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Los abusos en la frontera de Melilla llegan al cine con 'Adú': “Que vayan a verla Pedro Sánchez y Grande-Marlaska”

Un fotograma de la película dirigida por Salvador Calvo

Marta Maroto

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Las mezquitas llaman al último rezo antes de ponerse la noche en Melilla. La cámara viaja rápida hacia la valla contra la que decenas, cientos de migrantes subsaharianos se precipitan, trepan y, a horcajadas en la parte más alta evitando el corte de las concertinas, gritan “Boza, boza”, el canto de la victoria, de la libertad. Mientras, a miles de kilómetros en Camerún, Adú y su hermana Alika son los trágicos testigos de la muerte de otro elefante a mano de los furtivos. 

Con el nombre del pequeño de apenas seis años, Adú, el director Salvador Calvo ha querido titular esta película basada en hechos reales. Ha sido producida con la colaboración de Mediaset España y grabada en un no parar entre Benín, Marruecos, Murcia y Madrid. Se estrenará en los cines el 31 de enero, y de cada entrada que se venda por internet se donará un euro a la construcción de un hospital en República Democrática del Congo, un proyecto de la ONG Proyect Ditunga.

La película, con una fuerte carga de crítica social, es un retrato de los obstáculos que sortean las personas migrantes que tratan de alcanzar Europa huyendo de la miseria, la violencia y la explotación en sus países de origen. Traza tres líneas en tres historias paralelas que convergen en la brutalidad de una frontera.

La primera cuenta el recorrido de Adú, que migra del corazón de África hacia el norte, hasta ese Mediterráneo lleno de muerte. Desde Camerún consigue llegar en las ruedas de un avión a Senegal, donde conoce a Massar, un adolescente somalí que huye de la violencia sexual en su país. 

En dirección contraria avanzan Luis Tosar y Anna Castillo, trabajador en reservas de elefantes y su hija, que tiene problemas con las drogas. De España a África, necesitan de este continente para hablarse, comprenderse y reconciliarse con su historia en común.

Finalmente, la tercera historia es la de los agentes de la Guardia Civil que custodian la valla de Melilla, “guardianes que hacen que esos dos mundos”, el occidental y el africano,“permanezcan separados”, señala el director de la película, Salvador Calvo, en un coloquio posterior.

“Nos sentíamos con una responsabilidad tremenda porque la gente nos contaba que habían vivido experiencias iguales”, contaba Calvo sobre las secuencias rodadas en el Gurugú, el monte en el norte de Marruecos donde los migrantes esperan agazapados a cruzar la valla de Melilla. Muchas de las personas que figuran en el reparto habían logrado saltar y entre toma y toma recordaban sus experiencias: “yo pasé a nado y perdí los dedos del frío”, narraba una de ellas.

La crudeza de la historia ha hecho que fuera necesario que algunos de los actores fueran migrantes o supervivientes de zonas en conflicto. Calvo recuerda lo complicado que fue encontrar a Adú, el protagonista. Después de un mes y medio sin éxito, relata, decidieron buscar en colegios de aldeas del norte de Benín, golpeados por el terrorismo de Boko Haram. Y así apareció Moustafá Oumarou: “¿Oye, blancas, que hacéis por aquí con una cámara?”, rió cuando se encontró de frente con las directoras de cásting.

Las historias reales que impulsaron la película

Su historia está inspirada en el caso real de un niño que llegó a Canarias con su madre y sus hermanas. Cuando estaba acogido en un centro de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), los trabajadores descubrieron que el grupo no era familia, y que habían traficado al pequeño para vender sus órganos en Europa, aunque la película relata otra realidad de la inmigración. Por otra parte, su nombre y el impulso para hacer el filme tienen que ver con la noticia que saltó en los medios de que un niño de ocho años llamado Adou había sido descubierto dentro de una maleta en un escáner en el paso fronterizo del Tarajal.

“Una trayectoria tan terrible no podía ser interpretada fácilmente por cualquier niño de seis años. Moustafá vivía en una chabola, sin agua ni luz, no sabía leer ni escribir y cuando veía un avión se quedaba paralizado. Alika, la hermana mayor de Adú en la película, también proviene de un entorno similar.

La vida de Massar está extraída de la huida de un adolescente que logró alcanzar Canarias. Era un niño somalí y su tío, un poderoso hombre de la guerra, le obligaba a disfrazarse de mujer y a bailar para sus amigos, que le violaban repetidas veces en grupo. Cuando su padre lo supo no pudo más que aconsejarle que huyera lo más lejos posible. Cruzó el Sáhara, fue torturado y esclavizado en Libia. Finalmente fue a Marruecos, donde fue explotado sexualmente para poder pagar su viaje a España. Esta historia es interpretada por Zayiddiya Dissou, adolescente francés de padres migrantes de Las Comoras, que sí tenía experiencia como actor.

Calvo habla de juego de espejos entre las historias de los niños que huyen y las historias de Tosar y Castillo, entrelazadas en algo tan inocente como una bicicleta. Cuenta que le puso un nombre propio a su película (la segunda de su carrera, después de 1898: Los últimos de Filipinas) para insistir en que detrás de las cifras que difunden los medios de comunicación cada migrante tiene una historia, un mundo detrás. Un mundo que “es de todos, que no nos pertenece. Poner vallas y fronteras es una equivocación”, dice el director. Y termina, ¿quién debería ir a ver la película? “Que vayan a verla el presidente del Gobierno y el ministro del Interior, Grande-Marlaska”, ríe.

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