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De Nueva York a Valencia, la historia es nuestra

Ignacio Blanco

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Escribo desde Nueva York, a 12 grados bajo cero. Gracias a las muchas capas de abrigo podemos disfrutar de paseos por el Village, Harlem o Williamsburg, pero nuestras narices acaban tan heladas como el lago de Central Park. Hay que refugiarse del frío y qué mejores lugares para ello que los museos. En el de Historia Natural admiramos grandiosos esqueletos de dinosaurios reconstruidos a partir de fósiles; en el Planetario nos empequeñecemos con la visión del universo en expansión; en el Metropolitan seleccionamos pintura europea moderna y contemporánea. ¡Y aún queda tanto por ver, sin contar el MOMA o el Museo de Arte de Brooklyn! Vestigios precolombinos, colecciones egipcias, esculturas clásicas, tesoros medievales, vanguardias contemporáneas... en una ciudad como Nueva York -o Londres, o París- se corre verdadero peligro de muerte por indigestión de arte.

Sin embargo, si tuviera que recomendar una visita sería al Museo de la Ciudad de Nueva York por su estupenda exposición sobre las luchas sociales durante los últimos dos siglos, desde el antiesclavismo a la liberación gay, pasando por el movimiento obrero o las sufragistas. Añadiría también el Tenement Museum, donde se pueden conocer las terribles condiciones de vida de miles de inmigrantes que, en distintas oleadas, llegaron al Lower East End: alemanes e irlandeses a mediados del siglo XIX; judíos rusos, polacos o ucranianos décadas después; italianos a principios del XX; chinos a partir del levantamiento de las leyes de exclusión; puertorriqueños y dominicanos desde los años 60. Y para acabar, el Museo de la Inmigración instalado en el centro de recepción de Ellis Island, puerta de entrada -tantas veces cerrada- para más de doce millones de personas que buscaban su sueño americano huyendo de la pesadilla del hambre y la miseria. A mí estas tres pequeñas exposiciones me dicen mucho más de Nueva York que las grandes pinacotecas y lujosas colecciones de objetos traídos del resto del mundo. Porque, por encima del goce estético que me pueden producir las maravillas artísticas o arquitectónicas sufragadas por Rockefeller y las demás grandes familias del imperio del dólar, me interesa conocer y comprender la construcción de la sociedad neoyorkina por abajo, a través de las luchas colectivas y de la cultura popular.

Esto me ha hecho pensar en mi propia ciudad, Valencia. Sin llegar a ser una gran capital mundial, tenemos suficientes atractivos museísticos para los turistas que nos visitan. Pero en la línea descontextualizada de una cultura elitista -y, en ocasiones, rancia- sin conexión con la historia social de nuestra ciudad. De la casi cincuentena de museos del cap i casal -sintomáticamente, abundan los de temática religosa- sólo el Museo de Historia de Valencia se ocupa en alguna medida de la gente de abajo que, con su lucha diaria, han construido la sociedad que tenemos hoy. Y estoy seguro de que la mayoría de los valencianos desconocen la existencia de este museo, situado en Mislata, de recomendable visita pero necesitado de una importante actualización.

Me permito añadir este punto al largo listado de tareas pendientes del nuevo gobierno municipal tripartito. Poner Valencia en el mapa es también ofrecer a los visitantes -y a los propios vecinos- una exposición céntrica y permanente, amplia y documentada con rigor, sobre nuestro pasado y nuestro presente como sociedad dinámica y plural. Porque aquí tenemos una lengua propia que ha sobrevivido en buena medida gracias a la cultura popular por el esfuerzo de mucha gente que no quiso dejar de vivir en valenciano. Y también hemos tenido inmigraciones que nos han hecho felizmente mestizos. Nuestros “irlandeses” vinieron de Andalucía o La Mancha, nuestros “hispanos” de Perú, Ecuador o Bolivia, y los “afroespañoles” proceden de todo el continente, desde Tánger a Malabo. Y tenemos movimientos sociales, como la plataforma CIEs NO y los Salvem El Cabanyal, El Botànic o L'Horta, que han hecho más por la ciudad que muchos alcaldes y concejales. Necesitamos un museo que no hable de celebridades sino que haga célebres a nuestros luchadores obreros, a nuestras feministas, a los vecinos y vecinas que consiguieron victorias históricas como las del Turia y El Saler.

Dicen que el departamento de Turismo del Ayuntamiento de Valencia quiere recuperar la conexión aérea directa con Nueva York. Espero que mis amigos neoyorkinos vengan y puedan conocer los conflictos y las luchas que han transformado mi ciudad, como yo he podido hacerlo en la suya. Porque, como dijo Allende, “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

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