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Las historias reales que están detrás de Adú, la película más nominada de los Goya 2021

Un fotograma de la película dirigida por Salvador Calvo

Gabriela Sánchez

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La arrebatadora historia narrada en Adú, la película con más nominaciones a los premios Goya, es tan dolorosa que a muchos les cuesta creer que una buena parte de sus tramas puedan ocurrir en la vida real. Salvador Calvo, su director, admite que no son pocos quienes se sorprenden al saber que algunas de las escenas más duras encuentran su origen en hechos documentados. Aunque el viaje del pequeño camerunés no refleja la historia de un solo niño: aglutina decenas de abusos sufridos por miles de migrantes que atraviesan medio continente africano con la intención de encontrar en Europa una protección que muchas veces nunca llega.

Adú no es solo Adú. Adú es Alain, aquel hombre congoleño que llegó a nado a Ceuta. Adú es Samuel, devuelto en caliente a Marruecos a pesar de huir de su país por su orientación sexual. Dany, apaleado en la frontera de Melilla; Yaguine, fallecido congelado cuando permanecía escondido en un avión; o tantos otros que arriesgan su vida en su intento de llegar a Europa. Como los cerca de 10.000 menores extranjeros no acompañados acogidos en España.

Repasamos algunas de las realidades que están detrás de la película de Salvador Calvo, una de las favoritas en los Goya 2021.

Muertes en el tren de aterrizaje de un avión

Uno de los más trágicos tramos del viaje de Adú se localiza en el tren de aterrizaje de un avión. Junto a su hermana Alika, pretenden –engañados por unos traficantes– llegar a Europa escondidos en una parte de la nave que no está protegida de las bajas temperaturas ni de los efectos de la presión atmosférica. 

La tragedia desencadenada a continuación se relaciona, con matices, con varios episodios ocurridos en la realidad. En su proceso de documentación, el director del filme y el guionista se toparon con el caso de Yaguine Koita y Fodé Tunkara, que conmocionó a Europa en 1999. Estos dos adolescentes de Guinea–Conakry murieron congelados en el tren de aterrizaje del avión que los llevaría a Bruselas, donde buscaban una oportunidad para estudiar. Los propios fallecidos fueron quienes lo contaban en una carta hallada en sus bolsillos, dirigida a las autoridades comunitarias.

“Son ustedes para nosotros, en África, las personas a las que hay que pedir socorro”, decían en la misiva. “Les necesitamos para luchar contra la pobreza y para poner fin a la guerra en África. A pesar de todo nosotros queremos estudiar y les pedimos que nos ayuden a estudiar para ser como ustedes en África”, escribían los chavales. Ambos llevaban fotos familiares y sus certificados escolares para demostrar que eran buenos estudiantes.

No fueron los únicos. Desde entonces, varios polizones, la mayoría adolescentes procedentes de países africanos, han sido encontrados muertos por congelación o aplastados en los trenes de aterrizaje, informa Efe. Las temperaturas descienden a –50°C entre 9.000 y 10.000 metros, la altitud a la que suelen volar los aviones.

El último caso del que se tiene constancia ocurrió en enero del 2020. Se llamaba Laurent Barthélémy Guibahi y tenía 14 años. Su cuerpo fue encontrado sin vida en el tren de aterrizaje de un avión de Air France procedente de Abiyán, Costa de Marfil. Nadie sabe los motivos exactos por los que Laurent decidió introducirse en un avión con destino a Europa sin avisar a nadie. Solo que, durante el último año, tras la muerte de un amigo en el contexto de una huelga de educación, había tenido la cabeza en otra parte, como contó elDiario.es.  “Hablaba mucho de la torre Eiffel, decía que quería verla. De mayor quería ser científico”, afirmó, días después, uno de sus compañeros de clase a RFI.

Dura travesía a nado

Con el objetivo de alcanzar Melilla, la puerta a Europa de Adú y Massar, su compañero de viaje, deciden llegar a la ciudad autónoma a nado, desde una playa marroquí próxima a la frontera. 

Para explicar por qué sus personajes optan por esta vía de entrada a España, Salvador Calvo menciona un nombre: Alain.  

Alain Diabanza huyó de República Democrática del Congo, que acumula años de conflicto en la zona Este del país, cansado de “difundir las mentiras de la dictadura” a sus alumnos, según explicó hace años en una entrevista con este medio. Intentó, sin éxito, saltar la valla de Ceuta en tres ocasiones. Años más tarde, se echó al mar de madrugada y nadó hasta España, por miedo a una devolución en caliente: “Podías tener suerte y que solo te pegaran o no tenerla y que te metieran en un camión para deportarte”, contaba entonces el congoleño. 

Sabía que cruzar a nado era aún más peligroso que saltar la valla. “Antes de intentarlo, todos dejábamos algún teléfono para que un amigo avisara a nuestros familiares si pasaba algo. Le dije a mi amigo que si cogía el teléfono mi madre no se lo dijera. Ella no lo iba a aguantar. Le pedí que solo lo dijera si lo cogía mi padre”, dijo Alain hace unos años en una visita a la Academia de Operación Triunfo. 

El director y el guionista de la película conocieron a Alain en el Festival de Málaga y su historia les inspiró para escribir una de las últimas etapas del viaje de Adú, quiento “no podría saltar la valla al ser tan pequeño”, detalla Calvo. Pero hay muchos más 'Alain', y algunos nunca llegaron. Como las 14 personas fallecidas en su  intento de entrar en Ceuta a nado, rodeando un espigón fronterizo, en febrero de 2014. En este caso, los agentes de la Guardia Civil, en vez de auxiliarlos desde un primer momento como hacen con Adú en la película –y han hecho con miles de personas en la realidad –, dispararon muy cerca de ellos pelotas de goma y botes de humo. 

Los personajes de Adú y Massar, inspirados en las historias reales de dos niños

Los personajes de Adú y Massar se inspiraron en dos menores migrantes, con los que se topó el director durante el rodaje en Canarias de la película de Calvo '1898: Los últimos de Filipinas'. La historia del protagonista está inspirada en el caso real de un niño que llegó a Canarias con su madre y sus hermanas. Cuando estaba acogido en un centro de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), donde la pareja de Calvo era voluntario, los trabajadores descubrieron que el grupo no era familia, y que habían traficado al pequeño “para vender sus órganos en Europa”, aunque finalmente la película se centró en otras realidades de la inmigración. Su nombre y el impulso para hacer el filme tienen que ver con la noticia que saltó en los medios de que un niño de ocho años llamado Adou había sido descubierto dentro de una maleta en un escáner en el paso fronterizo del Tarajal.

La historia Massar coincide con la de un adolescente que migró a Canarias hace años tras un viaje repleto de abusos. Era un niño somalí y su tío, un hombre de la guerra, le obligaba a disfrazarse de mujer y a bailar para sus amigos, que le violaban repetidas veces en grupo. Cuando su padre lo supo, solo fue capaz de decirle: “Puedo ayudarte a escapar, es muy poderoso en Somalia y no podemos hacer nada más”, cuenta Calvo. El chaval cruzó el Sáhara, fue torturado y esclavizado en Libia. Finalmente fue a Marruecos, donde fue explotado sexualmente para poder pagar su viaje a España.

El director lo conoció en Canarias: “Llevamos a varios chavales acogidos por CEAR al cine. Esa tarde, fueron a comprarse ropa y, cuando se estaban cambiando en los vestuarios, allí identificaron unas ampollas en su espalda. Ese mismo día le llevaron al hospital”, recuerda el director. Tenía sida. El adolescente falleció poco tiempo después.

La ONG CEAR ha participado de forma activa a lo largo del proceso de documentación anterior al rodaje. La organización viajó con el equipo a Melilla, donde organizó reuniones con asociaciones de guardias civiles. “Los diálogos de los agentes en la película tienen que ver con esos encuentros”, sostiene Estrella Galán, secretaria general de la organización. “Les pusimos en contacto con diferentes personas de diferentes nacionalidades que entendíamos que tenían historias clave para entender cómo puede llegar a sentirse quienes migran en estas circunstancias, para entender ese sentimiento de soledad y miedo que muchos tienen cuando están en el monte [a la espera de dar el salto a Europa]”.

Devoluciones en caliente sin importar nada más

Una vez que Adú y Massar son rescatados tras su peligrosa travesía a nado a Melilla, creen estar a salvo. No saben que pisar suelo español no siempre es sinónimo de su ansiada necesidad de protección. Mientras al niño de seis años le trasladan a un centro de menores, un agente agarra a su fiel compañero de viaje y se lo lleva de vuelta a la frontera. Un agente español –del que no se identifica a qué cuerpo pertenece– lo entrega a las autoridades marroquíes. Lo hace sin ningún trámite previo, sin saber su nombre ni de qué huye. Cometen una devolución en caliente.

Massar estaba enfermo, tenía sida, su vida corría peligro y necesitaba asistencia médica urgente. En España podría haber sido atendido, pero el joven es expulsado sin un mínimo examen médico previo. Como él, miles de personas han sufrido este tipo de devoluciones inmediatas, que se producen en España desde hace cerca de 20 años

A Dany varios agentes lo apalearon en 2014 y, una vez en el suelo semiinconsciente, la Guardia Civil lo devolvió atado de pies y manos. La escena quedó reflejada en un vídeo que, por cierto, recuerda a una escena de la película. En 2003, un hombre congoleño apareció aturdido en el bosque marroquí y denunciaba que acababa de ser devuelto de Ceuta, mientras su ropa reforzaba sus palabras: aún vestía el pijama con el que fue ingresado en el hospital de la ciudad autónoma. Samuel huyó en busca de un país “que respetase su derecho a amar” porque en el suyo era perseguido; pero nadie le preguntó si necesitaba protección cuando pisó suelo español: “La guardia española abrió la puerta de la valla y me llevó de nuevo a Marruecos”.

Son solo algunos de los casos documentados de devoluciones en caliente en España. Según la normativa internacional, son ilegales porque se realizan sin ningún trámite previo. Las autoridades no saben nada de la persona que expulsan, por lo que desconocen si esa persona corre peligro en el país al que es devuelto: le impiden de facto la posibilidad de pedir asilo. 

Pedro Sánchez se comprometió a acabar con estas prácticas cuando estaba en la oposición pero, una vez en el Gobierno, ha pasado a defenderlas ante la justicia europea y nunca ha dejado de ordenarlas. Aunque en un primer momento el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó a España por estas prácticas, un recurso enviado por el Ejecutivo socialista desembocó en un giro en el veredicto emitido por la Gran Sala, que avaló estas prácticas. La sentencia, conocida poco después del estreno de Adú, consideró que los migrantes “se pusieron ellos mismos en una situación de ilegalidad al intentar entrar deliberadamente en España por la valla de Melilla”. Sin embargo, para la mayoría, migrar por la vía regular es prácticamente imposible.   

El juicio: David contra Goliat

Otra de las tres tramas principales de la película se basa en la historia de los agentes de la Guardia Civil que custodian la valla de Melilla. Durante un intento de salto a la alambrada –que se trata de una reconstrucción creada para el filme ante la imposibilidad de lograr permisos para grabar en la real–, uno de los migrantes que intentan sortearla es golpeado por un agente al mismo tiempo que otros compañeros de salto zarandean la barrera.

La siguiente imagen muestra caídos en el suelo a un agente y a un migrante. El hombre congoleño fallece. Aunque no está inspirada en un hecho específico, el proceso judicial que investiga el suceso recuerda inevitablemente al caso del Tarajal, que investiga la muerte de 14 personas fallecidas en aguas fronterizas de Ceuta en 2014 entre pelotas de goma y botes de humo lanzados por miembros del Instituto Armado.

Las distintas juezas encargada del caso en Ceuta han intentado archivarlo en tres ocasiones. La Audiencia Provincial ordenó su reapertura en dos ocasiones, al concluir que se cerró sin realizar las investigaciones necesarias y sin haber llamado a declarar a ninguno de los supervivientes, testigos directos de los hechos ocurridos aquella mañana en la playa del Tarajal. En septiembre de 2019, la magistrada ceutí procesó a 16 guardias civiles tras identificar “indicios de delito de homicidio imprudente y denegación de auxilio” y declaró la investigación lista para iniciar el juicio oral. Un mes después, la misma jueza decidió dar carpetazo a la causa aplicando la Doctrina Botín, la misma que libró al banquero Emilio Botín de sentarse en el banquillo hace trece años.

Esta doctrina sostiene que la acusación popular no es suficiente para sentar en el banquillo a un investigado si no acusa también la Fiscalía o la víctima del delito. En este caso, los familiares de los fallecidos en Ceuta se organizaron en Camerún para exigir justicia y, con la ayuda de las ONG Caminando Fronteras y Coordinadora de Barrios, intentaron personarse en la causa judicial abierta en España, pero no les dejaron.

En el filme, la abogada de los compañeros del refugiado fallecido le lanzaba una pregunta a uno de los agentes investigados: “¿Quieres que vuelva a ocurrir?”.

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