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Chefs

Josep L. Barona

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He leído recientemente en la prensa que un chef afirma de otro chef: “es más importante que Picasso en la pintura o Mozart en la música clásica.” El argumento que sustenta su sorprendente opinión es que “ambos marcaron tendencia, pero él [Adrià] descubrió nuevos caminos, aunque todavía no hemos sido capaces de cuantificarlo. Ferrán abrió las puertas de un ámbito que hasta su llegada estaba establecido, sistematizado y cerrado. Algo brutal.”

Hay frases que retratan un tiempo. Son impensables si se trasladan a otro contexto. Lean atentamente: Picasso y Mozart “marcaron tendencia”. “No hemos sido capaces de cuantificarlo.” El lenguaje nos delata. Como él dice: “brutal”.

Es verdad que los medios escritos a veces son poco dúctiles para expresar el doble sentido, la broma, la ironía. En este caso, si el chef pretendía hacer gala de una inteligente hipérbole cargada de ironía para expresar su admiración, su rotunda afirmación podría haber insistido en el pleonasmo y afirmar que Adrià es más importante que Kant, Shakespeare, Galileo, Leonardo, Aristóteles, Wittgenstein, Proust, o todos juntos, por ejemplo. O haberlo sintetizado: es el Júpiter de los dioses del Olimpo. De ese modo habríamos captado el desbordamiento entusiasta en clave esencialmente alegórica, como solían hacer los clásicos. Aunque, cabe también la posibilidad de que el autor de la frase hablase literalmente en serio y tal vez ni siquiera haya oído hablar de estos otros nombres que propongo, ni de identificar su mérito o situarlos históricamente. ¿Qué más da?

Vivimos tiempos de chefs, y mucho me temo que la frase expresa con demasiada crueldad por dónde van los tiros. Es demasiado cruda y desnuda. La frase es un steak tartar de los valores de nuestro tiempo. Al margen de amistades y adulaciones, aunque uno a veces “se venga arriba” y se le caliente la boca, hay que disimular un poco, Mr. Chef. No está bien eso de sostener con contundencia que la gastronomía, la organización empresarial y el marketing están por encima de la historia, la cultura, la reflexión, el arte y el conocimiento. No es necesario comparar, hombre. Cuando uno tiene restaurantes de arte y lujo, estrellas Michelin, menús degustación y clientes solventes, encantados de soltar una pasta por una experiencia gastronómica excepcional conviene no pasarse de frenada y mantener un difícil equilibrio entre la discreción y el famoseo. Ya sé que hoy en día nos lo comemos todo, y que hemos sustituido la areté helénica y la virtù humanista – el seny y la prudencia, en definitiva- por el famoseo y la pasta, ya sé que nada valen los dioses griegos ni la cultura occidental frente a ídolos como Adrià i Messi. Pero, como dice un amigo mío italiano, non esageriamo, recuperemos la prudencia, el decoro, el sentido profundo del viejo aforismo popular: “cocinero a tu cocina” (¿o era zapatero a tus zapatos?). Cuando nada es verdad y se pierde el respeto y el sentido de la medida, cualquier monaguillo se atreve a decir misa i consagrar. Y es que, en tiempos de circo, cobran protagonismo los payasos.

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