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Que venga la paz pero a punta de espada

Patricia Canet

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Eso suena amenazante, ¿verdad? No obstante, como diría Tejero, quieto todo el mundo. Que no cundan las acusaciones por instigación a la violencia. Como la mayor parte de las cosas en la vida, todo es cuestión de perspectiva. Me explico. Pongamos la frase en contexto y veamos de qué va todo esto.

Guerra civil española. Isidro Gomà, cardenal primado de España. Es decir, pez gordo. Las palabras exactas de esa persona acerca de ese momento fueron las siguientes: “Que venga la paz pero a punta de espada; no mediante compromisos o reconciliaciones que nos dejarían igual que antes. No queremos una pacificación que no sea impuesta por las armas”. Esto, que sí fue una clara instigación a la violencia en su faceta más inhumana y una muestra más de la hipocresía que domina el reino de los cielos católicos, resume perfectísimamente bien la parcialidad de la iglesia católica en la guerra civil española y el modelo de paz cartaginesa que el franquismo puso en práctica hasta sus últimas consecuencias finalizada la contienda. No quisiera hoy vapulear como indudablemente se merece la iglesia por esto y por muchas cosas más ni tampoco realizar un ejercicio de caracterización del franquismo. Por lo que he sacado la cita a colación es porque, a través de ella, se puede entender clarísimamente lo que supuso Franco, el franquismo y los franquistas para España. En este sentido, no voy a descubrir nada alrededor de la ya más que estudiada represión franquista por mucho que muchos se empeñen en negar la realidad. A propósito, eso es un síntoma de la esquizofrenia.

Llegados a este punto, el lector podrá preguntar: ¿y si no vas a aportar nada, por qué escribes? Pues bien, escribo para denunciar varias cosas que puede que no gusten pero que no por ello dejan de ser ciertas.

Me llama poderosamente la atención la noticia más actual que me ha llevado a hablar de este tema. La querella de Argentina contra los crímenes del franquismo, iniciativa que se ha agradecer sobremanera a este país, acaba por llenarme de desprecio hacia nuestras instituciones supuestamente demócratas. Es terrible que no seamos capaces de lavar nuestra propia mierda. Digo mierda, sí, porque este episodio no puede calificarse de otra manera. Si aquí no se ha juzgado al franquismo es porque se ha evitado desde su mismo fin. Durante la erróneamente idolatrada transición, se promulgó la ley de aministía que permitió salir de la cárcel a los presos políticos. Pero esta ley también supuso un indulto para los verdugos franquistas, lo que acabó traduciéndose en un segundo castigo a las víctimas y lo sigue siendo porque dicha ley todavía está vigente. Esto no va de venganza, se trata de darle a cada uno lo suyo y es obvio que quien tortura, mata y encarcela no merece estar en la calle.

Desde entonces, los sucesivos gobiernos democráticos no han contribuido a la causa del ajusticiamiento. Podría decirse que durante los años ochenta y noventa España no estaba preparada para enfrentarse a esas heridas aún demasiado sangrantes. A este respecto, y aunque emocionalmente comprensible, debe ponerse por delante la idea de que la justicia no entiende de tiempos. Se pudo hacer algo entonces y no se hizo. Tan simple y tan cruel. Transcurrido el tiempo, ya en nuestro, en teoría, avanzado siglo XXI, los gobiernos de PP y PSOE han sido un obstáculo más para la consecución de penas contra el franquismo y los franquistas. Es cierto que el PSOE redactó la Ley de Memoria Histórica pero esta lucha resultó insuficiente al no trasladarse ésta a los juzgados mediante la emisión de una ley que inculpara a los culpables. Así de simple. A los culpables se les culpa y se les castiga por ello. Y, por supuesto, ni que decir tiene que el PP, si bien no se alinea explícitamente con los postulados franquistas, muestra una curiosa afinidad al no condenarlos e incluso tolerarlos haciéndolos llegar a nuestros días. La única ocasión en que España pudo dar a su historia el merecido que le correspondía fue con Garzón, quien irónicamente acabó en el banquillo de los acusados. Esta es una de esas cosas que sólo pueden pasar aquí, un typical spanish de tienda de souvenirs.

Este tema es uno de los más polémicos de cuantos pueden tratarse con grandes dosis de frivolidad, sobretodo en platós de Telecinco. La palabra Paracuellos puede que ya haya aparecido en la mente de más de uno de mis más que probables detractores. Esto es algo que me cabrea bastante y querría que quedara clarito. A ellos van dedicadas las siguientes líneas. Acerca de la República y para los que la tachan de la antesala del averno, y teniendo en cuenta las muchas sombras que contuvo y las malas gestiones de algunos de sus dirigentes, sabed que en esencia fue un sistema político salido de las urnas que contenían la voluntad de los españoles y por primera vez de las españolas. Eso que rechazáis se llama democracia. Sabed que Franco dirigió un golpe de Estado que, en virtud de la Ley de Defensa de la República, fue ilegal y que su fracaso desencadenó la guerra tras numerosos intentos de las autoridades republicanas centrados en la petición del abandono de las armas por parte de los golpistas. Eso que defendéis se llama terrorismo. Sabed también que una guerra supone muerte, destrucción, miseria y mil atrocidades más por parte de un bando y de otro. Sabed que el franquismo institucionalizó la violencia, la muerte, la tortura, el encarcelamiento, el castigo, la esclavitud, en definitiva, toda abominación contra la condición humana gracias a la promulgación de leyes. Sabed que vuestra adorada iglesia dio el visto bueno a todo ello y luchó porque así fuera. Sabed que España permaneció así durante cuarenta años. Cuarenta años de dolor con nombres y apellidos, que se dice pronto. Defender eso debería ser suficiente para ser tildado de sociópata.

Sin embargo, luchar contra ello es el deber de cualquiera de los que nos consideramos demócratas. Tenemos mucho que aprender de aquellos que dieron su propia vida por el proyecto común y por lo que más tarde fue una utopía, cuando hoy ni siquiera somos capaces de renunciar a nuestro móvil. Sacar sus nombres a la luz, concederles la dignidad que se les arrebató y aclarar de una vez por todas que la República y los republicanos defendían las ideas de libertad e igualdad inherentes a la condición humana. Todo eso es lo que supone castigar al franquismo. Defender su democracia ayuda a quitarle el disfraz y la mordaza a la nuestra. Alguien dijo que la maldición de la historia es que está condenada a repetirse. Y es cierto. ¿Acaso no son las cargas policiales de los setenta en las universidades las mismas que las de ahora?

Sea como sea, una cosa queda clara, que es lo que nos hace diferentes a ellos: la paz no llegará a punta de espada, sino a golpe de maza.

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