¿Cuál es el papel del periodista como intermediario informativo? ¿Debe limitarse a trasladar lo que sucede y las declaraciones de las fuentes? ¿O es su deber intervenir cuando esas declaraciones superan lo tolerable? Es normal que en su ejercicio profesional el periodista de a pie acabe interactuando con personas de ideas extremas, e incluso aborrecibles, dado que estas personas forman parte de la noticia más a menudo que el común de los mortales.
Desde delincuentes a políticos, desde empresarios truhanes a buscavidas, lo normal es que las declaraciones de quienes son o están cerca de la noticia sean más que discutibles. Es lo que parece preocupar al lector y socio Pablo Montequi Merchán, que escribe al Defensor en referencia a esta entrevista:
Soy socio de eldiario.es desde octubre [de] 2012, hasta ahora he tenido la convicción [de] que mi dinero estaba siendo bien empleado, sin embargo, desde la publicación de la entrevista linkada tengo una gran decepción con este periódico y me estoy replanteando continuar apoyando el proyecto. Todo el artículo rezuma RACISMO: [de]
• Se basan en generalizaciones que hasta ellos admiten que no son capaces de cuantificar: “los chinos no reinvierten en la sociedad española”, “utilizan compatriotas emigrantes como mano de obra semiesclava”...
• Atribuyen estrategias de fraude fiscal a los chinos exclusivamente, ¿de verdad es necesario ser chino para intentar llegar a un acuerdo con Hacienda o para aprovecharse de la prescripción de delitos?
• Parecen proponer nuevos delitos a tipificar: “contrabando o fraude chino” y “crimen económico chino”. Ya me imagino a un juez dilucidando si el contrabando ha sido chino o no…
Por supuesto, no son ustedes responsables de las declaraciones de unos entrevistados (ojo, sí lo son de decidir publicar su contenido), pero lo menos que le podría pedir a este periódico es que se aleje de los topicazos, las leyendas urbanas y que sea crítico con las afirmaciones hechas por sus entrevistados. Da la sensación [de] que estos podrían haber insinuado que nos comemos a los abuelos chinos dentro del rollito de primavera y ustedes no se lo habrían rebatido...[de]
Para colmo, unos días más tarde se publicó “El peligro amarillo”, de Rafael Reig, que provocó una segunda carta de Pablo Montequi:
Vaya semana de topicazos chinos que lleva este periódico... Nos ofendemos (con razón) si alguien dice que somos avaros como catalanes, vagos como andaluces o indecisos como un gallego pero los tópicos chinos hay que aceptarlos. ¿De verdad no se dan cuenta [de] la ignorancia que demuestra?[de]
Consultado el director de eldiario.es, Ignacio Escolar, responde lo siguiente:
Entiendo la queja del lector, no es el único que se ha quejado. En su momento, tras leer la entrevista ya publicada, lo hable con la jefa de Economía, Belén Carreño, que fue quien se ocupó de la supervisión de esta entrevista. Ella misma reconoce que también tuvo sus dudas, pero que le parecía que había que informar sobre el fraude en algunos de los comercios chinos –que existe y no es una invención de los entrevistados–, y que el libro le pareció una buena excusa para ello. El propio periodista que hace la entrevista pregunta a los autores por esa imagen de discurso racista que se puede deducir de su libro, pero es verdad que podría haber sido algo más crítico.
A toro pasado, después de hablarlo con Belén, ambos creemos que nos equivocamos al no exigir que en la entrevista se incidiese en ese aspecto, que nos parece fundamental. Hay varios casos documentados de fraude en el comercio chino, que están siendo investigados judicialmente, pero sin duda no es justo generalizar en todo un colectivo los pecados de algunos de sus miembros.
Belén Carreño, responsable de la sección de Economía de eldiario.es, donde se publicó el artículo, destaca un aspecto interesante respecto a su intención, que no era otra que orientar la información desde el punto de vista del consumo responsable:
El tema de cómo abordar el consumo responsable es una cuestión que ha salido muchas veces en la redacción, sobre todo en la sección de Economía. El consumo responsable no nos parece sólo comprar comercio justo. Es una forma de consumir integral, que incluye pagar impuestos, salarios dignos y los demás añadidos propios. Consumir de forma responsable es, casi siempre, más caro. Es un mensaje que nos gustaría hacer llegar al lector. Lo barato sale caro en derechos laborales, en fraude y en muchos otros asuntos.
Cuando el colaborador me propuso la entrevista, me pareció uno de los enfoques posibles para este asunto. No nos hagamos trampas al solitario. El fraude y no pagar impuestos o pagar mal no sucede sólo en los países en desarrollo. En nuestro país mucha gente te da la nota del bar en una servilleta y en muchos comercios a pie de calle, los que llaman “de conveniencia”, los tiques de caja brillan por su ausencia.
Con todo, no voy a negar que, tras leer la entrevista, me quedó el resquemor. ¿Es este un enfoque xenófobo? Parte de la xenofobia nace de que hablamos de inmigrantes, de personas de otra nacionalidad que se vienen a buscar la vida a este país.
Pero no nos olvidemos de que algunos de esos inmigrantes traen consigo costumbres que, desafortunadamente, se practican en sus países de origen. No es culpa de ellos. Ellos no han inventado las reglas del juego. Es el caso de China en tanto en cuanto los derechos laborales están bajo la lupa y la vigilancia en aspectos como el blanqueo o la desviación de capitales aún está en pañales. A nadie se le ocurriría que una denuncia sobre un trato vejatorio o sobre la falta de controles y el escaso pago de impuestos en China (o Bangladesh) fuera racista. Si lo hacen allí, parece no importar tanto. Pero cuando esto sucede aquí, cambia la perspectiva.
El libro, al menos aseguran los dos autores, está bien documentado con pruebas de cómo se organizan, la mayor parte de las veces desde allí, auténticas tramas que actúan aquí. Además, el periodista que hizo la entrevista subrayó la posible crítica xenófoba de su perspectiva.
Lamento si hemos ofendido a todo el colectivo. Cualquier generalización es mala y quizás en ese sentido debimos ser más cautos en el uso del titular. Pero cuando entramos en un comercio con prisas, a las 11 de la noche a comprar un paquete de pasta, a lo mejor nos deberíamos hacer algunas preguntas. La entrevista buscaba que nos las hiciéramos. Además, apenas una semana antes de su publicación, en Italia se habían descubierto unas naves industriales donde ciudadanos chinos eran tratados como esclavos.
Aun lamentando los perjuicios que pudo y puede acarrear la generalización, por otro lado entrecomillada en boca de los autores, el objetivo del artículo no era otro que poner énfasis sobre un servicio que a veces se presta sin las debidas garantías y, sobre todo, sin las suficientes preguntas por parte de los que nos beneficiamos de las facilidades de lo barato disponible a cualquier hora del día. Con todo, he aprendido que, si un artículo me suscita dudas, como en este caso, lo mejor es no publicarlo.
Parece claro que, en el caso de la entrevista, la actitud del periodista debería haber sido más crítica con los entrevistados, quizá destacando todavía más el aroma a generalización y a racismo que podían desprender sus declaraciones. En el segundo caso, y aunque las referencias de Reig son como siempre irónicas, sin duda juegan con los tópicos instalados en el inconsciente español; el hecho de que no tengan intención de hacer menoscabo a la comunidad china, sino que su blanco es claramente la política española, no las hace menos tópicas.
Comunicar implica necesariamente conceptos compartidos (generalizaciones y tópicos, por tanto); carece de sentido usar un lenguaje o ideas que no coinciden con las que hay en la mente del lector. Pero al mismo tiempo sabemos que el lenguaje puede ser una poderosa herramienta de limitación del pensamiento, o al revés, de liberación de ideas y personas. El periodista debe afinar el equilibrio entre actuar como testigo, y, por tanto, contar lo que ocurre y se dice, y actuar como elemento de cambio en su faceta de ciudadano con responsabilidad política personal. Ese equilibrio puede romperse a veces si no se tiene cuidado.
Al mismo tiempo, la función primaria del periodista es transmitir lo que otros dicen, incluso cuando lo que dicen es odioso o rechazable. El deber profesional no consiste en efectuar juicios morales sobre lo que escucha, sino intentar conocer y transmitir los hechos del modo más honesto posible. Debe ser el lector quien con su propia inteligencia y sentido moral califique los dichos o los hechos. Incluyendo aquellos que puedan resultar desagradables, o los puntos de vista que destaquen los rincones menos elegantes (o políticamente correctos) de la realidad. Parece claro que en este caso ese equilibrio entre generalización y tópico no ha sido el adecuado, y que hubiese sido necesaria una mayor petición de explicaciones a los entrevistados, no para ahorrar el compromiso de juzgar a los lectores, sino simplemente para bucear en la verdad de sus declaraciones.