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Coronavirus

Josep L. Barona

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Ante los estragos provocados por la pandemia vírica, el deterioro de la imagen internacional de China, la gran potencia económica, y las actitudes xenofóbicas y de desconfianza que padece la población asiática, el embajador de China en España ha lanzado un mensaje oficial escueto y taxativo: “El enemigo no son los chinos, el enemigo es el coronavirus”. Es cierto que no es la etnia ni la estructura genética de la población la culpable del inicio de la devastadora epidemia que ha provocado la alerta sanitaria internacional. La causa inmediata es el virus, y es urgente y necesario luchar contra su expansión, vacunar a los sanos y curar a los enfermos. Detener el brote. Sin embargo, el problema no acaba ahí. Conviene preguntarse: ¿por qué la epidemia se ha iniciado en una zona deprimida de Wuhan? En un mercado y un entorno con unas condiciones ecológicas, ambientales e higiénicas deplorables? ¿Por qué la epidemia no se ha iniciado en el barrio Salamanca o en Pedralbes, o en Manhattan o en la Via Veneto de Roma?

La declaración del embajador requiere ir un paso más allá en el análisis completo del entorno patógeno que genera la enfermedad: el enemigo no son los chinos, esta vez el enemigo ocasional es el coronavirus, pero la causa real es la miseria, la pobreza y las condiciones de vida inhumanas de la población. Combatir la pandemia requiere detectar el problema, buscar remedio urgente al brote actual mediante medidas de salud pública y tecnologías de laboratorio, pero, sobre todo, requiere combatir la miseria, la pobreza extrema, las condiciones de vida miserables, y esa no parece ser la tendencia actual en las políticas públicas, el reparto de la riqueza y los recursos a escala global.

Hace más de dos siglos, en 1790, un médico alemán, Johan Peter Frank, inauguraba el curso académico en la Universidad de Pavía con un discurso titulado De populorum miseria: morborum genitrice, es decir, la miseria de los pueblos es la que genera las enfermedades. Doscientos años más tarde, seguimos empeñados en no reconocer el problema, nos seguimos dedicando a disparar contra los bichos, a cazar microbios. Si la pandemia iniciada en Wuhan fuese un problema local, o afectase a un espacio limitado (como ha sucedido con en ébola, el zika y tantas otras enfermedades de la miseria) nadie le prestaría la menor atención. La miseria engendra enfermedad en ámbitos marginales. Pero cuando las enfermedades de la miseria nos amenazan, entonces preparamos la artillería pesada contra los microbios. Quizá el negocio esté en la caza -con toda seguridad- y entonces habrá otros virus, y otras vacunas, y otros enfermos y otros muertos. Es la dinámica del mercado global, que no desea resolver el problema de fondo, esa dinámica que enriquece a unos y condena a enfermar y morir a otros muchos más.

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