigilante con Ann, que decidió superar el trauma de la primera temporada y hacerse policía apoyándose en la persona que le salvó la vida.

Por eso, aunque Happy Valley se encuadre en el drama policial y demuestre el buen oficio de las series británicas con el género es sobre todo un monumento a Catherine Cawood. Los espectadores la admiramos, Sarah Lancashire (la actriz que le da vida) y Sally Wainwright (la guionista que alumbró la historia) la han engrandecido en esta segunda temporada. Era verdad que Happy Valley se merecía más que quedarse en miniserie.

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