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El adiós de los vecinos de El Gallinero: “Hasta hoy no estábamos seguros de que nos fuéramos a marchar”

Una excavadora derriba el poblado de El Gallinero.

Icíar Gutiérrez

El Gallinero (Madrid) —

Elena espera de pie, con su hija pequeña en brazos y sus ojos oscuros clavados en la furgoneta en la que ha cargado sus pertenencias. Este martes duerme por primera vez en su nueva casa. Hoy ha dicho adiós a El Gallinero, el lugar en el que ha pasado casi la mitad de su vida.

La joven, de 20 años, apura los últimos minutos hablando con sus vecinas antes de despedirse. A su lado, varios chicos cargan sus enseres de dos en dos mientras sortean a los niños, que corretean por uno de los caminos asfaltados que hasta hace poco eran de tierra. Elena tiene ganas de dejar atrás El Gallinero, pero reconoce cierta nostalgia. “Estoy un poco mal, porque he crecido aquí, también mis hermanos, mi hija... como todo el mundo cuando se muda”, resume la joven a eldiario.es.

Son años, dice, de promesas incumplidas, a la espera de una solución para las familias que habitaban en el poblado chabolista madrileño, un núcleo de pobreza extrema a 12 kilómetros del centro de la capital. “Hasta hoy no estábamos seguros de que nos fuéramos a marchar. Ya no confías en ellos [las administraciones]. Si das tu palabra, cúmplela”, sostiene. La joven interrumpe la conversación, es su turno para montarse en el taxi que le llevará a su nueva vivienda. “Perdona, pero me tengo que ir”, dice sonriente. Antes de marcharse, una vecina se acerca a besar a su hija, de tres años. “Yo también te quiero”, le susurra. A su alrededor, un dispositivo formado por varias furgonetas del Samur Social y Cruz Roja, así como una decena de agentes de la Policía municipal.

La familia de Elena ha sido una de las primeras en ser realojadas este martes en varios distritos de la ciudad de Madrid. Lo hará en un piso en régimen de alquiler social de la empresa municipal de vivienda del Ayuntamiento, como la mayoría de las familias. Otras, en función de sus circunstancias, lo harán en pisos compartidos gestionados por la ONG Accem. En total, serán trasladadas 85 personas. Más de la mitad son menores. Se trata, además, de un realojo temporal: el definitivo se producirá cuando la Comunidad de Madrid adquiera las viviendas necesarias, según se ha comprometido.

“Los vecinos no sabían adónde iban hasta hoy”

El proceso de realojos y derribo de El Gallinero acordado por ambas administraciones se prolongará hasta este jueves. Ese día será el turno de Ángela, que se afana en quitar el polvo a sus zapatos, uno a uno, en la puerta de su chabola, hecha de trozos de madera, chapa y lonas. La mujer y su marido clasifican la ropa en bolsas. Les queda poco para irse. “Estoy contenta. Aún no sabremos adónde iremos. Antes nos dijeron un distrito, ahora otro... el jueves lo veremos”, recalca.

Los vecinos de El Gallinero solo saben a qué distrito se mudarán. Aunque han podido ver imágenes de sus futuras casas, desconocen, sin embargo, en qué barrio o en qué calle vivirán a partir de ahora. “De cara a evitarnos algún tipo de rechazo es lógico que estas personas puedan iniciar una nueva vida sin estar continuamente con la etiqueta de haber vivido en una chabola. Es lo que queremos evitar de cara al futuro, la estigmatización en su proceso de vida”, argumenta Daniel Ahlquist, coordinador de Cruz Roja de zonas desfavorecidas.

“Los vecinos hasta hoy no sabían adónde iban. Hemos preguntado hasta la saciedad para que nos dijeran a qué viviendas iban”, critica Jorge Fernández, voluntario de la parroquia de San Carlos Borromeo, que lleva trabajando en el poblado desde su origen, en 2006. “En su afán de ser muy técnicos y avanzados, el Ayuntamiento está siendo paternalista. Se asocia: 'Son gitanos, rumanos, que no hablan bien español... pues no se lo decimos, para qué'. Esta no es una forma de tratar de igual a igual, de adulto a adulto, sino de infantilizar. El Ayuntamiento tiene mucho que mejorar”, recalca.

“Hay que agradecer el realojo, pero esto se ha conseguido por la denuncia constante de las condiciones en las que estaban. Se podría haber hecho de otra manera y sobre todo, mucho antes”, concluye el activista. Asimismo, asegura que, desde que hace un año se conoció el desmantelamiento del poblado chabolista, que llegó a albergar a 600 personas, varias familias se han marchado “hartas de esperar”. Otras de las que continúan en el asentamiento aún no podrán ser realojadas. En este sentido, desde el Ayuntamiento explican que varios residentes han optado por regresar a su país de origen y que algunas familias siguen en “proceso de valoración”.

Mihai, de 44 años, barre el interior de su casa. Este miércoles, dejará el poblado junto a su esposa, sus nueve hijos y sus dos nietos. Todos han crecido en El Gallinero y él, como sus vecinos, reconoce la mezcla de sentimientos ante su inminente marcha. “Me da pena. Llevo más de diez años aquí. Pero esto no es una casa. Allí hay luz, agua... Tenemos ganas de irnos, llevamos esperando mucho tiempo”, comenta. Pero hay algo que le preocupa. Sus hijos han empezado el curso escolar en el colegio al que acudían por cercanía al asentamiento. “No sabemos qué va a pasar, dónde los vamos a llevar. No quiero cambiarlos pero cuando nos mudemos van a estar muy lejos. Es por obligación”, apunta.

Los voluntarios de San Carlos Borromeo habían reclamado que los realojos fueran antes del verano para evitar esta situación. “Este es uno de los mayores errores que han cometido desde el Ayuntamiento. Ha pasado el verano y los niños han vuelto a sus colegios, donde se habían despedidos de ellos, y ahora en su nuevo domicilio no tienen plaza. Van a tener que venir de los nuevos barrios para asistir a su escuela. Son niños perfectamente integrados en sus colegios. Niños que sacan sobresalientes y notables y ahora están desmotivados, porque no saben a qué colegio van a ir”, apunta Fernández.

Fuentes municipales han confirmado a eldiario.es que los niños han vuelto este septiembre a sus antiguos colegios. “Desde el Ayuntamiento hemos negociado con la Comunidad de Madrid, de quien depende la asignación de plazas, que los menores acudan a la escuela en sus nuevos barrios”. De momento, aseguran, un autobús del Samur Social los trasladará desde su nuevo domicilio hasta que cambien de colegio. “Confiamos en que sea a lo largo de octubre, en 15 o 20 días”, esgrimen las mismas fuentes.

La nueva etapa

Tras el realojo, viene la siguiente fase: comenzar una nueva vida en un barrio nuevo, con vecinos y una rutina diferentes, lejos de las precarias condiciones en las que se encontraban. “¿Cómo será el barrio, la gente...? A veces nos preguntan qué vamos a hacer si nos mudamos a una nueva casa. ¡Pues respetar a los vecinos, claro!”, dice Mihai. “Por parte de las familias no va a haber ningún problema de integración. Ellos tienen una actitud muy positiva. Tienen muchas ganas de normalizar sus vidas. Hay comunidades de vecinos que van a tener que acoger a estos vecinos y quitarse los prejuicios de la cabeza”, señala Fernández.

Es el caso de quienes van a los pisos de alquiler dispersos por la ciudad. Estas personas cuentan ya con experiencia anterior en viviendas. Algunas ya tienen ingresos estables por trabajo, subsidios por desempleo o Renta Mínima de Inserción, según explica el Consistorio, que asegura que estas familias van a contar con acompañamiento social durante la nueva etapa.

“El trabajo no termina aquí. El proceso debe ser acompañado para que tenga éxito por los profesionales que vienen trabajando para que la integración sea plena”, apunta el responsable de Cruz Roja. “Los procesos deben ser individualizados. Hay familias que requieren acompañamiento más exhaustivo, y otras que no. Tenemos que empadronar, escolarizar, tramitar las tarjetas sanitarias...que cuenten con todos los recursos como cualquier madrileño”. Por su parte, los voluntarios de San Carlos Borromeo, que seguirán también acompañándolos, recalcan la necesidad de que, en el nuevo proceso, estas personas “sean autónomas para poder continuar reclamando sus derechos”.

Por otro lado, están los habitantes que pasarán a los pisos tutelados compartidos y gestionados por Accem. “Estas familias aún necesitan apoyos para mejorar la relación entre sus miembros; regularizar su situación administrativa o realizar una inserción formativa y laboral”, ha señalado el Gobierno municipal. “En estos pisos cuentan constantemente con la presencia de un educador. Van a hacer la compra con ello, no pagan los servicios... así evidentemente no se crece, no son autónomos”, indica Fernández.

“Por fin llegó el gran día de los derechos humanos, el gran día de la dignidad de las personas”, ha dicho la delegada de Equidad y Derechos Sociales, Marta Higueras, ante los medios de comunicación en el poblado. La consejera de Vivienda e Infraestructuras, Rosalía Gonzalo, por su parte, ha coincidido en que “hoy es un día de celebración” en el que se pone fin “a una situación insostenible”.

Durante la rueda de prensa, sobre las 14:00 horas, y ante la mirada de las familias, las excavadoras comenzaban a derribar la primera infravivienda: la Iglesia y la sala donde se reunían los vecinos. La visita ha sido criticada por los voluntarios de San Carlos Borromeo, que consideran que “no se ha respetado la intimidad” de los residentes y ha sido “estigmatizadora, porque se van a incorporar en sus barrios con una cruz”. Asimismo, aseguran que los datos que han aportado las instituciones son “inexactos”. Según su recuento, si se computan las familias que van a convivir juntas el total es de 17, y las unidades familiares son 23. Los datos aportados por las administraciones hablan de 25 familias realojadas.

Se pone punto y final así a uno de los últimos asentamientos chabolistas que quedaban en Madrid. “Han sido 12 años de luces y sombras, muy positivos por las personas y muy negativos por los políticos que han gobernado”, sentencia Fernández.

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Los nombres de los vecinos de El Gallinero son ficticios para mantener su anonimato, tal y como han solicitado a eldiario.es.

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