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Abdelaoui, parapléjico por intentar saltar la valla, trasladado a España para recibir tratamiento

Abdoulaye en su cama del Hospital Nador/ Jesús Blasco de Avellaneda

Jesús Blasco de Avellaneda

Para todos los españoles es Abdelaoui, aunque su nombre real es Abdoulaye. Según los informes médicos tiene 32 años, pero su partida de nacimiento dice que sólo ha cumplido 27. Él asegura que trabajaba habitualmente como pintor, pero su pasaporte le clasifica como empleado de comercio. Y en el fondo, todo eso no importa. Lo trascendental es que este joven, por buscar una vida mejor, estuvo a punto de encontrar la muerte y que, finalmente, la solidaridad, la humanidad y la supervivencia han podido más que las fronteras, las leyes y la razón. Abdoulaye, nuestro Abdelaoui, después de cinco meses agonizando postrado en una desvencijada cama al fondo de una oscura habitación en Nador, llegará este sábado a la España peninsular con un visado humanitario -rara avis- bajo el brazo, todo un logro para el activismo y la diplomacia.

Hace apenas unos días, cuando España y Marruecos exigían a Malí un certificado de antecedentes penales para que Abdoulaye pudiera ser trasladado –otra piedra, de muchas, en el camino-, un nudo en la garganta impedía tragar a todas las personas y asociaciones que han luchado para que pudiera gozar de una vida mejor. Una flebitis aguda y unas escaras gangrenadas que llegaban hasta el hueso se unían a una septicemia que le debilitaba físicamente y le estaba haciendo perder la cabeza por momentos.

“La vida de Abdoulaye no es menos importante que la mía ni que la de cualquier otra persona. Por eso siempre hemos apelado a los sentimientos humanitarios que sin duda existen en quienes han de agilizar legalmente su situación”, comenta el padre Esteban, responsable de la delegación de Migraciones del Arzobispado de Tánger en Nador, sin duda la entidad que más ha velado por la vida del joven maliense.

Ha sido un mes y medio de trabajo muy duro; de reuniones, traducciones, papeleo, favores, ruegos y exigencias. Todo para que Abdelaoui pueda saltar la valla y gozar de una vida plena, postrado, pero feliz.

Durante la mañana de este viernes abandonaba entre lágrimas el Hospital Provincial Hassani de Nador, su casa durante más de cuatro meses. Tras entregar en el consulado de España sus informes médicos, enseñar su pasaporte original y tomarle las huellas –todo ello sin moverse de su camilla- se dirigió en ambulancia hacia la frontera con Melilla.

Al llegar al paso internacional de Berni Enzar sonreía. Se imaginaba en el deprimido barrio de Daoudabougou, en el distrito quinto de Bamako, su Bamako, acompañado por sus familiares y amigos, saltando de alegría. Estaba feliz, muy feliz; pero a la vez muerto de miedo. Una barrera, una frontera, un continente y todo un mundo nuevo se abría delante de él.

Al otro lado, en Melilla, periodistas, activistas y amigos le esperaban como a una estrella de cine, con nervios, impaciencia y cosquilleos en el estómago. Y de la frontera directo al barco. Melilla siempre es ese lugar de paso obligado para el fenómeno migratorio. Un campamento base indispensable para poder escalar el sueño europeo.

Tras ocho largas horas de ferri, este sábado, en Málaga, le esperan voluntarios de Cruz Roja para llevarle a Bormujos, en la provincia de Sevilla. Allí la Obra Social de San Juan de Dios asumirá durante tres meses todos los gastos de la terapia de choque y la intensa rehabilitación que Abdoulaye necesita para recuperarse física y mentalmente de sus heridas.

Una vez cumplido el ciclo intensivo en el Hospital San Juan de Dios del Aljarafe, en la Residencia de Discapacitados Físicos que en Jaén asume la Asociación de Atención Social Siloé, las Hijas de la Caridad se harán responsables de su cuidado permanente y de los gastos ocasionados durante su estancia.

Salió de casa, caminando, en busca de trabajo

Cuando salió de Malí, el 18 de junio de 2012, hacia el norte en busca de trabajo, nunca pensó que en el camino se dejaría las piernas, pero tampoco entraba en sus planes acabar en España y menos de forma reglada. Solo pretendía poder ayudar a su familia y ofrecerle un hogar digno a su futura esposa. No tenía prisa. Tampoco ganas de alejarse demasiado de casa. Y dieciséis meses de búsqueda infructuosa de un empleo digno le llevaron a los campamentos del monte Gurugú.

Apenas llevaba unos días allí cuando huyendo de una redada policial cayó por un cortado y se fracturó la columna vertebral. Su paraplejia le ha postrado de por vida, pero ha puesto en camino a mucha gente y a muchas instituciones.

Uno sabe cómo y cuándo sale, pero nadie puede prever la llegada. Quizá algunos tengan que estar de por vida en una cama para que otros despierten a la realidad. Para que el fenómeno migratorio se trate con justicia y con humanidad. Mientras, Abdelaoui sonríe. Como buen maliense, durante el largo camino le ha inspirado el lema de su escudo patrio, ‘Un pueblo. Una meta. Una fe’: “Un pueblo que lucha por sobrevivir y que sale de su tierra buscando una meta, la libertad. Y si en el camino no pierdes la fe, la esperanza, esa libertad siempre la encontrarás, aunque sea dentro de ti”.

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