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Star, tras 30 horas sobre la valla de Ceuta: “Me devolvieron mientras me arrastraba”

Imagen de archivo de la frontera norte de Benzú, que separa Ceuta de Marruecos, durante un intento de salto.

Helena Maleno

Caminando Fronteras —

No puede cerrar las manos para sujetar la Coca-Cola con la que ha roto el ayuno del Ramadán. Star (nombre con el que ahora le apodan sus compañeros) es un héroe. Llegó a la valla de Ceuta el día 23 a las nueve de la mañana, y se bajó de ella el día 24 a las tres de la tarde.

Saltó el vallado junto con otros tres compañeros, dos de ellos con edades comprendidas entre los 16 y 17 años. El primero bajó de la valla sobre la media noche del día 23, los menores aguantaron hasta las cinco de la madrugada, todos sufrieron devoluciones en caliente.

Star resistía arriba del vallado agarrándose fuertemente, y por ello muestra sus manos, signos inequívocos de su hazaña.

“He saltado la valla cuatro veces, tres anteriormente a ésta y las tres me han devuelto. En la tercera llegaron servicios sanitarios, bajamos, pensábamos que era la Cruz Roja y que esto suponía que no nos devolverían. Un doctor me curó las manos, y después me entregó a la Guardia Civil que me devolvió a Marruecos. Por eso ese día aunque vimos una ambulancia no quisimos bajar de la valla. En mi cabeza solo pensaba Boza, Boza, Boza, Boza, Boza”.

Los cuatro de la valla explican claramente por qué no bajaron, aún con la presencia de Cruz Roja, y denuncian cómo las organizaciones y la asistencia sanitaria son utilizadas como una trampa para poder efectuar las devoluciones en caliente.

“No podemos fiarnos de nadie, sólo de nuestra fuerza, de nuestro corazón”, explica uno de los menores.

Star lleva en Marruecos desde el año 2013, atravesó el desierto para llegar hasta aquí y su vida durante este tiempo ha transcurrido en los bosques.

“Desde pequeño he sido muy fuerte, con la cabeza muy dura. Tengo a mi padre, mi madre, dos hermanas y dos hermanos que esperan mi ayuda, es lo que me da valor y confianza”.

Sonríe a pesar de la tragedia, aunque le cuesta aún caminar, aunque tenga fiebre y sus manos tiemblen al intentar agarrar cualquier cosa.

“Miraba a los guardias a los ojos, intentaba saber qué podían sentir en sus corazones, si quedaba piedad dentro de ellos. Les miraba e intentaba decirles que hoy era el día en el que ganaban ellos o moría yo. Al final el hambre, la sed, el dolor me pudo y bajé con la grúa que habían preparado. No podía tenerme en pie, pensé que tal vez me abrazarían, me sostendrían porque es Europa y allí todo es mejor. Pero no les quedaba piedad y me devolvieron mientras me arrastraba”.

Paseamos lentamente por el asentamiento improvisado donde se hacinan las personas que han sido deportadas desde el norte de Marruecos, donde Star fue enviado sin asistencia médica tras su devolución en caliente. Está lleno de niños y adolescentes solos, que también están aquí para tentar a la suerte, para dejarse morir en el intento.

“Volver atrás es imposible, tenemos un compromiso con la familia, con la comunidad, con las tragedias que sufre África. Es algo que los blancos a veces no comprenden. Morir o vivir dignamente es la única opción”, explica uno de los habitantes del campamento.

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