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Karin Aveira, del truco de superviviencia al negocio propio

Karin Aveira, del truco de superviviencia al negocio propio.

Ander Iñaki Oliden

“Que salgan las empanadas, que me ayudaron a sobrevivir”, dice Karin Aveira (Santiago de Chile, 1977) mientras posa para la foto en su puesto del mercado de San Fernando de Madrid. “Las empanadas y mis amigos”, remata. Sabe lo que dice. Su historia mezcla empanadas, un terremoto, amigos y un “hada madrina”. “Es un puto ángel mi Tere”.

El primer contacto de Karin con España llegó hace diez años en un congreso en Argentina al que acudió como representante de una ONG de apoyo al colectivo LGTBI, donde conoció a miembros de otra organización española. “Les caí en gracia”, cuenta. De ese encuentro surgieron varias visitas a nuestro país y un trabajo en el festival de cine LGTBI de Madrid. “Estaba tres meses aquí y volvía a Chile. Así tres años. Pero no imaginaba quedarme”.

Y entonces, el terremoto. Tras la muerte de tíos y primos en el seísmo que arrasó Chile en 2010, desde la ONG española la animaron a vivir en Madrid. “Estaba mal allí y me decían ‘vente y ya nos arreglamos”. Se lanzó, pero las cosas se complicaron. “Me encontré sin papeles, sin casa, sin trabajo… me daba miedo que me pararan en la calle y acabar en un CIE”. Y el miedo estalló en forma de parálisis facial varios meses.

Sin trabajo y sin dinero, Karin pensó en las empanadas para subsistir. Había trabajado de azafata o en espectáculos, pero no de cocinera. “Tuve que preguntar la receta a mi mamá. Hice cuarenta y las repartí por la calle para que me llamaran para comprarlas”. Nadie llamó. “Ni para decirme fea”, bromea. “Cuando me quedaba una, veo una tienda biológica y le cuento a la señora que estoy en paro y le dejo una empanada”. Al día siguiente le pidió seis. A los días, doce. Después, dieciocho. “Tere se portó increíble”. No solo por las empanadas. “Si sabía de alguien que necesitaba cualquier cosa, me avisaba”. Sacó cubos de basura, cuidó niños, bajó muebles, ayudó a ancianos con la compra... Así pasaron cinco años. Hasta que consiguió los papeles.

Con los papeles llegó el empleo legal. Y tras año y medio en la cocina de un restaurante, la aventura. “Me quedé en paro y mis amigos me decían que montara algo mío. ¿Cómo? Si no tenía dinero…”. El dinero lo pusieron ellos. “Uno puso 100, otro 200, otro mil…”. Y así nació La Guatona, su puesto de comida chilena con plato estrella: las empanadas. “Gorda se dice guatona en Chile. Y el logo soy yo”, comenta entre risas. Un mes después de abrir el local, Karin está feliz. “Mi suerte ha sido tener aquí amigos que me han apoyado. Imagínate la gente que viene sola, que no habla el idioma. He pasado mucho, pero hay quien lo pasa peor”.

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