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Una decena de los migrantes magrebíes del Aquarius deciden irse de su centro de acogida y emprender su propio camino

Varios jóvenes migrantes caminan por los alrededores del complejo educativo

Gabriela Sánchez

Era la enésima carrera del día. Seis jóvenes argelinos frenaron el taxi de Emilio, ya acostumbrado al camino más solicitado desde la llegada de los rescatados del Aquarius a Cheste: recorrer los seis kilómetros de distancia entre su alojamiento provisional y el pueblo, el punto más cercano donde poder comprar un teléfono para llamar a su familia. El destino de este grupo era diferente. El veterano conductor tomó el móvil que le entregaron: “¿Cuánto cuesta un taxi a Madrid?”, le dijeron al otro lado.

“Al final, les acerqué a la parada de autobuses. Quien hablaba era un familiar. Les esperaba en Toledo”, explica el taxista. Querían reunirse con él. Su plan migratorio había empezado más allá del dispositivo de acogida del Aquarius. Otro grupo reducido de argelinos también ha abandonado en los últimos días el complejo donde han sido acogidos los migrantes desembarcados en Valencia este sábado. Solo han dormido dos días en Cheste. 

Hacerlo es su derecho. Ante algunos titulares que lo tachan de “fuga” o “huida”, la Generalitat Valenciana y la Cruz Roja Española destacan la libertad para moverse por el país de los recién llegados a España a bordo del Aquarius y los otros dos buques italianos.

El centro donde duermen, de carácter abierto, no cuenta con horarios de entrada ni de salida. “Es comprensible que, si tienen familia en otras ciudades o disponen de recursos para ir a otro lugar, se vayan”, indican desde Cruz Roja en las inmediaciones del complejo educativo de Cheste, donde han sido alojados. “Pueden hacerlo. Pueden decidir irse y no volver. No están detenidos y  son adultos. No sería nada extraño”, explica Israel Barranco, trabajador social de la organización.

Argelia tiene acuerdo de devolución con España

Apenas una docena de personas ha emprendido ya su propio camino, según el recuento de Cruz Roja. El origen de los pocos que han abandonado el centro da pistas de las razones. Las personas argelinas y marroquíes suelen conocer bien la facilidad con la que pueden ser deportados de España. Los acuerdos que España mantiene con Argelia y Marruecos disminuyen sus ya escasas opciones para quedarse una vez superados los 45 días de permiso legal otorgado por el Gobierno por razones de “excepcionalidad”. Ellos son los que se van.

Excepto esta decena de personas, la gran mayoría de las casi 500 personas alojadas en Cheste continúan su día a día en el complejo educativo, una antigua universidad laboral, donde han sido hospedados la mayoría de los rescatados del Aquarius: cerca de 400 hombres solos, 42 mujeres y nueve niños. 

Mientras los hombres suelen pasear por los alrededores del centro o acudir al pueblo para realizar algunas compras, ellas prefieren permanecer en el interior del complejo, que cuenta con grandes explanadas de zonas verdes. La mayoría de mujeres sufrieron violencia sexual en su ruta hacia Europa.

“Todos han sufrido violencia muy fuerte, hay hombres que incluso también han sido violados, pero en el caso de las mujeres es más grave, les pegan, las violan y si no pueden pagar a los traficantes las obligan a prostituirse, muchas han sido víctimas de explotación sexual en Líbia”, explicó a eldiario.es Amoin Soulemane, una matrona a bordo del Aquarius. 

Nueva fase en el dispositivo del Aquarius

Pronto ellas no estarán aquí.  Las mujeres alojadas en este complejo serán derivadas en las próximas horas a recursos de entidades como Cáritas o centros de protección de mujeres de la Generalitat, según ha explicado la vicepresidenta del Consell, Mónica Oltra. Los hombres, de momento, permanecerán en Cheste. 

Este miércoles finalizaba la “fase de emergencia” del Aquarius yomienza la fase de “acogida”. De momento, explica Cruz Roja, los hombres permanecerán durante unas semanas en el polideportivo de la antigua universidad laboral. 

Amin (nombre ficticio) viste de verde; Ali, de azul eléctrico. Han jugado en equipos separados. Cada día, los hombres del Aquarius pasan horas jugando al fútbol en una de los campos con los que cuenta el gran recinto en el que se encuentra el polideportivo donde duermen. Este martes no se querían perder el partido Senegal-Polonia del Mundial. Sobre todo Kamo, de origen senegalés. Llevaba días preparado para “ver ganar” a su selección. Y así fue. La celebración de los dos goles de Senegal quedó retratada en varias instantáneas de Cruz Roja.

A Sani le apasiona el fútbol. Quiere que gane Brasil pero, su segundo favorito, corre a aclarar por si hubiese un ofendido, es España. Ese país en el que, dice, se quedará: “Nos están tratando muy bien, ¿cómo me voy a ir? España es el país que quiso acogernos, no me voy a ir a Francia”.

Se lo cuenta entre risas y alguna gracia a un vecino de Chester mientras toma una cerveza junto a otros compañeros. En Ghana, apunta, intentaba dedicarse a ello, pero una serie de circunstancias, que prefiere no detallar, le empujaron a salir de su país y emprender su viaje hacia Europa. Su ruta, la de todos. La misma del resto de compañeros, también ghaneses que le acompañan. Emprendieron el camino por el desierto hasta llegar a Agadez, Níger, la puerta de entrada a Libia. “Es muy arriesgado. Muchos de nuestros compañeros de viaje murieron”, recuerda su compañero.  

Nada como Libia. Su rostro se transforma al recordar su experiencia, prefiere callar. Su amigo, también guineano, pone palabras a su gesto: “Libia es el peor lugar del mundo. Cuando tú ves cómo disparan a la gente, a cualquier persona, que suplica y llora por sobrevivir, no puedes escapar de eso. En cualquier momento, pueden dispararte y acabar con tu vida”, dice el joven guineano, de 20 años. Trabajó en la construcción durante un año, describe. “Me dijeron que Libia era un buen sitio para trabajar, pero era mentira. Me dedicaba a la construcción, pero todo en ese país es horrible”, añade. 

Ellos viajaban en el bote desde donde varias personas cayeron al agua cuando la tripulación del Aquarius trataba de rescatarles. “Cuando nuestra barca se rompió, murieron varias personas, la mayoría era de Sudán. A nosotros nos rescataron gracias a Dios”, explica Jimmy, otro de los jóvenes que habían ido al pueblo para comprar un cargador de teléfono y tomar una cerveza que tanto hacía que no tomaban.

Emilio, el taxista, vuelve a buscarles. El conductor, que lleva 25 años ganándose la vida con ello, está entregándose para ayudar a los recién llegados en lo que puede.

Aunque no hablan la misma lengua y solo “chapurrea” inglés, acaban entendiéndose. “Ellos me dicen más o menos lo que quieren: market, phone, señalan su camiseta... Y yo les pregunto si lo quieren muy barato o algo un poco mejor. En función de eso, les dejo en un sitio u otro”, continúa. 

No se contenta con ello. Emilio los suele acompañar hasta la misma tienda por si, al llegar, se dan cuenta de que no era eso lo que buscaban o no se habían entendido del todo bien. “Intento hacerles su estancia lo más cómoda posible. Aquí se les trata de tú a tú y de igual a igual. Yo pienso muchas veces que si tuviese que ir a un país que no es el mío, me gustaría que me ayudasen y me tratasen de la mejor manera”, dice antes de volver a subirse en su furgoneta. 

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